viernes, 27 de febrero de 2009

ARCAS CERRADAS


TODOS LOS TEXTOS PUBLICADOS EN EL BLOG, ESTÁN DEBIDAMENTE REGISTRADOS EN EL REGISTRO DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL, Y NO PODRÁN UTLIZARSE SIN EL PREVIO PERMISO DEL AUTOR.



"Las personas somos arcas cerradas", reza el dicho popular. A lo largo de este interesante libro de relatos, la autora ha querido bucear en el interior de esas arcas, mostrar diferentes realidades, desde diversos puntos de vista, invitándonos a la reflexión profunda sobre nuestro modo de pensar y de ver las cosas,a los demás, sus circunstancias y sus situaciones, en definitiva, es un canto a la comprensión y la tolerancia. Asuntos como la inmigración, la homosexualidad, el acoso escolar, el racismo, las bandas callejeras, los malos tratos y la guerra, son algunos de los temas que toca, siempre en clave de narración, con unos personajes y una acción determinada. Este libro, es una de las obras más comprometidas de la autora con el mundo que nos rodea, es casi un grito de auxilio, el grito de aquellos que podríamos ser nosotros...
El nuevo libro de relatos, ARCAS CERRADAS, se puede conseguir en los siguientes enlaces:
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lunes, 23 de febrero de 2009

LA DECISIÓN (3)


