viernes, 16 de abril de 2010

CUÉNTAME UN CUENTO

Tratamos muchas veces la palabra cuento de una forma despectiva, utilizando frases como: Eso es un cuento chino, o: No me cuentes cuentos; cuando alguien trata de engañarnos de algún modo. Le damos al cuento un tratamiento de mentira o milonga que se utiliza para engañar a alguien con el fin de obtener algún tipo de beneficio, o con una intención poco loable. Sin embargo, ¿qué sabemos de los cuentos en realidad?
Los cuentos datan desde antes de que existiera una tradición escrita, los primeros cuentos eran narrados de forma oral y se transmitían de unas generaciones a otras mediante el boca a boca. Con ellos, las sociedades trataban de narrar sus historias y experiencias a los más jóvenes para trasladarles su sabiduría y experiencia, con el fin de conservar sus tradiciones y su lengua, deseaban también que aprendieran a respetar unas normas ético-morales que eran imprescindibles para vivir en sociedad. De este modo, los cuentos reflejaban los temores y vivencias de aquellos hombres y mujeres del pasado. Con el paso del tiempo, y los avances científicos y tecnológicos, los cuentos también se fueron transformando, y de narrar hechos reales, pasaron a narrar historias ficticias y basadas en la metáfora, sin embargo siempre encerraban una enseñanza, de este modo, podríamos asegurar que la base de los cuentos es la educación, de ahí que siempre encierren una moraleja.
El cuento es una narración, real o imaginada de un hecho, la palabra cuento proviene del latín computare, que significa contar; se trata de contar una serie de circunstancias; se cree que el cuento data del antiguo Egipto, y suelen considerarse antecedentes de este género las fábulas de Esopo en Grecia, y las versiones de los escritores romanos Apuleyo y Ovidio.
El cuento consta de tres partes: El principio (en el que se presentan los personajes y sus propósitos), el nudo (donde suceden los hechos más relevantes), y el desenlace (donde se solucionan todos los conflictos y se finaliza la historia). Y presenta varias características; un cuento, aunque se inspire en hechos reales, siempre ha de ser tomado como ficción; además, el cuento consta de una única línea argumental, al contrario de lo que sucede con la novela, y todos los hechos están relacionados con la trama principal y única, funcionando como indicios de ésta. En los cuentos hay un único y claro protagonista, alrededor del cual se teje toda la narración, y comparte con la poesía, la característica de que busca un efecto instantáneo, está escrito para ser leído de una sola vez.
Dentro del cuento, tenemos dos vertientes importantes: El cuento tradicional, y el cuento literario. El primero cuenta una serie de hechos ficticios en diferentes versiones, contienen la misma estructura, pero mantienen detalles diferentes. El segundo sería el que se escribe, generalmente por un autor conocido, manteniendo una sola versión, una de las primeras manifestaciones en la literatura castellana es El conde Lucanor.
Más allá de todo esto, si echamos un rápido vistazo a nuestra infancia, todos recordaremos aquellos cuentos que nos contaban nuestros mayores antes de ir a dormir, hemos crecido escuchando narraciones de todo tipo que nos iban llegando a través de las distintas generaciones que nos antecedieron. Recuerdo lo emocionante que resultaba escuchar aquellas historias una y otra vez, anhelando conocer el siempre sorpresivo final.
Caperucita sorprendida por el malvado lobo en mitad del bosque, nos alertaba sobre los peligros que entrañaba alejarnos de nuestros mayores sin hacer caso de sus advertencias; los siete cabritillos que dejaban entrar al lobo, engañados con la pata enharinada que les mostraba por debajo de la puerta, nos enseñaban a no fiarnos de las apariencias; ¿y qué decir del pequeño Pulgarcito? Este diminuto personaje nos mostraba la cantidad de cosas que se pueden hacer utilizando el intelecto…
Los cuentos van evolucionando y se adaptan a los tiempos, pero su esencia y su importancia sigue siendo la misma. Cada niño crece rodeado de estas breves narraciones que lo transportan a mundos imaginarios que le divierten y pretender mostrarle una enseñanza, forman parte de nosotros, de nuestra infancia, y en nuestra vida adulta los recuperamos con el fin de transmitírselos a nuestros hijos, creando de este modo una cadena que viaja más allá de nosotros mismos, a lo largo del tiempo, hasta un infinito que no llegamos a vislumbrar. ¿Por qué no reivindicarlos entonces? Cada uno de nosotros guardamos en nuestro interior un sinfín de ellos, sólo tenemos que rascar un poco para que vuelvan a salir a la superficie y brillen en todo su esplendor.
Lorea Otsoa Honorato.



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2 comentarios:

Víctor Morata Cortado dijo...

Magnífico artículo, Lorea. Ahora, ¿me cuentas un cuento? Jeje. Un beso y un fuerte abrazo. Que tengas una buena semana.

LOREA OTSOA HONORATO dijo...

Me alegro de que te haya gustado. Gustosa os contaré alguno que otro.


¡Saludos!