viernes, 24 de abril de 2009

LA REVOLUCIÓN (2)

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Penetró en el enorme edificio en el que habitaba, una sólida construcción de piedra que se había hecho con las manos y el sudor de miles de infelices que habían dejado la piel en aquella empresa, muchos incluso habían muerto en el empeño por realizar aquella gran obra, la majestuosa e imponente vivienda de El Líder, el pastor del pueblo. El interior de dicho edificio se hallaba adornado con multitud de tapices que mostraban batallas bélicas en las que el Gran Hombre, supuestamente había tomado parte en su juventud, combatiendo contra villanos y desalmados que querían sembrar el caos más absoluto. De las grandes ventanas, colgaban cortinones de terciopelo granate hábilmente tratados para que luciesen esplendorosos a cada momento. El mobiliario era sólido y rotundo, armarios y mesas de madera oscura y maciza, y vitrinas de relucientes cristales en las que se encerraban todo tipo de utensilios. Los suelos, de mármol muy lustroso, se recubrían parcialmente con grandes alfombras que daban cierta calidez a la sobria y fría decoración, y en cada estancia, una gran chimenea con un buen fuego en su interior, para que la temperatura fuese la adecuada.
Dos hombres vestidos de soldados, cerraron las ventanas de la balconada, amortiguando de este modo la algarabía que se había creado fuera, El Líder entre tanto, se encaminó hacia un butacón de piel que había junto a la chimenea y se desplomó sobre él lanzando una gran suspiro, luego chasqueó los dedos de forma displicente y una mujer gruesa, vestida con uniforme negro, y delantal y cofia blancas, se apresuró a acercarse a él. Se detuvo enfrente con la cabeza gacha y esperó sin mediar palabra.
- Tráeme un vaso de agua, tengo la boca seca – ordenó El Líder, y tras una breve reverencia la mujer salió pitando de la gran sala -. Consejero – llamó acto seguido.
El hombre encorvado y delgaducho, se apresuró a acercarse a él, sabía que EL Líder no soportaba las demoras, tampoco se sabía el nombre de ninguna persona de las que le rodeaban, les llamaba por la ocupación que realizaban, como si más allá de eso no fuesen personas humanas, jamás le habían escuchado pronunciar ningún nombre, ni siquiera el de ninguna de sus amantes. Se colocó ante él con la cabeza gacha y carraspeó un poco para aclararse la garganta.
- Señor... – balbuceó con voz ahogada.
- ¿Qué te ha parecido el discurso? – preguntó sin andarse por las ramas, no le gustaba dar rodeos.
- Bien, señor, grandioso, como siempre – se apresuró a responder el hombrecillo.
- Ya... – murmuró El Líder con la mirada fija en el fuego, que crepitaba en el interior de la chimenea – Ahora dime la verdad, consejero, la pura verdad si no quieres que acabe con tu miserable vida – añadió después con voz de trueno, sin ni siquiera mirarle.
- Quizás se ha excedido un poco, y sólo un poco, en tiempo de exposición – respondió el hombrecillo con voz trémula, sabía que mentir era lo peor que podía hacer, pero tampoco debía ser demasiado directo, porque El Líder era El Líder.
- La gente estaba entregada – dijo éste sin poder ocultar su fastidio.
- Sí, señor, muy entregada – se apresuró a decir el hombrecillo.
- ¿Pero...? – preguntó de nuevo El Líder.
- Bueno, ya sabe, señor, que, y sin que se ofenda...
- ¡Al grano! – vociferó haciendo dar un respingo al hombrecillo, que tardó unos brevísimos instantes en volver a retomar el hilo.
- No es conveniente que haga apariciones en público demasiado prolongadas, eso podría confundir a la miserable masa, podría hacerles creer que usted, y discúlpeme, es un hombre normal, como ellos, de carne y hueso – explicó el hombrecillo sintiendo que temblaba hasta el tuétano.
- ¿Eso crees? – preguntó El Líder con una sonrisa tan cargada de cinismo que heló la sangre del consejero - ¡Ese vaso de agua! – gritó acto seguido mirando hacia la puerta.
No tardó en aparecer la gruesa mujer del uniforme negro con una bandeja de plata entre las manos que contenía un vaso de agua. Se acercó a él con premura y se arrodillo colocando de este modo la bandeja a su altura. El Líder cogió el vaso con el ceño fruncido y tomó un sorbo de agua, luego lo depositó sobre la bandeja y volvió al consejero, que permanecía quieto en el mismo lugar. La mujer se quedó arrodillada a los pies de El Líder, sosteniendo la bandeja en alto para que éste tomara agua las veces que lo deseara.
- Dime una cosa, consejero, ¿crees que soy un hombre normal? ¿Uno como los de ahí abajo? ¿Uno como tú? – preguntó de forma capciosa, el hombrecillo negó con la cabeza, aunque de forma imperceptible – Contesta – le instó El Líder.
- No, señor, por supuesto que no – respondió en un hilo de voz.
- No te escucho – insistió El Líder.
- No, señor, por supuesto que no – reiteró la respuesta el hombrecillo, esta vez con la voz un poco más alta.
- Y me ves a menudo, todos los días durante varias horas, ¿no es cierto? – el hombrecillo asintió – Puedo chasquear los dedos y hacer que te saquen las entrañas aquí mismo, para después vender tu carne a esos miserables, que aunque sea poca y correosa, seguro que aceptaban de buen grado, ¿crees que un hombre normal tiene ese poder, consejero?
- No, señor, por supuesto que no – contestó el hombrecillo sintiendo que se sonrojaba.
- Entonces, ¿qué es lo que me decías? – volvió a preguntar - ¿Qué fallo he cometido?
- Ninguno, señor, ha estado espléndido – respondió el hombrecillo confuso.
- No me mientas... – murmuró El Líder con voz sibilante.
- Usted no es un hombre común, yo lo sé aunque le vea a cada rato, aunque sepa que necesita comer y beber para subsistir como los demás, aunque tenga limitaciones humanas; pero esa gente es chusma, no entiende nada por sí misma, usted debe guiarles, y para eso le tienen que ver como a un dios, por eso no conviene que se exponga más que lo imprescindible, los anuncios que tenga que hacer los puede hacer por medio de otros, hombres sin importancia que impedirán que su imagen se desgaste – explicó de carrerilla, sintiendo que expulsaba todo el aire que le quedaba en el cuerpo.
El Líder se inclinó hacia delante y tomó de nuevo el vaso de agua que la mujer sostenía sobre la bandeja de plata, se lo llevó a los labios y tomó otro sorbo, volvió a colocarlo sobre la bandeja y se arrellanó en el sillón entornando los párpados, tenía ganas de echar un sueñecito, y así lo hizo, mientras el consejero, y la mujer de la bandeja permanecían quietos en sus puestos, esperando la orden que les permitiese dejar la posición en la que se hallaban, sin embargo El Líder estaba cansado y tardaría un buen rato en abrir de nuevo los ojos.

( Este relato pertenece al libro "Arcas cerradas", que se puede adquirir a través de este blog, en la etiqueta libros para comprar o en los siguientes enlaces:

TAPA DURA:http://www.lulu.com/content/6224792

TAPA BLANDA:http://www.bubok.com/libros/7792/ARCAS-CERRADAShttp://www.lulu.com/content/6212380)


CONTINUARÁ...


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