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Pasaron meses y Samuel seguía tumbado en el suelo, comiéndose las uñas con frenesí, envuelto casi por completo por aquellas sombras, que se habían adueñado prácticamente de todo el agujero, ya apenas ni se veía la boca de éste, las sombras la cubrían con su aliento oscuro. En la mente de Samuel apenas quedaba una vaga imagen de aquella mujer de luz. Llegó a pensar que todo aquello no era más que un sueño, que no había sucedido realmente, que había sido una alucinación producida por su mente quizás enferma. Se mordía las uñas mientras sentía cómo aquellas sombras enfriaban cada vez más el ambiente, de tal modo que no podía evitar tiritar de frío. La mujer de luz no era más que un lejano sueño para él, su única realidad era aquel agujero, las negras sombras y la intensa gelidez que éstas arrojaban sobre él.
Una de estas sombras comenzó a enroscársele por el cuerpo de forma sibilina, Samuel la sintió y se echó a temblar, definitivamente querían apoderarse de él: Ellas solamente tienen el poder que tú les das, estas palabras comenzaron a retumbar en su mente mientras aquella sombra se le intentaba meter por el cuerpo, ¿poder? ¿Qué poder tenía él? Se sentía completamente insignificante, pequeño, diminuto, atrapado. La sombra le iba subiendo de abajo a arriba, tratando de hallar un hueco por el que poder penetrar en él; Samuel la sentía ascender como una culebra de hielo que le iba oprimiendo la carne. Trepó hasta su cara, donde halló la boca entreabierta, y sin dudarlo comenzó a colarse por ella, la voz, aquella voz interior volvió a repetirle aquella frase: Ellas solamente tienen el poder que tú les das, impulsado por aquellas palabras comenzó a toser para expulsar las sombras, después empezó a escupir mientras se iba incorporando, la sombra no tuvo más remedio que retroceder. Samuel se dio cuenta de este hecho y comenzó a escupir y a toser con más fuerza, y no sólo se retiró aquella sombra, todas las demás comenzaron a retroceder también: ¡Fuera! ¡Fuera! Comenzó a gritar ya de pie, de pronto se sentía desatado, furioso, y las sombras se hacían cada vez más y más pequeñas, acorraladas por su determinación, esa determinación que le había invadido repentinamente. Después comenzó a mirar a todos los lados como si buscara algo o a alguien:
- ¿Dónde está? ¿Dónde está la salida? – preguntó con urgencia.
En el mismo momento en el que formuló la pregunta, apareció de súbito la luz, que creció con la fuerza de un relámpago y se transformó en la bella mujer de luz que viera mucho tiempo atrás. Samuel dio un paso atrás sobresaltado, no se esperaba la repentina aparición, la miró a la cara, sonreía dulce y amorosa como la primera vez que la vio. ¿Dónde había estado durante tanto tiempo? ¿Por qué aparecía justo en aquel momento?
- Porque tú me has llamado, Samuel – respondió ella a las preguntas que él se hacía en la mente.
- ¿Yo? – preguntó él un tanto desconcertado.
- Has preguntado dónde estaba la salida – respondió Cala haciendo gala de una profunda calma.
Dicho esto, señaló hacia una de las paredes del pozo, Samuel miró hacia donde señalaba y pudo ver cómo le salía un rayo muy fino de luz rosa, lo siguió con la vista y vio cómo éste iba cortando la gruesa pared de piedra de una forma contundente y limpia hasta abrir una puerta que daba a un pasadizo. Samuel observó con asombro la operación, con la boca abierta, como un niño que admira el truco de un mago de circo, después miró a Cala fijamente, ésta le devolvió la mirada sonriente.
- ¿Por qué no lo hiciste la otra vez en lugar de dejarme encerrado durante meses? – preguntó un tanto molesto.
- No me lo pediste – fue la escueta respuesta de Cala que dejó a Samuel anonadado.
- Sí que lo hice, te pregunté por la salida y no me respondiste – se quejó frunciendo el ceño.
- Me preguntaste cómo podrías salir, yo te dije que podrías salir cuando quisieras, solamente queriéndolo podrías hacerlo, hoy has pedido saber dónde estaba la salida, y yo te la he mostrado – contestó Cala sin perder la perfecta sonrisa que la caracterizaba.
Samuel no dijo nada, se limitó a bajar la mirada mientras meditaba con cautela lo que aquella mujer le había dicho, tratando de comprenderlo perfectamente para no caer en una mala interpretación.
- Has de hacer la pregunta correcta, ha de ser literal, yo no interpreto, solamente respondo a lo que tú me preguntas, no doy lo no que se me pide, eso alteraría el orden de las cosas – explicó al ver la zozobra del joven.
- No comprendo, ¿qué orden? – preguntó Samuel más confuso aún.
- El orden cósmico, todo sucede cuando debe, ni antes ni después, cada castigo, acción o recompensa, lleva su proceso, y éste es lo largo que el que lo padece haga que sea – hizo una pausa intencionada para acto seguido proseguir -. Hoy, y no antes, has pedido salir, has preguntado exactamente dónde; el cómo me lo preguntaste hace meses, y te respondí que saldrías por tu voluntad, después has necesitado unos meses para preguntar por dónde, podrías haberlo preguntado antes y haber salido también antes, pero preferiste tomarte tu tiempo, es lícito.
Samuel no dijo nada, y la mujer de luz desapareció tan precipitadamente como había aparecido, sin dejar rastro alguno. El chico miró entonces hacia la puerta recién abierta en la pared. Dubitativo comenzó a caminar hacia ella para ver lo que había al otro lado. Se situó muy cerca y se asomó tímidamente, al otro lado se extendía un largo y angosto corredor cuyo final apenas se vislumbraba, se quedó allí quieto, sin saber muy bien qué hacer, ¿y si lo mejor era quedarse dónde estaba? Volvió la cara y miró el agujero inmundo en el que llevaba metido tanto tiempo, no le apetecía seguir en él, sin embargo no sabía dónde iba a parar aquel largo pasillo y eso le causaba pavor. Cuando volvió a mirar hacia la puerta, notó que ésta había menguado un poco, tal vez un palmo, esto le desconcertó. Miró de nuevo hacia el lugar que había ocupado durante tanto tiempo, hacia la boca de éste, que parecía mucho más lejana, y de nuevo hacia la puerta, que era más pequeña; gimió angustiado, tenía que decidirse, pero ¿por qué? La puerta seguía menguando, cada vez con más rapidez, pronto no pasaría por ella, miró hacia arriba, la boca estaba ya tan lejana, que apenas era un punto, después recorrió el agujero con la mirada, las sombras habían vuelto y se reían a carcajadas llamándole cobarde, se volvió hacia la puerta, apenas era ya un hueco en la pared; sin pensarlo ni un segundo más, se coló a través de él justo antes de que éste se cerrara del todo.



CONTINUARÁ...

lunes, 16 de febrero de 2009

LA DECISIÓN (2)




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.../...




