lunes, 29 de septiembre de 2008

EL PEZ DORADO



A lo largo de las páginas de esta novela, se va desgranando una de las historias de amor más bellas, jamás contadas. El pez dorado es un canto a la fantasía de mundos legendarios, que nos transporta a un pasado remoto, en el que la raza humana aun no conocía la civilización como la entendemos hoy en día.
Una gran leyenda en estado puro, cohesionada por un amor tan arrebatado, como prohibido, y una guerra cruel y despiadada, son algunos de los ingredientes de esta apasionada historia.
El pez dorado esconde una ácida crítica a la sinrazón de la guerra, es un canto al amor y a la esperanza, a los valores que realmente importan; una historia que emociona, que nos lleva a verdes y fértiles valles, y nos sumerge en los océanos más profundos del planeta.

Sólo el amor redime,
sólo el amor consuela,
sólo el amor importa,
sólo el amor…


Se puede conseguir la novela "El pez dorado" en la editorial lulu.com, también en bubok.com, o pinchando en cualquiera de estos dos enlaces:

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viernes, 26 de septiembre de 2008

QUITA PA ALLÁ


El maestro de secundaria José, llegó a aquel pueblo dejado de la mano de Dios lleno de ilusión, la misma ilusión que tiene alguien que emprende algo nuevo. Había huido de la gran ciudad, del ruido, del tráfico avasallador, de los gritos, los empujones en el metro y los semáforos en rojo para todo, buscando un remanso de paz, un mundo en el que el tiempo transcurriese lento y no hubiera premura por hacer nada. Aquel pequeño y desconocido pueblo que apenas aparecía en el mapa, era lo que necesitaba para desconectar de la vertiginosidad de la ciudad.
Lo primero que hizo fue comprarse una casa por un precio que le pareció irrisorio, jamás pensó que pudiera adquirir una vivienda sin tener que hipotecarse de por vida. La mandó reformar para cambiar todo lo que no le gustaba de ella, y contrató para dicha labor a un grupo de albañiles, pintores, carpinteros, escayolistas, etc., que le juraron y perjuraron por la Santísima Trinidad y el Cristo del gran poder, que terminarían en poco tiempo, concepto realmente relativo, como pudo verificar el buen maestro, tras largos años de estudiar las leyes de Einstein, porque finalmente el poco tiempo se transformó en mucho tiempo, pero José se lo tomó con filosofía sin darle demasiada importancia, pensó que en aquel lugar la gente se tomaba la vida de otra manera, con más calma, allí todo era más lento y precisamente esa calma era lo que había ido a buscar.
Enseguida ganó un título, sin comerlo ni beberlo, ni haber hecho mérito alguno, pasó de ser José a secas, a ser don José, el ilustre maestro de la capital. Para las gentes sencillas era un verdadero honor contar con alguien con estudios entre ellos. Todo era ventajoso pues para el buen maestro de secundaria: la vida tranquila, el aire puro y la profunda admiración de sus vecinos. Podía dar largos y saludables paseos, compartir su sabiduría, que allí era mucha, y enseñar a las gentes, realmente José se sentía lleno, y solamente se arrepentía de no haberse ido antes de la ciudad.
Fue en uno de aquellos largos y solitarios paseos por los campos de trigo y ganado, cuando su mente inquieta comenzó a elucubrar. Vio como cada uno tenía su pedacito de tierra que dedicaba a una cosa concreta obteniendo un muy buen producto pero insuficiente para poder exportarlo a otros lugares, y sobre todo a las ciudades; pensó que si todos los vecinos del pueblo se unían aportando cada uno lo suyo, podrían formar una próspera cooperativa, serían todos socios y trabajarían en conjunto para sacar sus mejores productos y vendérselos después a grandes compañías. Aquella idea le pareció tan maravillosa que no dudó en irse a su casa y comenzar a desarrollarla sobre el papel, se encerró allí mañana y tarde para hacerlo, y mientras lo hacía pensaba en lo próspero y rico que se haría aquel pueblo gracias a su gran idea. Cuando hubo terminado, se fue a hablar con el cura, que también ostentaba el título de don, pensó que sería bueno contarle a él todo le que había desarrollado para que le ayudase a ponerlo en marcha, pues el sacerdote era un hombre muy respetado en el pueblo.
