miércoles, 1 de abril de 2009

LA DECISIÓN (8)



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Durmió durante horas, cuando despertó se hallaba desconcertado, sin embargo pronto sintió el dolor de su herida en el pecho y recordó dónde se hallaba y en qué situación, casi en el mismo momento se le vinieron a la mente las palabras que Cala le dijera. ¿Realmente era feliz con su vida anterior? Se dio cuenta de que nunca se lo había planteado realmente, a él siempre le había bastado con tenerlo todo controlado, con no tomar riesgos. No había conocido la felicidad, pero sí la tranquilidad que le daba la rutina, pero ahora se hallaba allí, fuera de aquella rutina, sin la guía de su cuaderno, y aquella mujer que no hacía más que aparecer y desaparecer dejándole intrigado y lleno de dudas cada vez que lo hacía.
Escuchó un lamento que provenía de otro lado de aquella gran sala repleta de camas de enfermos, pensó en hacer una pregunta concreta, una que le ayudase con todo aquello, a comprender mejor, pero en esos momentos no quería saber nada de Cala, se sentía furioso con ella, la culpaba de lo que le estaba sucediendo. Trató de incorporarse, pero el fuerte dolor del pecho se lo impidió y no tuvo más remedio que volver a tumbarse y quedarse quieto. Los lamentos se sucedían, todos batallaban con su propia vida, con sus propios fantasmas producidos por el miedo, el inmenso miedo que habían ido desarrollando.
- Quiero moverme, no quiero seguir postrado en esta cama – dijo Samuel en voz alta.
La voz de Cala resonó en su mente con suma claridad: Descansa, le dijo con su dulzura y su firmeza características. Samuel decidió abandonarse, quedarse quieto, su cuerpo estaba malherido y no podía moverlo, sin embargo su mente trabajaba de forma vertiginosa, lo que la mujer de luz le dijera, había hecho mella en él, y no podía dejar de preguntase si era realmente feliz en aquella vida metódica y controlada hasta la esquizofrenia, que se había fabricado a su medida.
Siempre había estado lleno de miedo, de inseguridad, nunca había tenido el valor de enfrentarse a nada, a nadie, se había pasado los años replegado, agazapado bajo las mantas de su cama consultando su cuaderno para saber lo que tenía que hacer en cada momento. No, su vida no le gustaba, tampoco se gustaba a sí mismo, siempre titubeando, siempre envuelto en dudas, en desconfianza ante todo. Su vida era una auténtica cárcel creada por él mismo, por su forma de sentir todo lo que le rodeaba, una mazmorra llena de cadenas y candados, de por si acasos, de por si las moscas... Pero, ¿de qué le servía tener consciencia de todo aquello? ¿Qué podía hacer él? Vio la imagen de Cala en su mente, tan clara como si la tuviera delante, como si la viera con los ojos abiertos, sonreía satisfecha:
- Ha empezado la sanación – fueron sus únicas palabras antes de explosionar en un enorme festival de luz y vivo colorido.
En pocas horas, Samuel ya se hallaba sentado en el borde de la cama, con los pies colgando hacia abajo, tocando con las puntas el suelo, que era tan luminoso como el techo y el resto de las paredes. Cala estaba sentada a su lado, mirándole fijamente, y a Samuel le pareció el ser más bello que había visto jamás, sus ojos parecían lanzar fuego, y su sonrisa era un gran mar en calma, ligeramente mecido por una suave brisa veraniega.
- Prometo no volver a tener miedo – dijo Samuel mirándola lleno de infinito.
- Eso está muy bien, el miedo es el peor de los consejeros, es el gran obstáculo a superar – dijo Cala a su vez.
- Yo no creo que mereciera este sufrimiento – comentó sin embargo Samuel frunciendo ligeramente el ceño.
- El proceso que has vivido ha sido necesario para que llegaras al punto de comprensión al que has llegado ahora – explicó ella -. Solamente el viaje emprendido te ha llevado hasta el gran premio del reconocimiento del obstáculo que te impedía avanzar.
- Soy una buena persona, nunca me he metido con nadie – repuso él reivindicando algún mérito para sí.
- No, nunca te has metido con nadie, ni para bien, ni para mal – puntualizó Cala -, no le has hecho daño a nadie y sin embargo tampoco le has hecho bien a nadie, te has mantenido al margen de todo conflicto, y no por bondad, sino por miedo.
Samuel bajó la cabeza avergonzado al reconocerse en aquellas palabras, Cala tenía razón, él siempre había mirado para otro lado ante cualquier problema, jamás había alzado la voz ante la injusticia cometida, había pasado de puntillas por las tormentas, no había hecho nada, ni bueno ni malo, absolutamente nada. Sintió en su mano la calidez que irradiaba la luminosa mano de Cala y no pudo evitar echarse a llorar como un niño que comprende al fin lo mal que ha actuado siempre. La mujer de luz no dijo absolutamente nada, se quedó allí, a su lado, sosteniendo su mano hasta que él cesó de llorar.
- ¿Y ahora qué? – preguntó Samuel mirándola a los ojos.
- Como siempre, lo que tú quieras – respondió Cala.
- Quiero irme de aquí – dijo él sin pensar.
