Mi alma transita calles frías y
oscuras, laberintos inciertos de callejuelas angostas y sin salida. No hay
lugar para el refugio, no hay escondite para lamer las heridas. La soledad es
densa y viscosa, y se adhiere a la piel de manera angustiosa. ¿Hay algo más
doloroso que la certeza absoluta de haber sido abandonado? Cuando el amor huye
y nos deja, un vacío inmenso se abre en nuestro interior, y es insoportable
percibir cómo se agranda tragándoselo todo...
Está aquí físicamente, pero ya se ha
ido en alma, y esto es quizás lo más doloroso. Observar esa sombra que pasa por
al lado sin rozarnos, indiferente, y saber a ciencia cierta que es el último
rastro que nos queda. La mente se niega a admitir lo que el corazón ya sabe;
pero está ahí, ante nosotros, y no podemos evitar sentirlo aunque no queramos
mirarlo de frente. No aún.
No se va, no se está yendo, hace
tiempo que se marchó, como esa estrella muerta hace tantísimo que aún parece
brillar a lo lejos. Y poco a poco las lágrimas acuden a la llamada de la
comprensión, de la aceptación de lo que está ocurriendo en realidad. Y esa
necesidad desesperada de avivar los rescoldos de lo que fue y ya nunca volverá
a ser... Llorar es lo único que parece quedarnos, y esto es tan triste que cuesta
un mundo alzar la vista y tratar de hallar un futuro, un más allá a partir de
estas cenizas...
Quizás mañana habrá
tiempo para la esperanza, quizás pasado para la ilusión; tal vez sea cierto que
nada es eterno y menos que nada el dolor... Sin embargo cuánto cuesta elevar el
vuelo hacia otros cielos...
Lorea Otsoa Honorato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario