lunes, 15 de diciembre de 2008

LA SONRISA DE LA LUNA


La luna cayó del cielo aquella noche, se sumergió en las calientes aguas del mar y el cielo quedó marcado por una blanca estela que lo dividió en dos partes. En la oscuridad de la noche lloré tu ausencia una vez más, no la primera, pero sí la última porque esta vez te había perdido para siempre.
La muerte es siempre fría, pero más cuando te arrebata el alma y se la lleva en tus bolsillos. Es una rutina, la gente muere todos los días, pero no todos los días muere un alma gemela.
Tu cuerpo se sumergió en la tierra exhalando un leve suspiro, así de fácil se muere uno, sin más, sin avisar, dejándote el corazón envuelto en el más denso luto. Decidí irme a la playa sin decírselo a nadie, la soledad me llamaba a gritos arañándome las entrañas. Creí verte un momento entre le luna y el mar, pero al caer ésta, tu imagen se borró sin dejar rastro. En la intimidad de esa soledad buscada, que me traía el eco de nuestra propia intimidad, pude al fin llorar. Lejos quedaba el atolondramiento que me abarrotó el cuerpo al conocer la noticia, los temblores, el gran nudo en la garganta…
No quise verte, imaginar tu cuerpo encerrado en un cajón cortándote la libertad que tanto amaste y buscaste, me era insoportable. Luchabas por vivir al máximo sintiendo que cada minuto era el último, de alguna manera sabías que ibas a morir joven. Yo en cambio aplazaba los momentos buscando una mejor ocasión sin darme cuenta que las mejores ocasiones no nacen de los planes preconcebidos, sino que surgen de sueños espontáneos.
Cuando supe la noticia sentí que moría, pero mi muerte era aún peor que la tuya, porque me obligaba a seguir encadenada a un mundo que ya no me motivaba. En cuestión de minutos me sentí prisionera de una existencia que se me antojaba cruel. Me hubiera marchado contigo pero sé que no te habría gustado. La vida se me antojó larga, inabarcable, llena de años vacíos que tenía que soportar para reunirme contigo.
- Ha sufrido un accidente con el coche – la voz del otro lado del teléfono sonaba metálica, irreconocible -, lo siento Julia.
Era Juan, un amigo común, incluso llegó a sentarme mal que supiera la noticia antes que yo, después me sentí absurda. El dolor no llegó momentáneo, tardó tiempo, pero cuando llegó se me echó encima como una losa.
No fui al funeral, me escondí en mi cuatro fingiendo una indisposición, pero lo cierto es que no soportaba la idea de ver como te metían en un agujero negro. Por la noche me fui a la playa de que ibas a aparecer para sorprenderme una vez más. Pero tú ya no podías venir a llenar mis huecos con tus susurros. Me había sentido sola muchas veces, pero nunca como ahora; sentía un pozo en lo más interno del estómago. Las palabras nunca te dejaré sola se tornaban entonces en un chiste, una farsa, una promesa incumplida, un rumor… Te odié por haberme abandonado de aquella manera tan absoluta, tan rotunda, por no haberte despedido, por haber dejado que nos enfadáramos tantas veces, por no llevarme contigo, por hacerme sentir tan diminuta, tan insignificante dentro de tu cosmos. Pregunté por qué al silencio, pero no me respondió, nada, ni una pequeña señal que no me hiciera sentir tan insignificante.
Esta mañana he paseado por ese mismo lugar, tal vez tratando de entender tu muerte desde la distancia, pero no hay una explicación, simplemente es algo que ocurre sin ningún sentido, sin normas interpretables por nosotros. Sin embargo te siento más dentro de mí que nunca, me consuela el pensar que tal vez fui tu último pensamiento, o tal vez uno de los muchos que tuviste. En los años que aún me separan de ti prefiero engañarme pensando que fui tan importante para ti que me dedicaste tu último suspiro.
Leo tus cartas cada noche, tus canciones, me doy cuenta de que tu espíritu no se encuentra encerrado en las palabras que las componen, porque ellas no pueden explicar lo que tú eras, lo que sigues siendo, son escasas en sus significados, tú significas más, pero el torpe lenguaje no puede dibujar lo que se siente por dentro, tan sólo puede darnos una idea vaga y efímera, un simple espejismo de lo que nos compone el alma. Tal vez la tuya era demasiado grande y tuvo que escapar a la materia para crecer, para sentir la tan intensa libertad de la que hablan tus canciones. Seguramente tratabas de explicármelo cuando suspirabas entre mis brazos, pero yo no supe darme cuenta, no supe interpretar algo tan sutil, tan intangible. El lenguaje de los suspiros nos es sumamente desconocido, no le prestamos atención porque es muy silencioso; pero tú sí que lo conocías, e intentabas utilizarlo conmigo, supongo que me sobrestimaste, o simplemente sabías que llegaría a darme cuenta de ello cuando ya te hubieras marchado, y sin embargo yo te odié, te creí egoísta por dejarme sola, ahora me doy cuenta de que la egoísta soy yo. Quizá llegue el día en el que mi alma busque su liberación, y tú me esperaras en el umbral, como siempre has hecho.
Está anocheciendo, la playa está preciosa a esta hora, pero esta noche la luna no cae, sino que emerge del mar desplegando una de sus mejores sonrisas, creo que es un buen presagio, sé que tras ella te escondes tú con tu cuaderno de notas y tu pluma, dispuesto a escribir una nueva canción.

martes, 9 de diciembre de 2008

LA CASA DE LAS VIRTUDES



- I -

CUANDO TODO EMPEZÓ

- ¡Chsssst! Calla, escucha, ha nacido el primero, ¿lo ves? Es muy bello aunque sea tan diferente al resto del mundo, es especial, incluso sublime, ¿no le oyes llorar? Pobre, sufre ya por el futuro que le espera, presiente que no será aceptado, sabe de sobra que el universo al que ha venido es muy cruel con los diferentes. ¡Mira! Ya abre los ojos, se ve que está desorientado, le costará mucho adaptarse y no creo que llegue a conseguirlo, pero su vida es mucho más valiosa de lo que él mismo cree.

El amanecer explotó hiriendo mortalmente al horizonte, que expulsó sangre de fuego en rotundas llamaradas incandescentes, y en medio de este apocalíptico infierno sideral se escuchó el desgarrador llanto de un bebé recién nacido. La matrona lo envolvió en sábanas, estaba cubierto de sangre, lo metió en una cesta y lo sacó de la habitación, momento que aprovechó el padre para correr a ver cómo estaba su esposa.
La halló postrada en la cama con los ojos llenos de lágrimas, le tomó la cara entre las manos, la tenía empapada en sudor. Ella le miró intensamente, después sonrió como si se alegrase de verle tras una larga temporada teñida de ausencia. Él se inclinó sobre ella y le besó suavemente la frente, en ese instante tuvo una visión, se vio a sí mismo junto a su esposa, más viejo él, ella parecía igual de joven que ahora, mantenía perfectamente su lozanía; se hallaban en una gran sala de tribunal, donde el severo juez juzgaba a seis personas, que por la poca estatura parecían niños. No podía saber de quiénes se trataba, pues iban cubiertos con una especie de hábitos con capucha y sus rostros se ocultaban tras unas siniestras máscaras de color blanco. Todo el pueblo se hallaba en la sala, y en los ojos de cada uno de ellos había encerrado un odio desmesurado. Miró a su mujer, sentada a su lado mientras se preguntaba quiénes serían y qué habrían hecho aquellos individuos para merecer tanto odio.
Su esposa murmuró algo y él regresó de manera brusca a la realidad que acontecía en el presente. La miró lentamente, analizando cada uno de sus rasgos, ella le devolvió una mirada un tanto inquieta, él tenía el miedo dibujado en la cara, como si algo malo fuera a suceder.
- ¿Qué ocurre? – preguntó ella un tanto contrariada.
- Nada, no te preocupes – respondió él tratando de borrar la imagen de aquel terrible juicio que había presenciado en su visión.

En el cuarto de baño la matrona y una sirvienta se afanaban por limpiar la sangre del cuerpo del bebé, jamás habían visto a un recién nacido tan embadurnado de ésta. Frotaban su piel tratando de volverla rosada, pues ése debía ser su color natural. Probaron con todos los jabones que había a su alcance tratando de limpiar aquella frágil piel mientras el pequeño infante no paraba de llorar visiblemente molesto por aquel exhaustivo baño.
El incendio celestial se fue extinguiendo dejando nacer un hermoso día de color mar. Los rayos del sol penetraron por la ventana atravesando el cristal e inundaron la habitación con su blanca luz. La matrona entró con un bulto envuelto en trapos blancos en su regazo, se acercó lentamente al matrimonio, la mujer la miró a los ojos, la preocupación y el desasosiego vivían en ellos. El hombre se acercó a la matrona y miró el bulto que portaba, posó su mano sobre él, estaba caliente y palpitaba con fuerza, levantó uno de los trapos suavemente, concretamente el que cubría su cara, y dio un paso atrás asustado.
- ¿Qué ocurre? – preguntó la mujer desde la cama.
- Llévatelo – ordenó el hombre a la matrona en voz baja.
Ésta obedeció sin mediar palabra, salió del dormitorio ante la desconcertada mirada de la mujer.
- ¿Qué sucede? ¿Por qué se va? Quiero ver a mi hijo – suplicó desde la cama.
El hombre no respondió, se limitó a acercarse a ella y abrazarla con fuerza. Dos gruesas lágrimas se descolgaron de sus ojos, rodaron por sus mejillas y cayeron sobre la cabeza de su adorada esposa, ella permaneció muy quieta, sin atreverse a articular movimiento alguno, el abrazo de su marido no la tranquilizaba, sino que la asustaba, sabía que algo terrible ocurría, pero no tenía el valor de preguntar qué, se quedó allí escondida entre los brazos de su esposo, fingiendo todo el tiempo que le fuera posible, que no ocurría nada malo en realidad, hubiera querido permanecer allí para siempre, que los minutos, las horas, los días, los meses, los años y en definitiva la vida, pasara vertiginosa por los vértices del tiempo hasta concluir o transformarse en una eterna eternidad.
Dos estrellas se fundieron el firmamento a plena luz del día volviendo el cielo blanco y brillante, el hombre cerró los ojos cegado por tanta luz, y la mujer se abrazó a él con mucha más fuerza mientras exhalaba un grito desesperado. Todos los vecinos del pueblo, corrieron hasta sus ventanas para presenciar anonadados el extraño acontecimiento que se estaba produciendo en los cielos.
Tiempo después aun se comentaría este hecho, pues nunca jamás habían visto que el cielo cambiase de color repentinamente, y además aquella no fue la última vez que ocurrió, pues sucedió en cuatro ocasiones más, y los vecinos del lugar temieron que fuese el presagio de algo malo. Sin embargo la quinta vez fue la última que se dio aquel fenómeno tan extraño que nadie supo ni pudo explicar.
Con el tiempo se fueron olvidando del suceso y lo achacaron a un capricho de la naturaleza, dejaron de darle importancia, sus mentes humanas lo fueron dejando oculto en el gran desconocido subconsciente, pues en sus cabezas fueron anidando nuevas ideas y preocupaciones mucho más cotidianas que desplazaron lo que ocurrió y no consiguieron comprender