- No, no, no, no, no, eso aquí es imposible, realmente imposible – fue la respuesta del cura don Enrique en cuanto él le expuso la idea.
- Pero si lo he calculado y lo he tenido todo en cuenta – se afanó don José mostrándole todos los esquemas que tenía entre las manos.
- En este pueblo hay una gran barrera que obstaculiza el progreso, se trata del quita pa allá – repuso el sacerdote negando con vehemencia.
- Pero...
- Nada, nada, nada, hazme caso, es imposible – recalcó el cura.
El maestro de secundaria don José se volvió a su casa echando pestes del cura: Con la iglesia hemos topado, se decía, sin embargo no desistió en su empresa, y un día consiguió reunir a medio pueblo en la plaza del ayuntamiento, el otro medio se quedó durmiendo la siesta auspiciados por la ley del quita pa allá. Consiguió hacerse entender a duras penas entre los asistentes a la convocatoria, pues el quita pa allá, con su persistencia, retumbaba en el interior de sus cerebros de forma insistente, sin embargo terminaron por hacerle caso movidos por eso que mueve a cualquier ser humano por muy escéptico que éste sea: el vil metal, y el otro medio pueblo, el de la siesta, decidió unirse a la idea del buen maestro de secundaria, por el mismo motivo.
Poco a poco, y muy lentamente, porque cuando no hacía demasiado calor, llovía, y cuando no llovía, era mal día, fueron poniendo en marcha la pequeña empresa bajo la dirección del maestro don José, que ya empezaba a estresarse ante tanta parsimonia. Pero una vez que todo estuvo montado por fin y completamente organizado, se sintió orgulloso, completamente realizado por lo que había conseguido hacer, y le faltó tiempo para echárselo en cara a don Enrique, llamándolo de forma irónica, hombre de poca fe, éste negó con la cabeza como quien conoce el futuro poco halagador de alguien que tiene delante, don José pensó que se trataba de orgullo y no le echó demasiada cuenta, se encogió de hombros y se fue para su casa pensando en lo rico que se haría aquel pueblo gracias a él.
No llevaba ni una semana funcionando la nueva empresa, cuando la falta de fe de don Enrique y su escepticismo hacia todo aquello, comenzó a cobrar sentido en la mente de don José, el maestro ilustre. Al llegar a los lugares de trabajo la mañana del séptimo día, se encontró a la mitad del pueblo durmiendo, unos tirados entre los surcos de la tierra roncando con la cara tapada con un sombrero para que les diera sombra, otros bajo un árbol, algunos recostados junto a la rueda de algún tractor. Los que no estaban durmiendo, se dedicaban a discutir enérgicamente sobre si aquella parte de tierra era suya o del vecino, o si uno era el dueño de esta máquina o de la otra, estaba claro que no habían comprendido la palabra socio o cooperativa, que el buen maestro de secundaria les inculcara, y los que no estaban ni durmiendo, ni discutiendo, se habían desplazado hasta sus respectivas casas a más de kilómetro y medio a orinar o a beber un vaso de agua. Demencial, a don José, el maestro ilustre, todo aquello le resultaba demencial, algo que no entraba en su cabeza por más que lo analizara y lo desmenuzara una vez y otra.
Llevándose las manos a la cabeza, don José, el ilustre maestro, comprendió su gran fracaso, a pesar de todos sus esfuerzos no había conseguido sino llenarse de nuevo de aquel estrés del que había tratado de huir al abandonar la gran ciudad. Cabizbajo y frustrado se refugió en la casa que había comprado en aquel pueblo, preguntándose si el mundo estaba realmente loco, o si por el contrario, el único loco era él. Pero no obtuvo respuesta alguna a su pregunta, quizás porque la humanidad entera no la tiene, tal vez porque ni siquiera existe; lo que sí comprendió, pese haberse negado en un principio, fue la absoluta y rotunda fuerza de la ley del quita pa allá, que comenzó a retumbar en sus oídos como una larga letanía pronunciada por todo el pueblo al unísono, insistente y persistentemente, de forma que le fue prácticamente imposible no rendirse a ella contagiado por aquel ambiente.

