jueves, 29 de diciembre de 2011

LA MAZMORRA


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La humedad era abundante en el interior de aquella lúgubre mazmorra. La luz apenas penetraba por un angosto ventanuco situado en lo alto de una de las cuatro paredes, provocando una claridad débil y lechosa que mostraba lo horrendo del lugar de forma difusa. Saramay se hallaba tumbado a un extremo, sobre un raído jergón que apestaba a mugre; mantenía los ojos entrecerrados, observando distraídamente los regueros de agua que se deslizaban a lo largo de las paredes. No se movía, el dolor punzante que tenía en el costado le obligaba a permanecer ligeramente encogido. Tenía la boca seca, hacía siglos que no ingería líquido ninguno, tampoco había comido en horas, pero no tenía hambre, el dolor mataba cualquier otro sentido, exceptuando el de la sed.

Apenas recordaba cómo había llegado hasta allí, todo en su mente eran imágenes difusas. Recordaba un vuelco en el corazón, unos ojos verdes, una piel suave deslizándose entre sus manos, una amenaza seguida de una huida, el apresamiento, golpes, muchos golpes ensañándose en su cuerpo, después, la negrura más absoluta, y la mazmorra en la que se hallaba…

Su mente no era más que un remolino de ideas que revoloteaban a su alrededor sin orden ni concierto, sentía frío, un frío líquido que le calaba hasta los huesos, ¿qué iba a ocurrir de ahí en adelante? ¿Lograría salir del infierno al que lo habían confinado? Negó con la cabeza mientras gemía lastimero, acababa de descubrir aterrado, que estaba perdiendo la esperanza…


Lorea Otsoa Honorato.

martes, 13 de diciembre de 2011

LA ACTRIZ


Se quitó el sombrero de ala ancha, y lo fue volviendo en forma de reverencia. Su enorme pluma de color turquesa arañó la atmósfera al descender hacia el suelo. Inclinada se miró al espejo que tenía delante y se irguió despacio mientras una gran sonrisa se dibujaba en su cara. Sus tiempos de gran diva se habían disuelto hacía tanto tiempo, que dolía recordar, a veces los recuerdos son dagas lacerantes que hieren. Fue la más hermosa de las actrices, con una vida llena de promesas que se fueron extinguiendo como cera derretida. Sus labios pintados de rojo, se invirtieron de repente, y una lágrima amarga profanó su mejilla coloreada dibujando un surco miserable. Su gran obra de teatro, había llegado al final.


Lorea Otsoa Honorato