-II-

LIVO

En Livo todo era sobriedad, seriedad y formalidad. Las gentes de dicho lugar eran cautas, discretas y muy responsables. Caminaban de forma ordenada por las calles perfectamente estructuradas, de una anchura suficiente para que se pudiera transitar por ellas con desahogo y de una rectitud neurótica. Jamás chocaban unos con otros, pues respetaban de manera escrupulosa todas las normas que ellos mismos habían creado para llevar una vida irreprochablemente correcta, simétrica y llena de orden.
Vestían todos de igual manera, con ropas negras, blancas y las diferentes gradaciones del gris, indumentarias de corte muy clásico, lejos del colorismo llamativo y de las hechuras provocativas. Sus comidas eran equilibradas en un 100 %, tenían elaborados todos los menús que debían comer durante todo el año y lo llevaban a rajatabla, de este modo pretendían cuidar su salud y vivir una media de edad similar entre ellos; era tal su obsesión por vivir todos más o menos los mismos años, que a los que se pasaban de la franja de edad estipulada, los confinaban en un centro especializado en el que les inyectaban una sustancia que los conducía limpiamente a una muerte indolora. De esta forma sabían cuánto iban a vivir como máximo, lo cual les daba una perspectiva irreal de control sobre sus vidas. Ni reían ni lloraban más de lo preciso, tenían la obligación de controlar sus sentimientos, desde que eran niños eran educados concienzudamente para ello, les inculcaban aquellos valores que tanto estimaban y respetaban todos y cada uno de los habitantes de Livo. Con todas estas leyes y normas conseguían vivir inmersos en una rutina férrea que les proporcionaba una gran tranquilidad, sabían cómo les iba a ir el día, porque todos los días eran exactamente iguales, cambiaban algunas pequeñas cosas que se escapaban a su control, pero eran hechos insignificantes que apenas modificaban la cadena de acontecimientos que conformaban las horas de sus existencias. Todo esto vestía a Livo de una especie de perfección artificial que muchos lugares admiraban y trataban de imitar, era un pueblo modelo que daba sensación de paz y sosiego, era armonioso y correcto, prefabricado, siniestro.
Carpia era probablemente la única habitante de Livo que recordaba aquellos cinco fenómenos paranormales que repartidos por el tiempo habían asolado el cielo volviéndolo completamente blanco. Llevaba años estudiándolos para tratar de hallar una conexión entre ellos, y algo en el mundo en el que vivían. Había ido elaborando numerosas teorías, algunas de ellas eran muy descabelladas y estrambóticas, otras en cambio, no carecían totalmente de lógica. Consultó diversos libros sobre fenómenos meteorológicos, sobre brujería, religiones y demás, tratando de hallar respuestas; de este modo llenó su casa de libros hasta arriba, cuando sus estanterías estuvieron repletas y ya no cabía ni un ejemplar más, tuvo que irlos colocando por todos los rincones, con lo cual su vivienda se convirtió en una especie de biblioteca improvisada, era imposible hallar un rincón en el que no hubiera libros. Todo esto le creó una fama de extravagante en el pueblo bastante molesta, pues todo el mundo cuchicheaba a sus espaldas. Pronto se empezó a comentar que estaba loca y ella temió que tratasen de tomar medidas y la encerrasen, por ello decidió hacer una gran reunión para todos los vecinos de Livo, en ella desvelaría cuáles eran sus investigaciones y qué conclusiones había conseguido sacar.
Mandó hacer invitaciones que posteriormente envió a todos y cada uno de sus vecinos, a los cuales citó en un gran pabellón que había alquilado utilizando parte de sus ahorros para ello, pues pensaba que la ocasión lo requería, y pasó semanas enteras preparando el discurso que quería dar, ordenó sus apuntes, los completó con consideraciones de los libros que más la habían ayudado en su estudio de los fenómenos extraños de aquellos cinco días, y se dispuso a dar a conocer todo esto al resto de Livo.
En un principio las gentes del pueblo se mostraron reacias a asistir a la reunión propuesta por la extravagante mujer, pero finalmente la curiosidad le ganó el pulso a la desconfianza y fueron llenando poco a poco el pabellón que Carpia había alquilado semanas antes.
Entraban en pequeños grupos, cuchicheaban mientras miraban a un lado y a otro seguramente tratando de hallar a la convocante en algún rincón, pero ella permanecía oculta tras los enormes cortinones de terciopelo gris que había tras el atril que ella misma había colocado para hablar desde él a sus paisanos. También había dispuesto un montón de mesas sobre las que había puesto diferentes libros con anotaciones, para que el que quisiera, pudiera hojearlos libremente y comprobar que lo que ella decía tenía una buena base documental sobre la cual sostenerse.
Se fueron sentando en las sillas que había repartidas por todo el auditorio, Carpia esperó pacientemente a que todos los asistentes se hubieran situado en sus respectivos lugares. Una vez ocurrido esto, salió de detrás de las cortinas y se colocó tras el atril, lugar desde el que iba a lanzar su discurso. Carraspeó para aclarase la garganta y el murmullo colectivo se silenció de forma automática, en el fondo tenían muchas ganas de escuchar lo que tenía que explicarles.
- Gracias por asistir – sonrió tímidamente, los serios rostros de sus paisanos la ponían muy nerviosa. Carraspeó nuevamente, tenía la cara caliente y temió ruborizarse delante de todo el mundo, lo cual le restaría aplomo y por lo tanto credibilidad a su tesis, así que trató de impedirlo, y para ello se lanzó a hablar, pues en el fluir de sus palabras se iban poco a poco diluyendo sus nervios.
En un principio los allí presentes se mostraron un tanto escépticos, pues la introducción de Carpia era demasiado larga, sin embargo ella se dio cuenta a tiempo y resumió al máximo su exposición.
- Todo esto me ha llevado a un hecho muy curioso – dijo por fin -, los fenómenos paranormales que asolaron el cielo de Livo en cinco ocasiones, coinciden de una forma exacta con los nacimientos de la mansión Puncio, los partos de Calisa Puncio.
Los que hasta ese momento no le habían prestado mucha atención, guardaron silencio, y la miraron fijamente, ahora sí que había conseguido hacerse por completo con el pabellón.
- ¿Y qué relación hay entre los partos de Calisa Puncio y los fenómenos extraños? – preguntó uno de los asistentes en voz alta para que todo el mundo pudiese escucharlo.
- Pues aun no lo sé – respondió Carpia visiblemente contenta de que por fin su público se implicara -, y es eso precisamente lo que quiero averiguar, lo que me queda por descubrir, tengo que hallar la conexión entre los partos y los fenómenos.
- ¿Cómo sabes que están comunicados? – preguntó otro de los asistentes.
- Tienen que estarlo, no puede ser casualidad, además, no olvidemos que los hijos de Calisa Puncio nacieron muertos, ¡los cinco! ¿No resulta cuanto menos insólito?
- ¡Es obra del demonio! – gritó una mujer desde el fondo de la sala.
Todos los asistentes miraron hacia atrás, la mujer miraba para arriba con los brazos extendidos hacia el techo; hubo un gran murmullo entre la multitud, Carpia no dijo nada, se limitó a esperar pacientemente, había conseguido que tomaran en consideración sus teorías y eso la tachaba automáticamente de la lista negra de cosas irregulares y poco lógicas de Livo.
- ¿Qué es lo que tú crees? – preguntó un hombre poniéndose en pie, el resto de los presentes guardaron silencio, pues se trataba del mismísimo juez Carón, uno de los hombres más poderosos del pueblo -, aunque no tengas pruebas aún, seguro que una idea de lo que sucede ronda tu mente, debes compartirla con todos nosotros ya que nos has reunido aquí.
- ¡Eso! ¡Eso! – comenzaron a gritar algunos de los allí presentes.
- Bueno, yo creo que Calisa Puncio ha hecho un pacto con el demonio.
- ¿Cómo?
- ¡Es obra del demonio! – volvió a gritar la mujer del fondo con los brazos en cruz.
- ¡Silencio! – ordenó el juez Carón - Continúa – dijo después dirigiéndose a Carpia.
- Bueno, todos conocemos a los Puncio y sabemos que Calisa Puncio es muy bella, es como si los años no pasaran por ella – el silencio en el pabellón era sepulcral -, cinco embarazos y su figura quedó intacta. Yo creo que entregó a Satanás sus hijos a cambio de belleza y juventud.
El silencio se quebró una vez más por el murmullo de la multitud, Carpia miró al juez Carón para ver cuál era su expresión, éste miraba hacia el suelo pensativo, como reflexionando sus palabras, midiéndolas minuciosamente, troceándolas en busca de su significado más profundo. Tembló, tuvo miedo de cuál sería el veredicto de aquel hombre tan poderoso en Livo, pues él y su amigo Nerodi eran los que manejaban los hilos que guiaban aquel pueblo. De pronto alguien tocó su hombro, ella se volvió sobresaltada para comprobar que se trataba de mismísimo Nerodi, un hombre moreno que vestía traje y corbata gris oscuro.
- ¿Me permite? – preguntó señalando el atril, Carpia asintió y se retiró apresuradamente para dejarle paso - ¡Un momento de silencio, por favor! – exclamó dirigiéndose a la multitud. Todos callaron y le miraron fijamente - Esta mujer nos ha recordado un hecho, o mejor dicho, unos hechos extraños que acontecieron hace más de diez años y que ya habíamos olvidado. Dice haber investigado mucho, y sin embargo no tiene pruebas para verter acusaciones tan graves sobre el matrimonio Puncio, que son personas muy respetadas y correctas. Es cierto que aquellos hechos fueron aterradores, algo que desgraciadamente se escapó a nuestro control, lo cual me pone los vellos de punta, pero no podemos tratar de buscar explicaciones absurdas e ilógicas, eso es de locos, y usted no quiere que creamos que está loca, ¿verdad? – preguntó mirando a Carpia severamente, ésta negó con la cabeza - Pues bien, lo mejor será que todos olvidemos este asunto, le daremos una nueva oportunidad a esta mujer para que se deje de historias y haga una vida correcta y como Dios y las leyes de Livo ordenan.