Cala le señaló con el dedo índice una puerta que había a un extremo de la gran sala, Samuel asintió, entonces ambos se pusieron en pie y caminaron hacia aquella puerta, la puerta de salida. Una vez junto a ella, Samuel colocó la mano sobre el pomo y bajó la cabeza, detrás de él escuchaba los lamentos de los pacientes que allí había, envueltos aún en sus heridas y enfermedades, sufriendo mucho. Se quedó así, quieto, con la mano sobre el pomo de la puerta, después se giró y paseó la mirada por todas las camas que allí había para terminar posándola sobre los ojos de Cala. Ésta no dijo nada, se limitó a devolverle la mirada y a esperar.
- No puedo irme aún – dijo Samuel con cautela, Cala siguió guardando silencio -, siento que tengo que hacer algo – continuó él.
- ¿Qué es lo que tienes que hacer? – preguntó Cala para impulsarle a continuar.
Samuel le mantuvo la mirada durante unos instantes, después la desvió hacia el montón de pacientes que ocupaban la gran sala mientras se le humedecían los ojos.
- Tengo que ayudarles a salir de aquí – dijo finalmente con firmeza.
Cala le miró llena de orgullo, como una madre satisfecha con la decisión de un hijo. Samuel soltó el pomo de la puerta de salida y se dirigió a la cama de uno de los pacientes, uno que tenía el cuerpo lleno de llagas que le obligaban a gemir todo el tiempo lleno de un profundo dolor. Se colocó a su lado y le miró compasivo, y sin embargo lleno de calma, la misma calma con la que Cala le había mirado a él. El hombre le miró un momento con los ojos llenos de súplica, él sonrió para infundirle paz, después cerró los ojos y se concentró, al abrirlos de nuevo, cogió la mano del paciente y comenzó a susurrarle palabras de aliento, de esperanza, de sanación, y poco a poco fue ayudándole a recuperarse, a él y a otros mucho pacientes que pasaron por allí, se convirtió en su guía, en su ánimo, en todo lo que ellos necesitaban para curarse y poder empezar una nueva vida, una nueva vida lejos de la vida que habían dejado atrás, una existencia miserable, llena de miedo, de sufrimiento, de dolor... Cada uno había sufrido su proceso, un duro proceso de transición, la transición que les conducía al renacimiento. Él los ayudaba a nacer de nuevo, a aparecer en su nueva vida, aquella que les llenara por completo, cuando estaban sanados los conducía hasta la puerta de salida y los despedía lleno de amor. Durante todo este tiempo no vio a Cala, sin embargo sintió su presencia continuamente a su lado; se sintió lleno, realizado, por fin hacía algo por los demás, había dejado los miedos que siempre le habían empequeñecido, para engrandecerse con el sacrificio hacia los demás, la ayuda, la compasión hacia aquellos que le necesitaban.
Una mañana, justo después de despedir a una niña a la que había ayudado, vio a Cala en un extremo de la gran sala. Se alegró mucho, pues hacía demasiado tiempo que no la había vuelto a ver, así que se acercó a ella sonriente y se colocó justo enfrente.
- Has hecho un gran trabajo, debes de estar muy orgulloso – dijo Cala con la misma dulzura y firmeza de siempre.
- Lo que estoy es agradecido a ti por haberme hecho darme cuenta de tantas cosas, antes yo estaba muerto, muerto en vida, no hacía nada más que cumplir con mi rutina, esa estúpida rutina que me daba una falsa seguridad, yo no vivía, no sabía lo que era la vida, en realidad la vida es ofrecerse a los demás, hacer que salgan del agujero en el que están metidos – explicó Samuel emocionado -. El ayudar a todas estas personas me ha hecho sentirme bien, sentirme útil, feliz.
- Lo sé, te comprendo muy bien y no esperaba menos de ti – dijo Cala.
- Sabías que me quedaría, ¿no es cierto? – preguntó Samuel.
- Tenía la esperanza de que lo hicieras – respondió Cala sonriente -. Ahora ha llegado el momento de que te marches- añadió después.
- ¿Marcharme? Aún quedan muchas personas a las que ayudar – dijo Samuel un tanto decepcionado.
- Tú ya has hecho lo que debías, has aprendido, ahora debes volver a tu vida y hacer lo que has aprendido aquí, comprende una cosa, allá donde estás, siempre podrás brindar tu ayuda – le explicó Cala llena de paciencia.
Samuel asintió, después agarró el pomo de la puerta con decisión, la abrió y la atravesó. Apareció en su habitación, aquella de la que un día cayó por un negro pozo. Echó un vistazo y todo le pareció muy lúgubre, triste, de pronto no comprendía cómo había podido vivir allí, de aquel modo. Incluso vio su cuaderno sobre la mesilla, caminó hacia él y lo cogió, lo hojeó por encima y le pareció algo realmente patético, estúpido. Decidió que lo rompería, que rompería con todo lo que hasta ahora había envuelto su existencia. Empezaría en ese momento, tenía mucho por hacer, seguramente había muchas personas a las que podía ayudar, nunca más seguiría una pauta, un patrón, crearía su vida a partir de cada instante. Sonrió para sus adentros mientras dejaba caer el cuaderno de entre sus manos, nunca más lo volvería a coger.
FIN

