lunes, 29 de marzo de 2010

TABLAS DE ARCILLA vs EBOOK

Quiero en esta ocasión, invitar a nuestros lectores a realizar un viaje muy especial, un viaje en el tiempo que nos remontará hasta los primeros libros o proyectos de libro, y desembocará en lo que hoy en día se está transformando en el soporte material de las letras, el ebook o libro electrónico.
Se dice que el soporte material más antiguo del que hemos tenido constancia, es la piedra, un sistema en exceso rudimentario, sin embargo el verdadero soporte primigenio del libro, serían las tablas de madera, utilizándose concretamente la corteza interior de los árboles. En el tercer milenio a.C., fueron encontradas en Mesopotamia (cuna de la civilización occidental), unas tablillas de arcilla con inscripciones. Los caracteres se imprimían en las tablas con una especie de cuña, antes de ser cocidas. Este tipo de método era utilizado por los asirios y los sumerios, y se denominó la escritura cuneiforme, debido a la forma puntiaguda de los caracteres. Se han encontrado bibliotecas llenas de estas tablillas de arcilla, que se clasificaban y conservaban, dejando constancia de que realmente había una cultura en torno al libro ya entonces.
Las diferentes civilizaciones han utilizado métodos disímiles para plasmar sus escritos, por ejemplo en la India se utilizaban hojas de palma seca, así como en China se escribía sobre la seda, la porcelana, etc., cualquier soporte era bueno con tal de poder plasmar las ideas, leyes, leyendas, etc., que componían la sabiduría y la tradición de una cultura determinada, una especie de deseo de trascendencia.
Sin embargo en las culturas mediterráneas, tanto en Egipto, como en Roma o Grecia, el soporte principal era el conocido papiro, los rollos de papiro eran mucho más fáciles de transportar que todos los soportes anteriores, y ofrecían muchas más ventajas. Mediante una serie de técnicas, se obtenían soportes de mayor o menor calidad; los primeros eran utilizados básicamente para textos sagrados. El precedente directo de los libros que conocemos en nuestros días, son sin duda los rollos o volúmenes de papiro, que se conseguían pegando con cola varias hojas, después se enrollaban y se guardaban en una especie de cilindros de madera, donde quedaban perfectamente protegidos.
El volumen de papiro quedó atrás con la llegada de los pergaminos, cuya invención se le atribuye al rey de Pérgamo, de donde procedería su nombre (pergamineum). Se fabricaban de piel de animal, podía ser de cordero, de vaca, etc., y comenzaron a producirse el tercer siglo a.C. Tenían ventajas, como por ejemplo que podían borrarse, y se conservaban mejor y por más tiempo. Los pergaminos se enrollaban alrededor de unos cilindros de madera que fueron denominados volúmenes.
Sin embargo, ya en la Edad Madia, los volúmenes de pergamino, que por otra parte resultaban caros por su elaboración, fueron sustituidos por el códice. Los libros pasaron a ser un conjunto de hojas cosidas, adquiriendo la forma que conocemos hoy. Poco a poco, la elaboración de los libros fue evolucionando, aparecieron los índices, la puntuación, etc.
En la actualidad, el soporte de nuestros libros ha comenzado a cambiar nuevamente. En una búsqueda permanente por la comodidad, la practicidad y la economización de nuestros recursos naturales, ha surgido el soporte digital, que da un nuevo impulso a nuestras obras, sean estas de la índole que sean. La función del libro finalmente es la misma, pero su presentación es diferente, y su evolución no tiene visos de detenerse.
Al igual que otras civilizaciones anteriores, la nuestra también avanza y adquiere nuevos hábitos, y cada vez comprendemos menos nuestras vidas sin la digitalización de lo que nos rodea, desde los cajeros automáticos, que evitan que tengamos que ir con la libreta al banco, hasta el email, que nos permite cartearnos con personas de todo el planeta instantáneamente, sin necesidad de sellos o de sobres. El romanticismo inherente en el ser humano, hace que nos apene la marcha de algunas de nuestras costumbres, pero seguramente ocurrió lo mismo con aquellos escribanos de la antigüedad que tuvieron que abandonar sus métodos, sustituyéndolos por otros nuevos, más cómodos y prácticos.
Y sin embargo, con el avance de los tiempos, cada vez más personas tienen la oportunidad de acceder a aquello que desean. Si la cultura en la antigüedad era algo exclusivo de unos pocos privilegiados, con la llegada de la imprenta, sobre el 1440, de la mano de Johannes Gutenberg, la cosa comenzó a cambiar, y con el tiempo comenzaron a imprimirse libros a nivel industrial, llegando poco a poco a un cada vez mayor número de personas. Finalmente, y a la sazón de todos los avances que se han ido produciendo en este sentido, la lectura es algo totalmente adquirible por aquel que lo desee, y la era digital, además de acercar la lectura a un mayor número de gente, da la posibilidad a miles de escritores de abandonar el ostracismo impuesto por ese elitismo que siempre ha imperado en el mundo de las letras, pudiendo dar a conocer sus obras.
Mucho ha llovido desde aquellas primigenias tablas de arcilla, en las que se garabateaban signos que pretendían transmitir leyendas, tradiciones o religiones a los largo de los siglos; ahora llegan a nosotros un nuevo tipo de tablas, las digitales, que de alguna manera reclaman la misma función, dar soporte a leyendas, creencias, sueños, y en definitiva sabiduría, el espíritu de lo que contienen, sigue siendo el mismo, ya que el corazón humano es el mayor baúl de imaginación y sentimientos que existe, sea cual sea la forma de plasmarlo…

Lorea Otsoa Honorato.