Los habitantes de Livo allí presentes, aplaudieron enfervorecidamente las sabias palabras de Nerodi, que concluyó su improvisado discurso con palabras de calma para tratar de tranquilizar los ánimos de la muchedumbre, pues no deseaba un pueblo muerto de miedo y paranoico a causa de la superchería y los cuentos de viejas, sabía de sobra que no había nada más peligroso que una multitud descontrolada a causa del pánico.
Carpia se retiro discretamente para no llamar la atención, consideraba que ya lo había hecho lo suficiente con aquella reunión que finalmente de nada había servido, o por lo menos de nada bueno, pues de ahora en adelante la vigilarían más de cerca, y esto suponía que tendría que ser más discreta y cauta, pues no tenía ninguna intención de abandonar el tema, ahora más que nunca tenía que demostrar que algo malo ocurría en casa de los Puncio, demostraría a todo el mundo que no estaba loca y se convertiría en algo célebre para Livo, todos los que ahora la tomaban por loca, tendrían, no sólo que disculparse, sino que deberían darle la razón y reconocer que su trabajo y sus investigaciones habían sido espléndidas; se vio impresa en un gran libro de historia y sonrió vanidosa escondida tras los enormes cortinones de terciopelo gris.


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Livo es un lugar regido por férreas normas y leyes, en el que casi todo está prohibido. Sus habitantes han decidido no amar, no soñar, no crear, y vivir conforme a normas y leyes que lo reglan todo de una forma neurótica, siniestra. Ansiosos por defender una existencia, que consideran perfecta, son capaces incluso de torturar y de asesinar. Sin embargo unos misteriosos sucesos, cambiarán el rumbo de los acontecimientos. La historia se desliza por multitud de pasadizos secretos, llenos de intrigas, en las que gentes poderosas manejan los hilos de un mundo que teme cambiar, a pesar de estar sumido en una pesadilla continua.


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lunes, 1 de diciembre de 2008

TRAS LA LUZ

Seray arrastraba sus cadenas entre la muchedumbre, se tambaleaba aturdido por el sordo silencio que reinaba a pesar de la multitud, un perverso vacío gobernaba sus oídos. Caminaba mirando hacia abajo, el peso de sus cadenas rasgaba la piel de sus tobillos provocándole un insufrible escozor.
- ¡Pomada para el dolor!- gritó una vieja que asomaba la cabeza por uno de los agujeros. Seray sonrió aliviado y se dirigió lo más deprisa que pudo hacia la anciana. Tomó el frasco de color blanco que ésta le ofrecía con una sonrisa dibujada en la cara, le dio las gracias y se sentó unos metros más adelante. Abrió el frasco de pomada y untándose los maltrechos tobillos, suspiró aliviado.
La cueva era más estrecha en el punto en el que Seray se había adentrado, aún había claridad, pero ahora era de un tono más macilento.
Con aquella pomada sus tobillos habían mejorado notablemente, y él, contento, decidió proseguir su camino; no debía entretenerse demasiado, así que se puso en pie y comenzó a avanzar nuevamente arrastrando sus pesadas cadenas a lo largo del pedregoso e irregular suelo.
Llevaba un largo camino recorrido cuando la sed le asaltó; a cien metros de distancia había una fuente con una gran hilera de personas que esperaba pacientemente su turno, para poder beber agua: un roquero, un cura, una madre, un adolescente enamorado, una camarera, una prostituta, un ejecutivo, una doctora…, todos permanecían en su puesto esperando saciarse. Seray se acercó lentamente y se colocó junto al último, un hombre alto con uniforme de guarda jurado.
La espera se hacía larga, “la gente tiene demasiada sed”, y Seray decidió sentarse en el suelo a descansar. Su mente se adentró en el mundo de los recuerdos y un nombre resonó en su cerebro: Yadamira. El olor de su piel se materializó repentinamente en su olfato, evocado por su memoria, el recuerdo de dicho aroma le arrancó una sonrisa, la sonrisa de un niño que vuelve a ver a su madre tras una larga ausencia de ésta. Yadamira había conocido sus más íntimos secretos, había visto la vida a través de los ojos de él, y él había aprendido a caminar gracias a ella, “me pierdo en tus ojos”, habían sido un sólo ser dividido en dos personas físicas diferentes.
El hombre del uniforme le tocó el hombro:
- La cola avanza, si se queda ahí sentado le pisarán - Seray miró hacia atrás mientras se levantaba, un montón de gente se había colocado tras él, les sonrió a modo de disculpa, tenían cara de enojados, “la gente cada vez tiene más prisa”
Yadamira lo había sido todo para él, pero un día comenzó a caminar más rápidamente y traspasó la luz sin él, “me lo prometió, siempre juntos, y se fue sin mi”.
- Oiga señor, ¿podría darme una moneda?- una niña de unos once años tiraba de la manga de su chaqueta. Su pelo era de color naranja, tenía los ojos azules y llevaba una falda larga con un delantal blanco y una camisa del mismo color con un corsé negro ataviado por cintas rojas. Seray rebuscó en su bolsillo tratando de hallar una moneda. Unos niños del final de la cola se reían a carcajadas de la niña; vestían vaqueros y camisetas con nombres de grupos de rock ingleses impresos en ellas. Había uno, de unos doce años, que fumaba un cigarro, tenía la mirada cansada, perdida, como si el alma que sujetaba su cuerpo se hubiera muerto dentro de él. “¡Por fin!” Seray halló una moneda vieja y se la entregó a la niña con una gran sonrisa, ella se agachó ligeramente a modo de reverencia y se alejó entre la multitud sin volver la vista atrás, Seray supo que lloraba y que no quería que los mocosos del final de la cola se dieran cuenta de ello.
La fila avanzaba lentamente y la gente que seguía a Seray comenzaba a impacientarse, una mujer anciana se las arreglaba a duras penas para mantener su puesto en la larga cola.
Un vendedor ambulante se detuvo frente a ellos y tras extender una manta de cuadros en el suelo, comenzó a colocar su mercancía sobre ella. Eran libros, libros de todos los estilos, épocas y géneros. El hombre sonreía a la gente que pasaba invitándoles a comprar algún libro, pero nadie se detenía, ni siquiera se molestaban en girar sus cabezas noventa grados para dirigirle una mirada, con un poco de suerte acompañada de una sonrisa; no tenían tiempo, ni interés, ni la mínima cortesía que te lleva a mirar con comprensión a un semejante que trata de conseguir algo en un ambiente hostil.
Seray decidió comprar un libro, cualquiera de ellos estaría bien, introdujo su mano en el bolsillo tratando de buscar algo de dinero, pero se detuvo en mitad de la búsqueda: “si dejo la cola tendré que colocarme al final y hay demasiada gente…”. Decidió no moverse del sitio, pensó que un libro más o menos no solucionaría el problema de aquel hombre.
La gente de atrás se impacientaba cada vez más, Seray temió que comenzaran a empujar, los de delante avanzaban envueltos en una cansina parsimonia, no parecían tener ninguna prisa, conversaban amigablemente unos con otros; los que venían por detrás no, ni siquiera se miraban, no sonreían, ni hablaban entre ellos, ¿por qué malgastar tiempo y energía con alguien a quien no conoces y no te importa lo más mínimo? Porque todos son hijos de Dios.
Seray volvió a pensar en Yadamira. Al principio había estado muy enfadado con ella, se sintió abandonado cuando se marchó, “no luchó lo suficiente por quedarse”, pero después dejó de estar enfadado para comenzar a estar agradecido por los años que ella había compartido con él.
Estuvo largo rato inmerso en sus cavilaciones y cuando quiso darse cuenta tan sólo había tres personas antes que él, pronto sería su turno y podría beber agua.
Cuando Yadamira estaba junto a él apenas tenía sed, muy pocas veces tenía que detenerse a beber en las fuentes; pero cuando ella partió la sed se hizo una compañera de viaje perpetua, al principio no podía soportarla, luego se acostumbró a ella y dejó de ser tan agobiante.
Llegó por fin su turno, la gente de atrás, devorada por la impaciencia, había comenzado a empujar. Seray subió a tropezones hasta la fuente, colocó las manos a modo de cuenco bajo el frío chorro que nacía del grifo de metal, acercó sus resecos labios al agua acumulada, y bebió con ansia. La gente de atrás gritaba casi histérica ante la tardanza de dos minutos escasos de Seray:
- ¡No tenemos todo el día!
- ¡Hay prisa!
- ¡Desde luego que cachaza, como si no tuviéramos nada más que esperar a que el señor termine!
Seray bebió lo más rápidamente posible, no quería ser él el causante de una guerra civil, tal vez mundial, a causa de su tardanza. Salió entre juramentos e insultos de aquella gente y volvió nuevamente a su camino, en él se encontró con el vendedor de libros que recogía ya la manta de cuadros. Se acercó a él lentamente:
- ¿Ya no vende más libros?- el hombre le miró con extrañeza, como si hubiese oído algo increíble, sonrió con lágrimas en los ojos:
- ¿Sabe lo que es un libro?
- Por supuesto - contestó Seray sorprendido, “¿está loco? ¡Valiente pregunta!”.
- Me refiero si los utiliza para leer…
- ¿Para qué sino?- Seray no podía creer lo que escuchaba, “decididamente es un loco”.
-¡Oh! Bueno, la gente los utiliza para diversas cosas, a veces los colocan en las estanterías para que los demás piensen que son cultos, incluso hay quien usa sus páginas a modo de pañuelos de papel; una vez un hombre se compró un lote de ellos, los más gruesos, con ese fin - el hombre explicaba esto con suma seriedad...
- Pero eso no puede ser…
- Se sorprendería de las utilidades que se le pueden sacar a un libro, si quiere venderlos no debe decir que son para leer, eso es poco práctico y la gente no los compra, debe buscarles nuevas utilidades, una vez los vendí como pisapapeles, vendí un buen montón.
- Yo no compraría un libro si no fuera para leerlo.
- Por eso me ha sorprendido. Ahora debo inventar una nueva utilidad, la de abanicarse ya no vende - el hombre se perdió entre la multitud dejando atónito a Seray, “¿abanicarse?”.
Una vez repuesto, comenzó a caminar nuevamente, un diminuto punto de luz se vislumbraba al final del túnel. Las cadenas comenzaron a rozarle nuevamente reabriendo las viejas rozaduras, ya no le quedaba pomada, así que tendría que soportar valientemente el escozor que le producían, además, ya no había muchos sitios donde poder hallar pomadas a medida que iba avanzando. Los pies le pesaban como si los llevase incrustados en dos gruesas losas de hormigón, “debería sentarme a descansar un momento”, “¡no!” Decidió seguir caminando, sabía de sobra que el cansancio que sentía no pasaría aunque se sentase, ni siquiera durmiendo se desharía de él, no era un cansancio físico, era un cansancio más profundo, un cansancio interior, de entrañas…Sintió que el peso de la vida se le echaba encima con una sórdida pesadez que no recordaba haber percibido más que una vez, cuando Yadamira se fue.
Vio a lo lejos a un par de mujeres discutiendo; a medida que se iba acercando las iba viendo con más nitidez, una de ellas era mayor, tendría unos cincuenta años, la otra era joven, unos veinte. La mayor se llevaba las manos a la cabeza continuamente, la otra la miraba con desafío, gritaban las dos a la vez, tapándose las voces. Seray se acercó lo suficiente para escuchar lo que decían; la joven repetía sin cesar frases como: “no me entiendes, no entiendes nada”, y la más mayor le replicaba con cosas como: “desde luego, Dios nos ayude, en mis tiempos NO”. Tras observarlas durante largo rato llegó a la conclusión de que la una no oía lo que la otra decía, cada una de ellas creía que estaba en posesión de la verdad y por este motivo no se escuchaban más que a sí mismas, era un monologo compartido, “puede que discutan eternamente”:
- Lo harán.- respondió una voz que parecía haberle leído el pensamiento, Seray se dio la vuelta hacia su derecha, que era de donde provenía la voz. Un hombre muy anciano le miraba sonriente, tenía una perilla blanca y el cabello le llegaba hasta los hombros-. No se pondrán de acuerdo nunca.
- ¿Cómo sabe…- balbuceó Seray sorprendido – lo que harán?- en realidad la pregunta era cómo sabía lo que pensaba, pero la cambió inconscientemente.
- Cada una habla un lenguaje distinto y realmente no quieren entenderse. La mayor sólo quiere obediencia y la joven seguir sus instintos sin obedecer normas. Ambas saben que no se dejarán convencer por la otra.
- Entonces… ¿por qué no lo dejan?
- Porque cada una cree que terminará convenciendo a la otra.
- Eso es ridículo.
- Reconocer eso es darse cuenta de lo absurdo de esta vida. Pronto…
- ¿Pronto qué?
- Traspasarás la luz.
- Aún está lejos - entonces el amable anciano señaló el fondo del túnel, el diminuto punto de luz había aumentado considerablemente, ahora se asemejaba mucho a la luna llena. Seray miró al hombre, que sonreía paternalmente, con una mezcla de miedo y curiosidad- Usted…
- Iré contigo, hay que concluir la enseñanza.
Anduvieron largo rato sin mediar palabra, la gente de alrededor parecía cansada, el murmullo de sus voces era monótono, ya no se oían gritos. Los niños, al igual que los adultos, caminaban en silencio; el cansancio era tan denso que se sentía en la piel como una tela de araña.
- Ya no estás enfadado con Yadamira, ¿pero has comprendido que debía irse?- Seray miró al viejo con fijeza, “conoce a Yadamira, ¿y qué más sabe?”.
- Sí - contestó secamente.
- Ella está bien.
- ¿Y qué más?- preguntó bruscamente tras detenerse en seco. El anciano le sonrió con una tranquilidad pasmosa -. Prefiero caminar solo, estoy acostumbrado a la soledad y me gusta.
- No te gusta. Te has refugiado en ella porque era más fácil que enfrentarte y combatirla - no dejaba de sonreír pero sus palabras resultaban duras. Seray echó a andar y él le siguió en silencio.
Un hombre de unos cincuenta o sesenta años se tapaba los oídos con irritación, tenía la cara enrojecida por la cólera que sentía. Caminaba dando tumbos por el túnel sin mirar a su alrededor.
- Pobre loco - comentó Seray.
- No está loco.
- ¿Entonces cómo se explica que camine echando juramentos al viento con los oídos tapados?- preguntó al anciano en tono desafiante.
- Simplemente no quiere escuchar - respondió éste sonriente.
- ¿Por qué viene conmigo? ¿Quién es usted?
- ¿No crees que son demasiadas preguntas?
- Si no va a responder a nada prefiero seguir solo.
- Puedes elegir, puedes comportarte como ese hombre que se tapa los oídos, pero no te llevará a ninguna parte.
- Si va a venir conmigo prefiero saber quién es.
- Soy un poeta.- Seray le miró con cierto escepticismo; el hombre que se tapaba los oídos se había perdido entre la multitud gritando y dando alaridos de dolor.
- Un hombre que grita de ese modo debe sentir mucho dolor en su cuerpo.
- Es el alma lo que produce ese dolor, las entrañas punzan mucho…
- Tal vez oírle le ayude, vaya a hablar con él.- dijo Seray al anciano en tono irónico; éste le lanzó una mirada de acero, una mirada metálica que le erizó el bello de todo el cuerpo a pesar de que su sonrisa no había cesado en ningún momento -. No creo que deba juzgarme.
- No lo hago, tú mismo te juzgas y crees que son los demás los que lo hacen; te has destapado los oídos y comienzas a ver las cosas como son, eso es lo que de algún modo te asusta.
- Nunca he tenido tapados los oídos - respondió Seray algo molesto por las afirmaciones del poeta.
- ¿Crees que ese hombre es consciente de que los lleva tapados?
- Me duele la cabeza.
- Cuando comprendas cesará el dolor…

