lunes, 13 de octubre de 2008

LA DICTADURA DEL SEXO




Cuanto más camino por este valle de lágrimas que llamamos vida, menos comprendo, o mejor dicho, nos comprendo, a los seres humanos. A pesar de haber repetido hasta la saciedad que somos seres racionales que utilizamos el raciocinio para actuar, yo creo que es más bien al contrario, la mayoría de las veces nos movemos por espasmos, como si algún ente extraño nos provocase descargas eléctricas que nos impulsaran en un sentido o en otro.
Después de sufrir una dictadura férrea que duró cuarenta años en la que todo, y en particular el sexo, era un inexpugnable tabú, parece que los españolitos de a pie hemos decidido recuperar el tiempo perdido. Es como si con la llegada de la democracia, alguien nos haya pulsado un botón y nos haya entrado una irrefrenable ansiedad por compartir placeres físicos de forma desesperada.
Y es que eso del sexo está muy bien, pero supongo que como todo, en su justa medida, no nos vaya a dar un empacho. Hemos pasado de santiguarnos si alguien nos rozaba en un oportuno descuido, la mano, a hacer rigurosa y literalmente cierta la frase de: Lo que se han de comer los gusanos...
A riesgo de parecer retrógrada, a veces me pregunto, pero, ¿dónde quedó eso del amor? ¿No venía el sexo de la mano de éste? La cuestión es que hemos confundido la sexualidad sana, con la sexualidad compulsiva. No creo que la represión sea nada bueno, lo que creo es que hemos pasado de señalar con el dedo a las personas que mantenían relaciones con absoluta libertad, a señalar con sorna a aquellos que deciden mantener una actividad más moderada.
¿No habremos cambiado una dictadura por otra? ¿No habrá dado paso la sequía a la inundación? Es como si en lugar de cambiar los perros, hayamos cambiado tan sólo los collares, seguimos juzgándonos unos a otros, seguimos señalando al diferente con el dedo. Y es que parece que estamos condenados a ser esclavos de las modas, sean cuales sean éstas, seguimos el paso de sus dictados como dóciles corderillos. Si antes la abstinencia sexual era una virtud, hoy lo es todo lo contrario, y nuestra mente y formas, se adaptan a los cambios a la perfección, como autómatas bien programados.
Hemos llegado al extremo de controlar, tanto la actividad, como la frecuencia de cada relación sexual, obligándonos a proyectar sesiones absolutamente maratonianas, y por qué no decirlo, harto agotadoras, parece que tenemos que cumplir una especie de programa predeterminado, y el no hacerlo sea un fracaso que conduce a la frustración.
Vivimos en base a metas, metas que nos marcan un camino a veces muy difícil de seguir. Antes, cumplir con el difícil reto de llegar virgen al matrimonio, ahora, con más o menos lo contrario, ser lo más activo posible, la cuestión es vivir sometidos a normas que nos esclavizan en un sentido o en otro, normas que si no llegamos a cumplir nos frustran, nos hacen incluso sentirnos mal con nosotros mismos, porque en el fondo, tan sólo hemos cambiado de forma, no de fondo.

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