5 comentarios:

Pequeño Peter Pan dijo...

Me e leído este cacho de Samuel, y me a gustado mucho, aunque siendo el 8 no me e enterado demasiado, narras bastante bien la situación, y al menos... tu puedes escribir lógicamente... lo que has leído en mi blog... no es algo escrito desde la lógica... es algo escrito desde la inspiración, algo que sin mas me sale... y me gusta que te guste... pero no puedo escribir siempre que quiero y cuando quiero muchas veces no puedo...

Te seguiré leyendo pero ahora es tarde y mañana madrugo

LOREA OTSOA HONORATO dijo...

Gracias. Puedes empezar a leer la historia desde el principio, está toda publicada, si buscas por la etiqueta de Relatos, te será más fácil ir encontrando cada capítulo.
Me gustó lo que leí en tu blog, sobre todo por eso, por que no es algo técnico, sino algo que se nota que nace de dentro, partiendo de sensaciones.

Un saludo.

Anónimo dijo...

HOLA LORENA,SOY FRANCISCO BROTONS ADMINISTRADOR DEL CAFÉ DEL AUTOR Y SEGUIDOR DE TU BLOG. MI CORREO ES: fracbuzon@telefonica.net
ESPERAMOS TUS OBRAS EN EL ESCAPARATE DEL CAFÉ, SOLO TIENES QUE MANDAR UNA IMAGEN DE LA PORTADA Y UNA PEQUEÑA INTRODUCCIÓN O SINOPSIS DEL LIBRO O DE LOS LIBROS EN CUESTIÓN.
SALUDOS...SEGUIMOS EN CONTACTO.

Javier Pellicer dijo...

Un final genial, con un mensaje utópico pero que no debería serlo. La rutina, esa estúpida rutina de nuestra sociedad cansina nos impide ver la necesidad de tantos. Peor aún, como tú dices, nos infecta con el miedo a tratar de salir de dicha monotonía y hacer algo distinto y digno.
Muy bien narrado, una historia bonita y de una gran intensidad, Lorea. Mis felicitaciones.

LOREA OTSOA HONORATO dijo...

Muchas gracias, Javier. He visto que has ingresado en El café del autor. La verdad es que es un blog interesante, yo ya he empezado a leer alguna obra. A ver si se hace más conocido.

Saludos.