Las cadenas pesaban de una forma más evidente y la sed comenzó a acuciarle nuevamente, pero no vio ninguna fuente donde poder beber agua.
Seray sabía que sus pensamientos eran leídos por aquel poeta que le acompañaba en silencio, no le hacía ninguna gracia, pero no le molestaba tanto como al principio. Pensó nuevamente en Yadamira, no pudo evitarlo a pesar de saber que el poeta le leía el pensamiento; ella no se hubiera enfadado con el anciano, hubiera entablado una conversación con él, le hubiera preguntado por qué razón estaba allí, qué quería, etc.; él era demasiado orgulloso para mostrar curiosidad. Sin embargo no necesitaba preguntar todas esas cosas porque de algún modo instintivo conocía las respuestas. Aquel hombre era una especie de guía que debía conducirle. Se detuvo en seco mirándole a los ojos, el poeta sonreía intensamente:
- No soy un ser sobrenatural - respondió adivinando una vez más la pregunta de Seray-. Soy como tú pero sin el lastre de la existencia física.
- Eres de carne y hueso.
- Nadie es de carne y hueso realmente.
- No creo en Dios, ni en nada, es todo mentira, un chiste, superstición de viejas locas y gente sedienta de querer creer en algo.
- No importa, Él sí cree en ti - Seray le miró desconcertado, como si hubiese desbaratado todo su discurso y no tuviera más argumentos -, si fuera verdad lo que dices, si realmente pensaras de ese modo, yo no estaría aquí.
- ¿Por qué está aquí?
- Porque estás preparado, no debes dejarte vencer por el miedo, es un enemigo realmente traidor.
Comenzaron a caminar, las cadenas eran cada vez más pesadas. No recordaba exactamente desde cuando estaban allí, aparecieron poco a poco, se fueron anudando a sus tobillos y se hicieron más densas, un día se dio cuenta de que las tenía pero no les dio importancia hasta que comenzaron a pesarle. Nunca había intentado quitárselas, por alguna extraña razón sabía que no podía hacerlo, sabía que le acompañarían hasta el final de su vida.
El poeta caminaba silencioso con el rostro sereno, miraba hacia delante pero no tenía la vista fijada en nada concreto, era como si mirara más allá de la multitud, más allá de todo…
Seray recordó al hombre que vendía libros y sintió un profundo arrepentimiento por no haber comprado ninguno. Yadamira siempre había sido más coherente con sus propios sentimientos, nunca dejaba de hacer lo que debía escudándose en burdas excusas, tal vez por eso se había marchado y le había dejado. Se fue sin más, no dijo nada, no dio ni una triste explicación.
- No hacía falta, tú sabes cuál es la razón - soltó el poeta de pronto. Seray le miró con aire cansado.
- Yo hubiera avanzado con ella, pero no me dejó…
- No podías, no quisiste darte cuenta de demasiadas cosas.
- Éramos tan parecidos al principio…
- Te quedaste con las formas cuando ella ya había descubierto el fondo, ella lo sabía y lo sintió mucho, te quería demasiado pero no pudo esperarte tanto tiempo.
- Estábamos muy cerca…
- No, cada vez os alejabais más, pero tú no te diste cuenta hasta que ella se marchó. No pudiste soportar la verdad y te enfadaste con ella, era la salida más fácil. Ahora la has perdonado, no estás enfadado con ella, porque sabes lo que ella ya sabía - Seray le miraba sumido en un profundo silencio, tenía los ojos hundidos en lágrimas. Se sintió muy cansado, muy desesperado, se concibió solo, y la soledad ya no le parecía un refugio, sino una maldición.
La luz había crecido aún más, y a medida que se acercaban a ella, la soledad se hacía más densa; pero no era la luz, era la gente, caminaban unos junto a otros formando una gran masa humana envuelta en una soledad que seguramente todos sentían pero que ninguno trataba de remediar, tal vez porque sabían que no podía corregirse, cada uno tenía que cargar con el aislamiento de su propia existencia, y así cada caminante trazaba su camino en la más sórdida soledad.
Seray lloraba en silencio, iba derramando sus lágrimas por el suelo, había comenzado a ser consciente de su propia razón de ser y se dio cuenta del dolor que tuvo que sentir Yadamira mientras él, envuelto en su farsática vida, había creído que ella era feliz, había pensado que su marcha había sido provocada por algún capricho, incluso se había sentido culpable creyendo haber hecho algo malo que la obligó a marcharse y dejarle solo. Sintió con amargura que su simpleza fue el motivo, él era demasiado básico para ella, ella era mucho más en todos los sentidos.
- Cada cual avanza a un ritmo diferente, tú no eres culpable de nada.
- Si no hubiera sido tan terco, tan primario…
- Ella comprendió antes que tú, tal vez era más receptiva, pero tú has comprendido a tiempo y eso es lo que importa. La mayoría de la gente que ves a tu alrededor aún no ha llegado a ninguna conclusión, aún no ha comprendido.
- ¿Por qué un poeta?
- Porque el poeta ve el mundo de una forma diferente, es capaz de ver las cosas que la mayoría de la gente ni siquiera puede intuir. El poeta es más libre, no está tan condicionado por el lastre material, el poeta siente más y por ello sufre más y a la vez disfruta más, se mueve en otra esfera porque es un soñador y los sueños son hijos de las estrellas. El poeta vive enamorado de nada en concreto y de todo en general, descubre cosas que son demasiado pequeñas y piensa demasiado en Dios. Por todo esto llega antes a las conclusiones.
- Yadamira no era poeta y sabía cosas…
- Ser poeta no es escribir poesía - Seray le observó por primera vez con admiración y se sintió un poco más cerca de él. Volvieron a caminar en silencio; Seray iba envuelto de nuevo en sus pensamientos compartidos conscientemente con el poeta.
Sentía su piel apergaminada, era como si un montón de finísimas grietas la recorriesen de arriba abajo, le pesaban los párpados como si fueran persianas metálicas empeñadas en cerrarse a toda costa, además el dolor de sus tobillos se hizo más intenso.
Un penetrante alarido rasgó el silencio y le hizo detenerse en seco y girarse hacia el lugar de donde provenía. Una mujer anciana lloraba a pleno pulmón con las rodillas hincadas en el suelo, elevaba sus manos al cielo en señal de súplica; tenía los ojos hundidos y la piel pálida, su nariz estaba afilada y sus labios eran tan finos que apenas podían distinguirse entre los pliegues de la boca. Seray miró al poeta con gesto de interrogación, éste no dijo nada, se limitó a sonreír con ternura.
- Debo ayudarla.- el poeta siguió sin pronunciar palabra. Seray se acercó a la anciana con rapidez, pero cuando llegó a dos metros de distancia de ella sus cadenas comenzaron a pesarle tanto que no pudo avanzar más, no podía con ellas.
- ¡No puedo moverme!
- Sí puedes - afirmó el poeta-, lo que no puedes hacer es acercarte a ella.
- ¿Por qué no? Está sufriendo y yo debo ayudarla.
La anciana giró la cabeza y miró a Seray con el rostro lleno de dolor:
- No puedes ayudarme, no puedes hacer nada, ellas no dejarán que te acerques.
- ¿Cómo? No puedo ayudar porque las cadenas pesan demasiado y no puedo llegar hasta usted.
- No puedes llegar porque apenas estoy aquí, me marcho y me cuesta desprenderme de mi misma, por eso siento dolor.
- No entiendo lo que está diciendo.
- Yo sólo digo lo que me han explicado las voces.
Seray miró al poeta con extrañeza, éste le tomó por el brazo y le llevó unos metros hacia la derecha.
- Ella no ha comprendido nunca, por eso ahora sufre, sabe que debe marcharse de aquí pero siente demasiado apego, no comprende que está de paso, que ella no es ella, que ella es la esencia de su interior, se niega a comprender a pesar de que ellas se lo han explicado.
- ¿Quiénes son ellas?
- Las voces de sus entrañas. Ella ya sabe interiormente lo que exteriormente no quiere comprender.
La mujer lloraba desconsoladamente, “¡no, no!” Se golpeaba el pecho con los puños mientras seguía suplicando que cesara aquel dolor. Seray la observaba horrorizado, no recordaba haber visto un sufrimiento tan intenso; era como si el alma se le fuese a salir del cuerpo rasgándola por todos los poros de su piel. De pronto se levantó mostrando sus ensangrentadas rodillas, los músculos de su cara se relajaron y una casi imperceptible sonrisa se dibujó en su arrugado rostro. Comenzó a caminar lentamente hacia delante y al pasar al lado de Seray le miró con una ternura casi celestial y le regaló una amplia sonrisa, luego se acercó un poco más a él y le acarició la mejilla con sus ásperos dedos de anciana, después volvió a caminar hacia delante, ahora mucho más deprisa, y se perdió más allá de la densa multitud de gente que seguía avanzando en silencio. Seray permaneció largo rato observando el punto donde finalmente había desaparecido la anciana. No preguntó nada al poeta, sabía de sobra lo que había ocurrido y ni siquiera tuvo la necesidad de hablar de ello.
Una pareja se besaba apasionadamente en una de las grietas del túnel. La gente avanzaba junto a ellos, algunos se paraban a observar, otros se reían a carcajadas y les señalaban, pero la pareja no se inmutaba y seguía besándose frenéticamente.