El tiempo allí dentro era muy diferente a fuera, era como si se hubiese ralentizado, lo iba estancando todo, de pronto su vida había dejado de pertenecerle, ya no la controlaba, por primera vez en toda su existencia, no sabía qué hacer, no tenía pautas para ello, pautas que seguir en aquellas circunstancias, no tenía un plan. Por eso estaba quieto, sin hacer nada, arrugado como una hoja al caer de un árbol en otoño, esperando a que algo ocurriese, a que tuviese lugar algún desenlace. Lo único que cambiaba a su al rededor eran las sombras, aquella que se alimentaban de sus miedos, de sus angustias, ellas seguían creciendo mientras él se sentía mermar cada vez más.
Un chasquido le hizo salir de su ostracismo y mirar hacia donde provenía el citado sonido. Le pareció ver una chispa, una especie de lucecita blanca diminuta, casi imperceptible. Arrugó los ojos y frunció el ceño tratando de distinguir algo, intentando comprobar si lo que veía era lo que sospechaba, o su mente febril le estaba jugando una mala pasada. Pero la luz era diminuta y débil, parpadeaba de forma casi imperceptible, así que era muy difícil verla; aun así, él no se olvidó de ella, y a cada rato miraba para comprobar que aún seguía allí, que no se había apagado. No se atrevía a acercarse un poco para poderla ver desde más cerca, no tenía valor para deshacer el ovillo en el que se había transformado y gatear hasta la chispa. Sin embargo pudo apreciar algo, algo casi inapreciable y que él sí que percibió: las sombras se habían alejado un poco de la zona en la que se hallaba la lucecita. Esto llamó mucho su atención y desde ese momento decidió no perder detalle. Nada se modificó, todo permaneció igual desde aquel instante, parecía que su vida iba a seguir transcurriendo de aquel modo de ahí en adelante, metido en aquel pozo inmundo, profundo y oscuro del que no podía salir desde que aquella mañana cayera en él sin remisión. Ya no lloraba, se había cansado de hacerlo, también se estaba cansando de esperar, pero, ¿qué podía hacer? Aquel pozo no tenía salida, la única salida se hallaba a varios metros y era realmente imposible acceder a ella.
Un día, tras mucho meditarlo, se aventuró a cambiar de postura, de pronto le parecía ridículo seguir sentado totalmente encogido, pensó que el estar en aquella actitud no le salvaría del posible ataque de las sombras, además había comprobado que éstas retrocedían ante una simple y diminuta chispita, y necesitaba saber cuál era el poder que tenía ésta. Se colocó a cuatro patas y caminó lentamente hacia donde brillaba la luz, sin embargo se detuvo antes de llegar a su altura, porque ésta había comenzado a crecer y a intensificarse, entonces escuchó el griterío de las sombras, miró hacia ellas y las vio retirarse horrorizadas ante aquella luz que había comenzado a aumentar. Se sintió cegado y se echó para atrás cayendo sobre sus posaderas; a medida que la luz crecía, iba tomando forma humana, parecía un ser con cabello largo y túnica. Poco a poco fue tomando relieve y aparecieron sus facciones, hasta brotar una luminosa mujer, de cabello azulado que vestía una toga blanca que le llegaba hasta los pies, que en lugar de estar apoyados en el suelo, se mantenían a unos centímetros de él, flotando. Su cara era ovalada, de una belleza sin igual, tenía los ojos grandes y ligeramente rasgados, de color violeta muy brillante. Sonreía de forma serena mientras le miraba con gran dulzura, como si realmente le amase. Aquel profundo sentimiento le desconcertaba verdaderamente, ¿cómo podía amarle alguien que no conocía? ¿De dónde había salido aquella mujer luminosa?
- Soy Cala – se presentó de pronto como si hubiera escuchado lo que pensaba.
Él no dijo nada, se había quedado sin habla, completamente mudo allí sentado en el suelo, deslumbrado por la luz que irradiaba aquella mujer, una luz que iluminaba todo el inmundo agujero en el que se hallaban metidos. Definitivamente las sombras habían terminado por retirarse, por apartarse por completo, ella, Cala, las había echado con su simple presencia.