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martes, 16 de marzo de 2010

EN LA VENTANA

Me complace presentaros mi poema EN LA VENTANA, que ha quedado semifinalista en el concurso Caminos Inciertos, convocado por El Centro de Estudios Poéticos de Madrid. Para mí ha sido un honor participar, y competir con poetas de gran talla y talento. Como semifinalista, mi poema será publicado en una antología, que llevará como título: CAMINOS INCIERTOS, y que será publicada esta primavera.
Os dejo aquí mi poema para que podáis leerlo y disfrutarlo:


EN LA VENTANA

Las gotas de rocío
titilaban trémulas en la alborada,
veíanse breves y frágiles desde la ventana,
lágrimas de la mañana
prontas a evaporarse…
Los ojos profanados por el tiempo,
aún aguardan aquel regreso,
el retorno de la promesa
que la vida transformó en mentira.
Pero cada mañana al alba,
al igual que el tímido rocío,
los ojos de la anciana
se posan en el camino de los errantes,
con obstinada esperanza
se clavan en la grava parda,
esperando escuchar su crujido
bajo la bota amada
.
Lorea Otsoa Honorato.


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jueves, 11 de marzo de 2010

EL PRESO





Las gotas de lluvia se deslizaban lánguidas a través de los barrotes del pequeño ventanuco, parecían lágrimas eternas. Una espesa masa de nubes enlutaba el cielo, borrando de un plumazo cualquier atisbo de rayo de sol. La escasa luz que lograba atravesar el espeso manto de nubes, apenas conseguía espantar lo lóbrego de aquel aciago día.
El preso miraba el triste ventanuco enrejado, tenía los ojos vacíos, hacía demasiado tiempo que había perdido la libertad, y aún peor, la esperanza. Tener fe en algo o en alguien, era un lujo que no se permitía desde hacía demasiado tiempo, como tantos otros a los que había ido renunciando.
Había olvidado la razón de su encierro, debió ser algo grave, porque ya no recordaba el tiempo que había transcurrido desde que había iniciado aquella reclusión perpetua. Había lanzado al olvido demasiadas cosas, porque con el tiempo, todo había empezado a doler más de la cuenta. El dolor se hace más soportable cuando se tienen menos recuerdos, cuando se borra el pasado y tan sólo se vive un presente sin anhelos, sin sueños por cumplir. Por eso él había olvidado, aplicando este olvido como un bálsamo sobre sus heridas.
La lluvia resultaba un elemento más de todo lo que le rodeaba, parecía formar parte de aquel escenario tétrico que envolvía su vida desde hacía demasiado. Pensaba que llevaba lloviendo mucho tiempo, no recordaba haber visto un día soleado, tal vez esto formaba parte también del olvido, poco importaba ya. Desde el momento en el que la desesperación anidó en su corazón, todo perdió su valor.
Ya no paseaba por su triste celda, no le encontraba sentido al hecho de andar en círculos, sin avanzar hacia ninguna parte, así que se pasaba la mayor parte del tiempo tumbado en el estrecho camastro sobre el que dormitaba cada noche, mirando hacia el ventanuco enrejado que solamente mostraba lluvia. Desde allí escuchaba a veces los gritos de los condenados a muerte, que solían ser ajusticiados en el patio frente a todos, para dar ejemplo, y deseaba ser uno de aquellos desgraciados que tenían la inmensa suerte de morir, poniendo de este modo fin a tanto sufrimiento.
A él no lo matarían, su delito no debió de ser tan atroz como el de aquellos otros, y sin embargo, pasarse encerrado lo que le restaba de vida, le parecía un castigo mucho peor, más cruel, no podía imaginar nada tan terrible, tan desolador. Por eso mantenía la mente en blanco la mayor parte del tiempo, por eso el velo de olvido que no permitiera la entrada a ningún recuerdo pasado que le rememorase que había otro mundo al otro lado de los barrotes, fuera de aquellos altos y gruesos muros de piedras.
Hastiado de sus propias cuitas entornó los párpados, y se sintió aterrado al comprobar la poca diferencia que había entre tener los ojos abiertos o cerrados, realmente le daba lo mismo, y eso le produjo un frío terrible, ¿era la muerte acaso peor que eso?
Una fría ventisca azotaba ahora las paredes del penal, la lluvia había arreciado y se colaba por entre los barrotes empapando parte del suelo del sórdido calabozo. Una especie de sombra negra se internó en el lugar y reptó como una culebra hasta posarse sobre la garganta del preso. Éste sintió cómo le agarraba el cuello y se lo apretaba hasta provocarle un ahogo insoportable. Entonces se incorporó emitiendo un sofocado gemido y percibió con sorpresa que se le habían llenado los ojos de lágrimas. Se los palpó para comprobar que no imaginaba y al ver las lágrimas en las yemas de sus dedos, no pudo evitar reconocer que había fracasado, o tal vez no, quizás había vencido, porque lo cierto era que después de todo, aún era capaz de sentir.




Lorea Otsoa Honorato.

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