- Parecen muy enamorados. – comentó Seray.
- ¿Crees que están muy enamorados porque no paran de besarse y de exhibir su intimidad en público?
- No hay nada de malo en besarse delante de la gente.
- ¿Crees que se besan?
- Es evidente. – Seray no comprendía a donde quería llegar.
- Tal vez necesiten que los demás les digan lo enamorados que están porque en realidad no es así.
- ¿Y por qué iban a querer que los demás les dijeran eso?
- Porque necesitan estar enamorados para permanecer juntos, y necesitan permanecer juntos para no estar solos.
- Pueden esperar a enamorarse realmente de alguien.
- Tienen miedo de no hacerlo. Pero ellos no saben nada de esto, ni siquiera saben que aún estando juntos, están completamente solos, aislados por su propia falta de sentimientos.
Seray bajó la cabeza con aire cansado, era como si todo el mundo tuviera una explicación dentro de la inmensidad del cosmos. Cada cosa estaba situada en su justo lugar para algo en concreto, para cumplir un claro cometido dentro de la grandiosa cadena divina. De repente veía todo con una claridad espléndida, era como si alguien hubiera liberado la VERDAD que llevaba dentro y le hubiera mostrado la aplastante lógica que había en todo simple movimiento, cada hecho, todo sucedía por algo y para algo. Al principio sintió ahogo, “todo programado, demasiado programado”, pero seguidamente sintió alivio, “la verdad os hará libres”.
Unos metros más adelante había una gitana anciana sentada a una mesa redonda cubierta con un mantel rojo plagado de estrellitas azules. Daba gritos a la gente pidiendo que se acercasen, gritaba tanto que Seray sintió curiosidad y se acercó a ella. El poeta le siguió sin mediar palabra. La gitana miró a Seray con una amplia sonrisa:
- ¿Quiere conocer su pasado, señor?- preguntó sacando una vieja baraja de cartas que guardaba en una funda de terciopelo negro.
- No. Conozco mi pasado perfectamente, lo que quiero es conocer mi futuro.
- No. El futuro no - dijo ella con una seriedad rotunda-. Siéntate - dijo después señalando una silla que había al otro lado de la mesa, justo enfrente de ella.
- Creo que no me interesa, como ya le he dicho conozco mi pasado, y si no puede decirme nada sobre el futuro no me interesa.
- ¿Piensas que conoces tu pasado a la perfección? Eso no puede ser, nadie lo conoce realmente, hay cosas que se ven de una manera determinada y no son así, otras nos pasan desapercibidas.
Seray comenzó a tener curiosidad, había mucha gente dispuesta a leerle el futuro, pero no el pasado. Movido por dicho sentimiento se sentó en la silla frente a la mujer, ésta le entregó la baraja, muy gastada y manoseada, y él comenzó a mezclar. El poeta permanecía en pie junto a él. Terminó de barajar las cartas y se las entregó a la gitana, ésta comenzó a extenderlas sobre la mesa; Seray la observaba sin perder detalle.
- No has sido malo, tampoco bueno, más bien has sido mediocre, pero eso ya lo sabes y nunca lo has llevado bien, siempre has deseado hacer cosas y jamás te has atrevido, el miedo te ha impedido hacer las grandes cosas que hubieras debido hacer.
- He ascendido mucho en mi trabajo y siempre fui el primero de la clase.
- ¿Crees que eso es destacar?- Seray no respondió, esperó expectante a que ella le explicara el significado de destacar- ¿Por qué no compraste el libro de aquel hombre? Porque tenías que arriesgarte a dejar la cola y perder tu puesto en ella, luego te excusaste diciéndote a ti mismo que daba igual si lo comprabas o no. Pudiste salir y arriesgar, librarte así de esa mediocridad que siempre te ha embargado.
- No creo que sea para tanto, ya lo he olvidado.
- Eso no es cierto Seray - no se asombró de que supiera su nombre-, los remordimientos van contigo, te sientes mal, siempre te has sentido mal por no haber hecho algo que realmente mereciera la pena. ¿El primero de la clase? ¡Valiente tontería! Eso no es nada, eso es ser nada, es ser un cuadro más en un folio cuadriculado, un bolígrafo más en un almacén; nunca has hecho algo real.
- La gente espera que sigas las normas, forma parte del juego.
- ¿Qué juego? ¿El de quién? Ser diferente es un reto que te has planteado mil veces, sin embargo nunca has sido disímil, porque no has hecho nada, nunca te has arriesgado por ser más.
- ¿No hay nada bueno en mi pasado?
- No estás aquí para ver lo bueno, sino para rectificar lo malo.
- Bien, ¿hay algo más?- preguntó en tono sarcástico.
- Has sido muy prepotente - Seray la miró indignado -. No me mires de ese modo. Si hubieras sido una persona más humilde no hubieras perdido a tu amada Yadamira, te hubieras dado cuenta de lo que ella te pedía a gritos. Luego te sentiste muy solo y la soledad te hizo comprender, te hizo apreciar los pequeños detalles, sin embargo aún no has actuado, no has pasado a la acción.
- ¿Qué puedo hacer? No parece que haya solución - Seray se sentía cansado y abatido, ya no tenía fuerzas para oponerse o discutirle nada a nadie. Decidió aceptar su destino sin más.
- Yo sólo te digo lo que hay en tu pasado, no cómo debes actuar; lo siento, pero eso no entra dentro de mis labores.
Seray se levantó mientras la gitana recogía las cartas y las colocaba en la funda de terciopelo negro. El poeta no había dicho ni una sola palabra en todo el tiempo y Seray pensó que era algo en lo que no podía entrar, algo que debía meditar él solo.
Comenzaron de nuevo la marcha en un silencio tan profundo que hubiera podido ser rasgado por el vuelo de una mosca y la habría oído con total claridad. La masa de gente se arrastraba cabizbaja a lo largo del túnel, cada vez más angosto, como un montón de cadáveres resignados y abandonados a su suerte. Ya no se oían pasos, ahora se oía el arrastrar de las cadenas, de los pies cansados, de los rostros pálidos, de miradas perdidas, de comprensiones tardías y arrepentimientos socorridos.
El poeta se detuvo, dio media vuelta y se dirigió a un banco de madera, que había a un lado, y se sentó en él; Seray le imitó y se sentó a su lado con los ojos bañados en lágrimas. El poeta miraba al suelo sin dejar de sonreír, permaneció así durante unos minutos y luego miró a Seray, éste no dijo nada, esperó que aquél hablara primero.
- Debemos hablar Seray, ya es el momento de hablar en serio.
- La anciana ha hecho ya ese trabajo por mí - respondió asustado ante el inminente final del camino.
- Ella te ha dicho, pero tú no has dicho, y ahora eres tú quien tiene que poner orden en las cosas.
- Si pudiera volver atrás le compraría un libro a aquel vendedor, puede que le quitara el cigarro al niño de la cola de la fuente, o explicaría a la pareja que se besaba que esa no es la solución a la soledad.
- No se trata de que te conviertas en un héroe, no puedes cambiar el mundo, hay cosas que deben suceder de ese modo y ni tú ni nadie debe intervenir; pero sí podías cambiar tu propio entorno, tu vida, tu persona.
- Ya no puedo dar marcha atrás, Yadamira no volverá, si ahora estuviera conmigo todo sería diferente…
- Sigues cargándole la losa de tus problemas; debes hacerte cargo de ti mismo, ella no está aquí y tú tienes que tomar las riendas de tu propia existencia - Seray lloraba desconsolado, no se sentía capaz de asumirse, “¡a estas alturas!” Miró al poeta y descubrió en sus ojos dos lunas rotas, ya no era joven, había envejecido sobremanera a lo largo del trayecto, no es que cuando le halló fuera joven, pero ahora estaba más mayor.
- He pasado toda mi vida pensando en lo que los demás podían darme y ahora me pregunto qué demonios les he dado yo. A Yadamira la quise más que a nada en el mundo, y sin embargo, ¿se lo demostré alguna vez? Nunca. Suponía que ella ya lo sabía, y seguramente así era, pero eso no era excusa para no demostrárselo, ella lo necesitaba aunque nunca me lo pidiera; yo en cambio le exigía que me amara sobre todas las cosas. Ahora siento que me arrastro por el último soplo de vida que me queda y sólo puedo mostrar un sincero arrepentimiento.
- No es cierto Seray, comprendes y asumes tu vida, por fin te has hecho cargo de tu existencia: Debes marcharte.
- ¿Y…?
- Yo no puedo ir contigo, ya no me necesitas, llevas todo lo necesario en ti, por fin lo has encontrado.
Seray se levantó lentamente y comenzó a andar, no miró hacia atrás, la luz ya estaba allí y se fundió en ella con los brazos en forma de cruz. Un intenso bienestar le inundó las entrañas; abrió los ojos lentamente y halló ante sí, recortada sobre un fondo azul, una silueta compuesta por millones de átomos de luz blanca, “la Virgen”, pensó, “no”, respondió una voz en su cabeza. Se acercó lentamente a ella, inducido tal vez por la paz que emanaba, y poco a poco fue descubriendo su rostro, un bello rostro del color del marfil, “Yadamira”, se dijo, y la hermosa mujer sonrió mientras le tendía la mano. Seray se acercó más aún, con las mejillas anegadas en llanto, llegó hasta ella y se aproximó a sus labios para besarlos y cuando por fin los unió, se fundieron ambos en una sola luz que se perdió en el azul del fondo.