- No temas – dijo la aparecida con aquella voz dulce y a la vez firme, que la caracterizaba -, el miedo es lo que nos impide avanzar – añadió -. Ven, ponte de pie, Samuel... – propuso finalmente haciendo un gesto con las manos.
Samuel tragó saliva, temeroso, preguntándose cómo demonios sabía su nombre, porque pese al aturdimiento que le invadía, no recordaba haber pronunciado palabra ninguna. Cala le miró fijamente a los ojos y le sonrió embargándole de una calidez que no había experimentado jamás.
- Conozco todo sobre ti, siempre hemos estado unidos, formamos parte de una misma esencia – explicó la mujer.
Samuel se dio cuenta de que a parte de leer su mente, aquel ser hablaba sin mover los labios, sin embargo él la escuchaba perfectamente dentro de su mente, se comunicaba de forma telepática. De forma instintiva, miró hacia arriba, hacia la boca del pozo, después miró a la hermosa dama de luz y arqueó las cejas, de tal forma que a ella debió de parecerle cómica y no pudo evitar soltar una sonora carcajada que llamó mucho la atención de Samuel, que la observó sorprendido. Cuando pudo recuperar un poco el control de sus emociones, se irguió lentamente y se fue poniendo en pie con cierta dificultad, pues llevaba demasiado tiempo encogido en el suelo. Cuando estuvo de pie, colocado justo enfrente de ella, la miró a los ojos:
- ¿Cómo puedo salir de aquí? – preguntó con voz trémula.
- Puedes salir cuando quieras, nadie puede hacer que permanezcas aquí – respondió Cala.
- Las sombras... – musitó Samuel.
- Ellas solamente tienen el poder que tú les des – fue la escueta respuesta de Cala.
- Pero...
No tuvo tiempo de preguntar de nuevo, la hermosa mujer se esfumó de la misma forma que se había materializado, pero a la inversa, y Samuel se quedó allí de pie, con cara de tonto, tratando de analizar todo lo que Cala le había dicho. Se quedó durante unos minutos intensos allí quieto, con los ojos como platos, clavados en el lugar que había ocupado el mágico ser, después, poco a poco fue asimilando lo sucedido. Recordó que le había dicho que podía salir de allí cuando quisiera, que nadie podía retenerle en aquel lugar inmundo, eso significaba que había alguna salida por la cual poder abandonar ese agujero.
Se acercó a una de las paredes y comenzó a palparla de arriba abajo tratando de encontrar alguna puerta o algo similar; cuando terminó con esa pared, empezó con las demás, las fue palpando de una en una de forma minuciosa buscando aquella salida. Nada, no hubo suerte, no había una grieta siquiera, empezó a ponerse nervioso y a palparlo todo de forma frenética, pero no halló nada. Se llevó las manos a la cabeza mientras levantaba la cara hacia arriba en forma de súplica, entonces vio la boca del pozo, la miró durante unos momentos y frunció el ceño creyendo haber descubierto algo. Volvió la cara repentinamente al suelo y comenzó a rastrearlo con avidez: Una trampilla, eso es, una trampilla, se decía a sí mismo mientras buscaba. Se arrodilló y comenzó a gatear palpando todo el suelo con gran angustia en busca de la trampilla que estaba seguro que había. Pero no halló nada, absolutamente nada, ni en el suelo ni en las paredes había nada, no había ninguna salida allí, aparte de la boca que se levantaba a varios metros de él, y era imposible trepar por aquellas paredes lisas, sin nada a lo que poder asirse.
Desesperado se dejó caer sobre sus rodillas, había tenido esperanza durante unos momentos, pero ésta se había disipado tan rápidamente que apenas había podido disfrutarla. Enterró la cara entre las manos y rompió a llorar, el tener que resignarse de nuevo, era muy difícil, después de haber creído que realmente podía salir de allí. Lloró durante largo rato, lamentándose por su mala estrella, su vida antes de caer en aquel absurdo pozo era tranquila, pacífica, él nunca se metía con nadie, por ello se consideraba una buena persona, por eso no comprendía que aquello le estuviera pasando, él no consideraba que mereciese haber caído allí abajo. Cuando se hubo cansado de autocompadecerse, se tumbó en el suelo encogido en posición fetal, como al principio, pensando que jamás podría salir de allí, fue entonces cuando las sombras volvieron a aparecer, primero pequeñas, luego, poco a poco más grandes.