LA FAUNA DEL METRO



LA FAUNA DEL METRO

Siempre me he preguntado por qué los asientos del metro van situados en grupos de cuatro y te obligan a ir frente a frente, con pasajeros desconocidos que ni te van ni te vienen, y cuyas miradas esquivas con carraspeos incómodos, te acompañan la mayor parte del trayecto. Supongo que hay motivos sólidos y bien fundados para que los viajeros vayamos sometidos a semejante tortura, pero lo cierto es que una vez que el tren arranca y se sumerge en el oscuro túnel, parece
ciertamente ridículo, mirar por la ventanilla la oscuridad. Cuando el tren viaja por dentro de los túneles, comienza el desfile de miradas que pasean de un lado a otro sin atreverse a posarse en ningún lugar concreto. Unos optan por la incómoda posición de mirar al techo, como si alguna especie de maná fuese a ser lanzado de él; otros por el contrario, miran al suelo, como si se avergonzaran de algo inconcreto; otros deciden mirar a alguien que cree que no las ve, pero cuando el observado en cuestión, vuelve la cara hacia el mirón, éste se agita y aparta la mirada posándola en varios puntos sucesivamente, sin tener muy claro en cuál detenerse. El viajero del metro es muy variopinto, como se suele decir, cada uno es de su padre y de su madre. En primer lugar, podríamos hacer una división en dos grandes grupos: los viejos, y los jóvenes. Los primeros son sin duda alguna los reyes del transporte público, igual que lo son también de la sala de espera del médico de cabecera, y de las interminables colas de la caja de ahorros. Los viejos llevan un objetivo claro a la hora de de tomar el metro: coger asiento, y todo lo demás es una consecuencia de dicha aspiración. Una insólita carrera de obstáculos empieza para ellos, en la que aprietan el paso, sacan los codos, y avanzan rumbo al vagón seleccionado con el aplomo de una apisonadora, una vez que fijan su objetivo, no se despistan, no demoran un instante, dirigen todos sus esfuerzos en hacer suyo el asiento libre.
El grupo de los jóvenes, no es más solidario, pero tiene sus particularidades. El muchacho joven ocupa generalmente el espacio de dos cuerpos, porque siempre va acompañado de una enorme mochila que desploma en cualquier sitio. El muchacho joven ha nacido cansado, por eso se va sentando y apoyando en todas las esquinas. Cuando entra en el vagón toma asiento junto a la ventanilla, coloca la exagerada mochila en el asiento de al lado, y los pies en el de enfrente, se ve que necesita un gran espacio vital. Suele llevar auriculares, aunque no se sabe bien por qué, pues la música se escucha sin necesidad de ellos por todo el vagón, también mastica chicle, generalmente de manera que podemos ver incluso sus principios de caries en las muelas más recónditas. El más difícil todavía llega cuando ambos grupos convergen en un espacio reducido, entonces los viejos sacan los codos con más ahínco, luchando por mantener su hueco. Los
jóvenes, se vuelven hacia un lado y hacia el otro, supuestamente dejando paso, y sus descomunales mochilas amenazan con golpear la cara de atemorizados pasajeros, que comienzan
a temer seriamente por su integridad física.
Pero aparte de estos dos grandes grupos, hay muchos más; por ejemplo está el de los corbateados, hombres de entre treinta y cuarenta y cinco años, que penetran en el vagón siempre hablando por el móvil, en un tono bastante alto e intercalando risotadas cada pocas palabras. Suelen ir acompañados de algún otro corbateado más, con el que mantienen conversaciones sobre cifras y balances.
También está el trabajador corriente, ese que guarda silencio y mantiene el rostro impenetrable, con gesto duro y cansado, la mirada perdida. Éstos no suelen hablar con nadie, no miran a nadie, van metidos en sus propios pensamientos. También viaja en el metro ese grupo de personas que se dedican a mirar impúdicamente al resto de viajeros, esas que te hacen una radiografía completa en un tiempo récord, y que no apartan la mirada ni aun siendo descubiertas.
Cuando por fin el tren se detiene en una estación importante, las puertas se abren y se desata una estampida que nada tiene que envidiar a las de los búfalos del lejano oeste. Señoras que tan sólo minutos antes se mostraban doloridas, y con ello exigían su derecho a sentarse, se lanzan a la carrera por el andén, veloces como gacelas, su meta, tomar el ascensor antes de que éste se llene y tengan que esperar a la siguiente tanda. Una vez dentro, uno siente lo que debe de sentir alguien enjaulado en una especie de trampa. Los viejos, con los codos en punta, los chicos de las mochilas obligándote a esquivar los golpes continuamente y con tino, las
señoras empujando para entrar, como si el ascensor fuese un lugar infinito, el corbateado vociferando con su móvil en tu oído, porque no comprende por qué se ha quedado sin cobertura… ¡Bendita calle!
El metro es algo así como un resumen de la sociedad al completo, un lugar tan variopinto como el propio mundo, compuesto de un telar de gentes diversas compartiendo un mismo espacio, gentes que por lo general van revestidas de un egoísmo animal que las conduce a luchar continuamente por una especie de supervivencia pueril, utilizando cada una de las armas que posee, es la ley del sálvese quien pueda.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

FRASES PARA PENSAR

(LAS FRASES AQUÍ PUBLICADAS ESTÁ REGISTRADAS, Y NO PODRÁN SER UTILIZADAS SIN EL PERMISO DE LA AUTORA, Y SIEMPRE FIRMADAS POR LA MISMA)


1- El que ama, no teme, porque el amor es sabiduría, y el sabio no siente temor, porque sabe.


2- Nadie crece más allá de sus sueños, el alma de cada ser, es del tamaño de aquello que es capaz de imaginar.


3- Sólo el contraste nos muestra el camino a seguir, no hay luz sin oscuridad.


4-Sé aquello que no puedes ser. Jamás te conformes con menos.

5-La madurez es la capacidad de decidir con coherencia.

6-La felicidad está dentro de uno mismo, en ninguna ocasión puede estar supeditada a factores externos, porque éstos, siempre la ahuyentan.

7-La conciencia es la concienzuda voz del alma, escucharla es vivir de acuerdo con los principios de uno.

8-El universo está cohesionado por puro amor; no hay nada que escape a la energía de dicho sentimiento.

9-Abarcar las estrellas entre los brazos, es posible si se tiene fe.

10-La muerte no existe. Tan sólo la transición entre dos mundos.

11-Nada es demasiado importante; la vida es un puro teatro de títeres que se mueven al son de diferentes melodías.

12-El silencio es un gran folio en blanco, donde se plasman los pensamientos, sean sabios, o necios; el silencio no discrimina.

13-El grito es el enemigo acérrimo de la razón; en raras ocasiones van de la mano.

14-La vida es un largo camino plagado de bifurcaciones, con cada elección nos hallamos de nuevo ante una de ellas, y así, eternamente.