Este relato, fue publicado en una antología de cuentos, titulada "Cuentos selectos"; ahora se puede encontrar en el interior del libro CALEIDOSCOPIO, publicado en BUBOK.COM y LULU.COM.
Los enlaces para adequirirlo se encuentran en esta misma página, en la entrada titulada como CALEIDOSCOPIO, donde se detalla más información sobre el libro.

lunes, 24 de noviembre de 2008

REFUNDEMOS EL CAPITALISMO


Los máximos representantes de nuestros flamantes países se han reunido de urgencia, y es que por lo visto la economía está enferma, según algunos, moribunda según otros. Es el momento de buscar recetas milagrosas, y cataplasmas en nuestros botiquines, sí, sí, en los nuestros, porque está claro, que pase lo que pase, pagamos nosotros, los eternamente olvidados cuando se trata de repartir los huevos de oro de la gallina. Pero es que ahora resulta que la gallina ha dejado de poner huevos, y parece que alguien poco precavido se ha comido los que quedaban sin pensar demasiado, en conclusión, que nos quedamos sin tortilla.
Nadie parecía llevarse las manos a la cabeza cuando la vivienda subía y subía como la espuma de una bañera de hidromasaje, cuando los bancos repartían créditos a diestro y siniestro, disfrazados de Robin Hood, o cuando los listillos de la bolsa, invertían el dinero de todos en gaseosas nubes de verano. Ahora, cuando el sistema financiero, cae cuesta abajo y sin frenos, como las piezas del dominó, los poderes fácticos mundiales se rasgan las vestiduras, y miran hacia abajo desde su Olimpo de dioses, acordándose de los pobres olvidados, y paganinis de profesión.
Tenemos que apretarnos el cinturón, eso nos dicen, tenemos a la vez que consumir, porque no se vende de nada, y claro, si no se compra, no se vende, y entonces las empresas cierran y nos vamos al paro, con lo cual, menos podremos consumir, y más empresas cerrarán, en fin, que la economía es un sistema de vasos comunicantes, y estamos en una especie de encrucijada.
Parece por lo tanto, que el sistema ha fallado, ha hecho aguas y ha naufragado inexorablemente, y sin embargo, las grandes cabezas pensantes que lideran nuestros países, deciden refundarlo, ¿no es de locos? ¿Por qué seguir utilizando algo que no funciona? Bueno, ciertamente me vienen muchas respuestas a la cabeza, supongo que hay grandes beneficios, fortunas que a nosotros se nos escapan, intereses de muchos tipos…, pero eso, todos esos motivos, no nos importan realmente a los ciudadanos de a pie, a los que no podemos pagar una hipoteca desmesurada, o que no llegamos a fin de mes a pesar de tener el cinturón más que apretado.
Hay un sabio refrán popular que dice: la avaricia rompe el saco; y explicado de manera sencilla, clara, y meridiana, eso es lo que ha pasado. El afán por querer ganar dinero a espuertas, sin medir las consecuencias y perjuicios derivados de ello, nos han colocado al borde de un precipicio, cuyo final no somos capaces de vislumbrar, y supongo que eso es lo que más temor nos causa.
No sé cuáles vayan a ser las recetas milagrosas que se van a aplicar a este mundo que habitamos, probablemente refundar el capitalismo no es más que poner parches sobre las enormes heridas sangrantes, heridas de las que brotan cayucos y pateras africanos, guerras por obtener y controlar el poder, engañifas para que la injusticia se mantenga, ceguera ante quiénes son los verdaderos responsables de todo esto que nos ocurre…, pero sinceramente, no creo que las cosas se puedan mantener eternamente, y menos las que no funcionan.
Esperemos a ver cuáles son las soluciones peregrinas que nos muestran, pero sinceramente creo que sólo hay algo que puede funcionar: LA JUSTICIA SOCIAL.

martes, 18 de noviembre de 2008

CALEIDOSCOPIO


"Caleidoscopio" no es solamente un libro de relatos, es mucho más. A lo largo de las sorprendentes historias que se narran, se va desarrollando una crítica ácida y contundente de la sociedad en que vivimos, de las miserias del ser humano, y de cómo es posible superarlo todo finalmente. Leer "Caleidoscopio", es abrirse al pensaiento y la meditación más profunda sobre si estamos o no en el camino correcto. Es un gran viaje, ¿te atreves a realizarlo? El primero de los relatos, "Tras la luz", ya fue publicado con anterioridad en un libro de relatos titulado: "Cuentos selectos."


Se puede adquirir el libro el la editorial BUBOK.COM, también el LULU.COM.

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lunes, 17 de noviembre de 2008