CONTINUARÁ...

lunes, 9 de febrero de 2009

LA DECISIÓN



Desde donde estaba sentado las veía acercarse lentamente pero de manera incesante, sonriendo de forma maliciosa, como si se supieran poderosas frente a él, le producían miedo, y su miedo las alimentaba, las mantenía fuertes, les despejaba el camino para que pudiesen avanzar, pero él no lo sabía, no lo sabía y seguía regalándoles su miedo. Realmente no sabía cuánto tiempo llevaba allí metido, en aquel agujero inmundo al que había caído una mañana al levantarse de la cama, nada más poner los pies en el suelo aquel hueco se abrió y se precipitó durante largo rato hasta el fondo de un gran vacío. Desde entonces permanecía metido en aquel agujero, encogido en posición fetal, lleno de miedos, de dudas, mordiéndose las uñas mientras observaba a aquellas sombras que le escudriñaban y le acechaban.
La mañana que todo comenzó se había levantado temprano para ir a trabajar como cada día, envuelto en la misma rutina que había marcado su vida desde siempre, una rutina que le hacía sentirse seguro, protegido, sabía qué iba a hacer cada día y cómo lo iba a hacer, sin sorpresas, sin sobresaltos, eso le daba seguridad. Él valoraba la seguridad por encima de todas las cosas, tenía toda su vida bajo control, absolutamente todo, y sin embargo, aquella mañana cuando se levantó para hacer lo que siempre hacía, todo cambió, pues un gran hueco se había abierto en el suelo, junto a su cama, y él se precipitó al vacío nada más levantarse.
No había luchado por salir de allí, no había hecho nada por abandonar aquel lugar oscuro y lleno de sombras que tan poco le gustaba. Se había quedado encogido en el mismo término en el que había caído, sin atreverse a mover ni un solo músculo. Desconocía por completo aquel sitio, el medio en el que se hallaba, eso le hacía sentirse inseguro, temeroso, por eso se quedó allí encogido, de forma indefinida, sin saber qué hacer.
En un principio, nada más caer contuvo la respiración del puro miedo que tenía, no se atrevía ni a parpadear, incluso el temblor de su propio cuerpo le asustaba y le mantenía agazapado, el rechinar de sus dientes bajo los labios resonaba amplificado. Permaneció en el más absoluto estatismo durante mucho tiempo, tanto que perdió la cuenta de éste, entonces comenzaron a aparecer las sombras, pequeñas en un principio, riéndose de él bajito, muy bajito, las escuchaba lejanas. Fue entonces cuando se decidió a llorar, de forma muy discreta, pues hasta eso le costaba, pero no pudo reprimir el llanto por más tiempo, así que no tuvo más remedio que dejarlo fluir.
Lloró y lloró hasta que un buen día, después de un eterno tiempo indefinido, dejó de hacerlo y consiguió armarse del valor suficiente para incorporarse un poco hasta quedarse sentado, sentado y encogido, con los ojos clavados en las sombras de la pared, aquellas que habían crecido ya muchísimo, tanto que cada vez tenía más miedo. Miró hacia arriba con cautela, tan temeroso como siempre, la boca del pozo por el que había caído, se veía muy lejos allá arriba, aunque lo intentase, le sería imposible poder trepar hasta allí y poder regresar a su dormitorio. Volvió a bajar la cara abatido, completamente desesperado, escuchaba los cuchicheos de las sombras que se iban acercando a él sin detenerse. No se atrevía a mirarlas, no lo hacía, pero sabía que estaban allí, acechándole agazapadas, esperando el momento de saltarle encima.
CONTINUARÁ...

lunes, 2 de febrero de 2009

EL CAMPO DE LOS UNICORNIOS


Lo había conseguido, después de tantos esfuerzos, de tantos años de estudio y de poner en práctica sus conocimientos de forma errónea más de cien veces, por fin, por fin lo había conseguido. Miraba extasiado lo que tenía delante, por increíble que pareciese, lo que había leído en sus libros de cuando era niño era cierto y lo tenía delante: un gran campo de un verde esmeralda brillante sobrenatural, habitado por multitud de unicornios de colores increíbles, colores que jamás había visto. Eran realmente majestuosos, con su luminoso cuerno de marfil en la frente, desafiando toda lógica humana.
Desde niño siempre había amado a aquellos animales mágicos, los había imaginado y deseado poder verlos. Con los años había adquirido el conocimiento necesario y había fabricado su máquina de dimensiones vibracionales. La había ido perfeccionando hasta conseguir que ésta elevase la frecuencia vibratoria y que le empujase a otra dimensión, una quinta dimensión. Y allí estaban, pastando tranquilamente ajenos a un mundo que de haberlos encontrado los hubiese esclavizado como al resto de sus hermanos del reino animal.
Los miró admirando su belleza celestial y soñó con que un día el resto de la humanidad pudiera viajar hasta ese mundo y poder sentir lo que él estaba sintiendo en esos momentos. Tenía el corazón desbordado por la emoción.