EL ULTIMO CIGARRO



Aquella mañana me levanté con el firme propósito de dejar de fumar de una forma definitiva y rotunda. La idea de que mis pulmones se estaban convirtiendo en una viscosa masa de gelatina negra era un más que poderoso motivo para abandonar el vicio de una vez por todas. Sin embargo me agobiaba sobremanera el pensar en los largos momentos nocturnos de balcón y pensamiento existencial, sin un compañero tan fiel como el cigarro de turno girando levemente entre mis dedos.
La idea del pensador bohemio que fuma mientras se transporta a través del humo a ese mundo paralelo que nos rodea, me había impulsado a postergar mi decisión de abandonar el tabaco de una forma radical. El sentido común tomó la iniciativa esta vez, y aunque la nostalgia luchaba en mi interior tratando de obligarme a pertenecer aferrada al pasado, puso orden de una vez por todas a la locura que siempre me había impulsado a agarrarme con fuerza al tópico que liga el fumar con el pensamiento trascendental del libre pensador.
El tabaco ha sido siempre algo básico en mi vida, no recuerdo ni un solo momento decisivo sin un cigarro en la mano; compañero inseparable de mis nervios, mis miedos, mis juergas y mis celebraciones, también de los melancólicos momentos sumidos en la más absoluta soledad, en mis vacíos existenciales más rotundos... Supongo que se trataba de un cambio de mentalidad, o más bien de costumbre, supuse que tendría que canjearlo por el chicle, que no tiene tanto carisma, o glamour, o como demonios se llame lo que tiene, pero por lo menos no sentiría que me mataba el alma a golpe de bocanadas de humo.
Lo malo de los chicles es ese aire de americano descerebrado y pasota que te dan, son una especie de antítesis del tabaco; el fumar te da cierto aplomo, seriedad y personalidad, incluso te da encanto, y en ocasiones resulta sexy; el chicle es todo lo contrario, si no sabes mascarlo con cierto recato puedes pasar de tener un aire de pasota, a tener un repugnante aspecto de bocazas, sobre todo si lo mascas con la boca abierta mientras miras al que se sienta frente a ti en el metro con ese descaro típico de los chiclistas habituales. Eso si no mencionamos lo poco seductor que resulta que se te acerque un tipo tratando de imitar a Richard Gere en Pretty woman, emitiendo ese desagradable sonidillo de la saliva al mezclarse con la goma de mascar, a invitarte a tomar algo. Si se te acerca fumando un cigarro la cosa cambia, automáticamente, el chico en cuestión, gana en estilo y clase.
La marca del tabaco que se consuma no es de gran relevancia, aunque en ocasiones nos describe a la persona que lo fuma. Por ejemplo, el que consume Whiston, Malboro, o similar, maneja dinero, tal vez trabaja, o sus padres le pagan el vicio con una paga consistente. Están después los fumadores de Lucky, Chesterfield, y demás, estos no tienen tanto dinero como los anteriores, pero no se resignan a fumar cualquier baratija, su planteamiento suele ser el de "por veinte céntimos más no me voy a hacer millonario". Finalmente tendríamos la clase baja de los fumadores; estos no tienen un duro, economizan al límite y para ello mantienen el vicio con tabacos de rebaja, y cuando se pasan de la ración de nicotina diaria y necesitan más solicitan amablemente un pitillo de algún fumador caritativo.
No podemos dejar de comentar la forma de fumar. Están, en primer lugar, los fumadores experimentados, éstos fuman como si la cosa no fuera con ellos, como si no supieran de dónde ha salido el cigarro que consumen: "¿Fumando? Sí, bueno, pasaba por aquí..." . Luego están los adictos enfermizos, los Érase una vez un hombre a un cigarro pegado, el vicio les puede, no son ellos los que fuman, más bien el cigarro se los fuma a ellos. Los más graciosos son los primerizos, encienden el cigarro agazapados, se trata de que no se note mucho el acto fuera de la ley que van a cometer. Si están en una cafetería suelen camuflar el cigarro debajo de la mesa y se muestran nerviosos cuando el humo se rebela y comienza a salir a la superficie delatándoles. Se comportan como si todo el mundo les escudriñara con la mirada recriminándoles tal acción.
La cuestión es que decidí dejar de fumar definitivamente, me dio pena abandonar a mis camaradas de vicio, pero no les tenía tanto apego como para morir con ellos por la causa. Aquella mañana tomé la decisión, firme e irrevocable, de fumar mi último cigarro. Decidir cuál sería el momento idóneo era la mayor dificultad que se me presentaba delante. En principio pensé en la mañana, un cigarrito matutino sienta bien, pero pronto descarté esa idea, imaginar lo largo que se me haría el resto del día me hizo cambiar de opinión. Luego barajé la posibilidad de fumármelo después de comer, todo fumador estará de acuerdo conmigo en que tras el atracón, el cigarro te llama a gritos desde el paquete, finalmente, y tras arduas deliberaciones, la noche se me dibujó como la respuesta idónea. Me pasé el día entero soñando con dicho momento. Lo planeé a conciencia; me sentaría en la terraza a mirar las estrellas y a pensar en el infinito, llevaría un libro conmigo, mi segundo amigo fiel, lo que me planteó el problema de seleccionar el mismo, no servía cualquier lectura para la ocasión. Pensé en el último libro que había leído, pero no era suficientemente emblemático para tan señalado momento. No conseguí decidirme, así que concluí que lo mejor sería llevar mi libreta de notas, a fin de cuentas era lo más personal que tenía.
Estaba sentada en la terraza, el cigarro y el mechero en la mano, la libreta sobre mis rodillas y el cielo lleno de estrellas, incluso había luna llena. Pero entonces me di cuenta de que aquel cigarro no sería igual que los demás, no podría imprimirme esa sensación de intemporalidad que me embargaba cuando fumaba inmersa en mi mundo de sueños, aquel cigarro estaba inexorablemente enmarcado en el tiempo, tenía un principio y un final, iba en contra de cualquier sentimiento de trascendencia. ¿Qué sentido tenía fumar un cigarro que no me iba a aportar más que la angustia propia de lo que se hace por última vez? La respuesta era clara: NINGUNO. Tiré el cigarro terraza abajo y volví a entrar en casa con mi libreta; me había despedido del tabaco, pero el cielo emborrachado de estrellas y sueños seguiría allí al día siguiente por la noche.

lunes, 10 de noviembre de 2008

FRASES PARA PENSAR V:

(LAS FRASES AQUÍ CONTENIDAS ESTÁN REGISTRADAS, Y NO PODRÁN SER UTILIZADAS SIN EL PREVIO PERMISO DE LA AUTORA, Y SIEMPRE FIRMADAS POR LA MISMA.)



1-Haz que cada persona que toque tu vida, se vaya sintiéndose alguien muy especial.


2-En el amor, lo importante no es la cantidad, sino la calidad.


3-No quiero escuchar un llanto y permanecer impasible.


4-Siempre estarás donde están aquellos que amas, incluso en la distancia más rotunda.

5-En ocasiones, la duda conduce a la sabiduría.


6-Sólo aquel que tiene fe, consigue lo imposible.


7-Doy gracias a quienes me criticaron, ofendieron, juzgaron o vilipendiaron, porque todos ellos me hicieron crecer.

8-¿Hay mejor regalo que la comprensión en un momento de fatalidad?

9-Amar a otro ser humano, es amarse a uno mismo, todos somos uno.


10-Llamamos a la vida Valle de lágrimas, cuando debiéramos llamarla Lugar de oportunidades.

11-El tiempo que ocupan las quejas es un tiempo perdido.


12-No intentes cambiar a una persona, acéptala como es.


13-¿Qué es la vida sino la mayor de las escuelas?


14-El odio es la enfermedad que más consume al que la padece.

martes, 4 de noviembre de 2008

ESPIGAS AMARILLAS



El diecisiete de julio del año 1936, ocurrió un hecho que alteraría el discurrir de los acontecimientos en España: La Guerra Civil. La contienda duraría hasta el uno de abril de 1939, casi tres largos años.
Tras la prolongada pugna, que dividió el país en dos bandos irreconciliables, se inició una época oscura y llena de represalias, venganzas, represión, violencia encubierta y censura, velado todo con una capa de aparente paz, que se conocería como la dictadura franquista.
Hay quien opina que la postguerra, tiempo de hambre, miseria, y enfermedad, y la posterior dictadura, fue peor que la propia guerra, mucho más dura, quizás por lo prolongado de ésta, cuarenta años, o por su crueldad. Pero lo cierto es, que es difícil de imaginar para las personas que hemos tenido la gran suerte de nacer ya en democracia.
Imaginar la vida de las personas, hombres, mujeres, niños y ancianos, que tuvieron que salir adelante en la época de las no oportunidades, donde cualquier hecho era absolutamente transcendente, y donde todo escaseaba por sistema, es una ardua tarea para aquellos que tienen todo por derecho. Y sin embargo reflejar esa realidad dura y real, es lo que pretende esta novela.
Espigas amarillas, nos introduce en el mundo de la postguerra española, y nos muestra los diversos personajes que habitaron aquel tiempo, y sobrevivieron a aquellas circunstancias. Nos conduce a través de historias que se entrelazan, dando cuerpo a la historia central.
La novela está basada en una historia real, con personajes que fueron, y son reales, por ello las tramas resultan tan creíbles, hay pocas cosas en esta novela que no hayan ocurrido en verdad. Ambientada en la España rural de la época, Espigas amarillas recorre los negros años de la postguerra y de la dictadura, mostrando la vida de los campesinos de un mundo regido por terratenientes despóticos, por un clero absolutamente centrado en el poderoso, y una sociedad completamente ignorante y sumisa. Un mundo regido por normas de estricta moral religiosa, de leyes arbitrarias, donde tanto hombres como mujeres tenían que sobrevivir a fuerza de trabajo, gentes que se acostumbraron a mirar para otro lado ante la injusticia, o incluso ante el dolor de otros, personas que endurecieron su corazón con el fin de dejar de sufrir.
Espigas amarillas, también muestra otra realidad de nuestra historia más reciente, la emigración de las gentes, aquellos campesinos que dejaron su pueblo natal, en busca de una vida mejor para ellos y para sus familias. Hombres y mujeres que a pesar de lo tremendo de sus vidas, quisieron permitirse el lujo de soñar, y de tratar de cumplir dichos sueños, ilusiones y esperanzas que se vieron estrelladas en muchas ocasiones, contra el muro de la cruda realidad: muchos comprenderían que el pobre seguía siendo pobre allá donde fuera.
Con esta novela, la autora ha pretendido reflejar una parte importante de nuestra historia, y homenajear en la medida de lo posible a todos los pequeños héroes que lucharon por salir adelante pese a la adversidad, esos que no son otros que nuestros padres y abuelos. Darles el protagonismo que merecieron, y mostrar cómo entre tanta desgracia, aun hubo quien fue capaz de constituirse en un ejemplo para el resto.
A lo largo de las páginas de esta historia, el lector podrá conocer un poco mejor cómo se vivía, cómo se sentía, y cómo se soñaba hace sesenta años, en un país que poco o nada tiene que ver con el que habitamos hoy en día. Es un viaje al pasado más cercano, al corazón de nuestra España, a los hermosos campos de trigo, ganado y trabajo duro que la poblaron.


La novela está dedicada a una mujer cuya vida ha sido un ejemplo para todos, y por ello merece ser conocida y difundida. Una mujer que no obtuvo fama ninguna, y que sin embargo influyó en las vidas de muchas personas, de todo aquel que tuvo relación con ella.


En memoria de Brígida Sebastiana.
La novela "Espigas amarillas", está conmoviendo a cantidad de lectores, por la época en la que está ambientada, y por la fuerza de sus personajes y tramas, gran parte de ellas absolutamente verídicas.
Se puede conseguir en las editoriales lulu.com ó bubok.com, también haciendo click en estos enlaces:

lunes, 3 de noviembre de 2008

FRASES PARA PENSAR IV

(LAS FRASES AQUÍ PUBLICADAS ESTÁ REGISTRADAS, Y NO PODRÁN SER UTILIZADAS SIN EL PERMISO DE LA AUTORA, Y SIEMPRE FIRMADAS POR LA MISMA)



1 -Si peleas contra los demás lo estarás haciendo contra ti mismo.


2 -No hay motivo lo suficientemente justificable para dañar a otra persona.

3- No ahogues tu alma en pensamientos negativos, sustitúyelos de inmediato por pensamientos positivos.


4-Los problemas desaparecen al retirar la preocupación.

5-El planeta tierra es un ser vivo, tan vivo como nosotros mismos.


6-El diálogo es el arma de los inteligentes, la violencia, por el contrario, es el arma de los necios.

7-A veces las lenguas de doble filo, son más dañinas que los balazos.


8-Si necesitas degradar a tu adversario para lograr una victoria, eres un mediocre.

9-No temas repasar la historia, aprende de ella.


10-La risa suma, el llanto resta.

11- Adorna tu cuerpo cuanto quieras, pero mantén el alma sencilla.


12-¿Hay algo más bello que hallar una mirada cómplice entre la multitud?


13-No hay pelea más ardua que aquella que se lleva a cabo con uno mismo.

14 -No hay maldad, sino defectos e ignorancias.

lunes, 27 de octubre de 2008

FRASES PARA PENSAR III

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1-Mira el mundo con ojos de niño, y asúmelo con madurez.


2-La peor traición es la efectuada por uno mismo.


3-La violencia es la peor de las argumentaciones.

4-No dejes de sonreír un solo día de tu vida.

5-La especie humana es capaz de crear las más sublimes maravillas, y caer en las más horripilantes acciones,

6-No mires para otro lado ante la injusticia, o ésta terminará llamando a tu puerta.

7-La guerra, cualquiera que ésta sea, es la pérdida absoluta de la razón

8-Cada nuevo día es una gran aventura digna de ser vivida.


9-El sol nos ilumina cada nueva mañana, sin pedir nada a cambio, sé como el sol con cada ser humano que se cruce en tu camino.

10-La fe es la lucha del soñador aguerrido.

11-Si nos desnudáramos de la piel, concluiríamos que no hay más raza, que la raza humana.

12-¿No oyes cómo claman los desheredados de la tierra?

13-Cada lágrima vertida es un mundo de emociones.

14-Soy fuerte, aunque en ocasiones me quiebre ante la injusticia cometida.





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lunes, 20 de octubre de 2008

EL TÉ MÍSTICO


EL TÉ MÍSTICO

Justine miró hacia abajo espantada, tanto ella como sus invitados flotaban dos metros por encima de la mesita de té. Los había invitado para degustar un té hindú que le habían traído de la India. Mientras lo paladeaban, Justine cerró los ojos un momento imaginando que todos ascendían al nirvana. Lo que no imaginó, fue que al abrirlos se hubieran elevado al menos hasta el techo. Asustada los cerró con fuerza rechazando la realidad que tenía delante, pronto volvió a notar en su cuerpo la presión de la silla, sonrió aliviada sabiéndose de nuevo con los pies den la tierra.
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FRASES PARA PENSAR II

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1-El deseo esclaviza, el ser que más cosas anhela, es el más esclavo.


2-No temas sufrir, y no padecerás.


3-Sueña siempre que puedas, porque el soñador pertenece a un ámbito superior.


4-La palabra y el pensamiento tienen el poder de crear, vigila lo que sale de tu boca, y lo que pasa por tu mente.

5-Da a los demás lo que deseas para ti.


6-En el fondo de la mirada se halla la verdad de cada ser humano.


7-No temas entregar tu corazón, y hazlo siempre como la primera vez, como si nunca te lo hubieran roto, como si no te hubieran lastimado.

8-El amor no se piensa, se siente.


9-Creyó que podía volar alto, y ciertamente lo hizo.

10-La única libertad verdadera, es la de sentirse libre, pese a estar en una jaula.

11-La peor prisión no es aquella que tiene barrotes, sino la impuesta por uno mismo.


12-Cuando empieces a depender demasiado de un hábito, no dudes en dejarlo.

13-El dinero es un buen vehículo, y un mal destino.


14-La mentira envilece a quien la cuenta.

lunes, 13 de octubre de 2008

EL PEQUEÑO TREN




SINTRA (Portugal):

Propongo un viaje a la antigua villa portuguesa de Sintra, clasificada como Patrimonio Mundial de la Humanidad en el año 1995 por la UNESCO. Dicha localidad es todo un paisaje cultural lleno de riqueza y en el que podemos hallar el Palacio Real del siglo XIV, que fue residencia de los reyes de Portugal. También podemos encontrar el Castillo Moro, el Palacio da Pena y los jardines del maravilloso Parque de Montserrate, con más de tres mil especies de árboles y arbustos.
Situado frente a este pequeño y rudimentario taller en el que reposa el pequeño tren que une la bella y encantada localidad portuguesa de Sintra con las praias das Maças (playas de Maças), uno puede realizar un viaje al pasado, un tiempo en el que las ciudades eran recorridas por estos míticos y eléctricos trenes o tranvías. Mirándolo es fácil imaginarlo transitando entre gentes de época: hombres con flamantes sombreros de copa y elegantes levitas, consultando sus relojes de cadena para devolverlos posteriormente al bolsillo de sus chalecos, y mujeres embutidas en vestidos de estrechos talles y pomposos bajos protegiéndose bajo coquetas sombrillas adornadas con flecos.

Estos simpáticos y maravillosos tranvías de Sintra, fueron reformados por una empresa que se encargó de su total restauración y puesta a punto, respetando en todo momento su esencia. El método de mantenimiento sigue siendo el de antaño, tal y como muestran las fotografías, no queriendo cambiar ni un ápice su idiosincrasia.
Hoy día este tipo de transportes se conservan como algo pintoresco que nos evoca un pasado entrañable y romántico de calles dibujadas por líneas de estrechas vías metálicas coronadas por negros cables, y en el espacio intermedio, el sencillo vagoncito cargado de pasajeros, luchando por mantener su espacio físico-temporal, desafiando siglos de avances tecnológicos tratando de mantener su tan merecido lugar, conseguido a fuerza de encantar con esa magia que desprenden los trenes antiguos, cargados de historia, ejerciendo tanta atracción sobre las personas como un potente imán.
El pequeño tranvía que une Sintra con las playas, realiza un no muy largo, pero gratificante recorrido de ensueño, uniendo el verde vergel en el que se halla enclavada la población, pasando por la pequeña villa de Colares, famosa por sus vinos, y las playas que con su formidable expansión adornan y ponen broche final a la costa portuguesa, con su intenso rojo ir y venir, trepando lento las cuestas que conforman su recorrido y demostrándonos orgulloso que pese al paso del tiempo y los grandes cambios habidos en este nuestro mundo, sigue manteniendo su personalidad y carisma intactos.
El tranvía de Sintra es una auténtica joya del pasado conservada, un vagoncito que se conserva tal cual, como si la modernidad hubiera pasado de espaldas a él, o como si él hubiera rehusado cualquier tipo de nueva tecnología, conservando los mismos asientos de madera, los mismos mandos rudimentarios de cuando fue construido, todo exactamente igual, intacto. Se pasea orgulloso con su lento y cansado caminar portando viajeros en su interior, personas que quizás no perciban la historia que rezuma la carcasa de hierro que envuelve los asientos de madera sobre los que van sentados masticando sueños, quizás los mismos, tal vez diferentes, a los que tuvieron los pasajeros de antaño, pero sueños a fin de cuentas, sueños viajando dentro del mágico trenecito que además de cumplir con su recorrido día tras día, ha logrado viajar a través del tiempo hasta colarse en nuestros días gimiendo con voz de pasado, reivindicando que a veces cualquier tiempo anterior sí fue mejor.
Observando el maravilloso espectáculo que ofrece el pequeño tren, uno no puede evitar preguntarse si acaso en aras del progreso la humanidad no habrá dejado verdaderas joyas en el camino, elementos que en su tiempo fueron una auténtica revolución, grandes ideas que después hemos desechado como si tirásemos trastos viejos por la ventana, verdaderos hitos de su tiempo a los que quizás no les hayamos dado el lugar y el valor que se merecían.
No puedo evitar sentir nostalgia por un medio de locomoción anterior a mi persona y sin embargo lleno de encanto y de romanticismo, un gran símbolo dentro de la gran ciudad, un signo de progreso que terminó por ceder espacio a nuevos signos de progreso, porque el pequeño tren siempre fue generoso y comprensivo, no le importó aceptar su retirada, eso sí, conservando toda su dignidad.
Hoy día cuando se visita una gran ciudad, la gente aun se entusiasma al ver los raíles de antiguos tranvías, tal vez por ello, en ciudades como Lisboa, y en pequeñas localidades como Sintra, se utilizan estos medios de transporte antiguos como un reclamo turístico de gran eficacia. Yo aconsejo a todos los amantes de estos pequeños trenes, a visitar la pequeña villa portuguesa de Sintra, a cenar en el pintoresco restaurante de la cuesta de la plaza tras haber viajado sentado sobre los asientos de madera del viejo tranvía, una cita ineludible.

LA DICTADURA DEL SEXO




Cuanto más camino por este valle de lágrimas que llamamos vida, menos comprendo, o mejor dicho, nos comprendo, a los seres humanos. A pesar de haber repetido hasta la saciedad que somos seres racionales que utilizamos el raciocinio para actuar, yo creo que es más bien al contrario, la mayoría de las veces nos movemos por espasmos, como si algún ente extraño nos provocase descargas eléctricas que nos impulsaran en un sentido o en otro.
Después de sufrir una dictadura férrea que duró cuarenta años en la que todo, y en particular el sexo, era un inexpugnable tabú, parece que los españolitos de a pie hemos decidido recuperar el tiempo perdido. Es como si con la llegada de la democracia, alguien nos haya pulsado un botón y nos haya entrado una irrefrenable ansiedad por compartir placeres físicos de forma desesperada.
Y es que eso del sexo está muy bien, pero supongo que como todo, en su justa medida, no nos vaya a dar un empacho. Hemos pasado de santiguarnos si alguien nos rozaba en un oportuno descuido, la mano, a hacer rigurosa y literalmente cierta la frase de: Lo que se han de comer los gusanos...
A riesgo de parecer retrógrada, a veces me pregunto, pero, ¿dónde quedó eso del amor? ¿No venía el sexo de la mano de éste? La cuestión es que hemos confundido la sexualidad sana, con la sexualidad compulsiva. No creo que la represión sea nada bueno, lo que creo es que hemos pasado de señalar con el dedo a las personas que mantenían relaciones con absoluta libertad, a señalar con sorna a aquellos que deciden mantener una actividad más moderada.
¿No habremos cambiado una dictadura por otra? ¿No habrá dado paso la sequía a la inundación? Es como si en lugar de cambiar los perros, hayamos cambiado tan sólo los collares, seguimos juzgándonos unos a otros, seguimos señalando al diferente con el dedo. Y es que parece que estamos condenados a ser esclavos de las modas, sean cuales sean éstas, seguimos el paso de sus dictados como dóciles corderillos. Si antes la abstinencia sexual era una virtud, hoy lo es todo lo contrario, y nuestra mente y formas, se adaptan a los cambios a la perfección, como autómatas bien programados.
Hemos llegado al extremo de controlar, tanto la actividad, como la frecuencia de cada relación sexual, obligándonos a proyectar sesiones absolutamente maratonianas, y por qué no decirlo, harto agotadoras, parece que tenemos que cumplir una especie de programa predeterminado, y el no hacerlo sea un fracaso que conduce a la frustración.
Vivimos en base a metas, metas que nos marcan un camino a veces muy difícil de seguir. Antes, cumplir con el difícil reto de llegar virgen al matrimonio, ahora, con más o menos lo contrario, ser lo más activo posible, la cuestión es vivir sometidos a normas que nos esclavizan en un sentido o en otro, normas que si no llegamos a cumplir nos frustran, nos hacen incluso sentirnos mal con nosotros mismos, porque en el fondo, tan sólo hemos cambiado de forma, no de fondo.