lunes, 23 de marzo de 2009

LA DECISIÓN (7)


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Intentó abrir los párpados, le pesaban demasiado como para poder hacerlo de forma satisfactoria, tenía la boca pastosa, sentía la lengua hinchada, adormecida, como si se le hubiera vuelto de goma. Escuchaba sonidos a su alrededor, los escuchaba envueltos en eco, como si los oyera dentro de una caverna; le dolía el pecho, eso le recordaba lo que le había ocurrido, la flecha atravesada en su cuerpo con contundencia. En aquellos momentos, brevísimos instantes, creyó que había llegado el fin, que había muerto provocando de este modo el final de aquel viaje surrealista. Sin embargo parecía estar vivo, de otro modo no se explicaría el agudo dolor en el pecho, pues la muerte debía de ser una liberación de todo aquello. Seguía vivo, pero no sabía dónde se hallaba concretamente, por eso se afanaba en abrir los ojos, para descubrirlo, pero le pesaban demasiado los párpados, parecían losas de cemento. Un profundo abatimiento se cernía sobre su dolorido cuerpo, no podía moverse, se sentía demasiado pesado. Finalmente se resignó a caer en un profundo sueño, no tenía fuerzas para nada más.
Horas después, Samuel por fin pudo abrir los ojos, aunque con dificultad, pues a pesar de haber dormido profundamente, aún estaba cansado. Veía borroso, tuvo que esperar a que se aclarase la vista; sobre él se extendía un techo blanco muy luminoso, al recorrerlo con la vista se dio cuenta de que no había ninguna lámpara en él, y sin embargo aquel lugar estaba perfectamente iluminado, la luz parecía salir del mismo techo, incluso de las paredes y el suelo. Giró la cara hacia la derecha, vio una cama blanca sobre la que yacía una mujer tumbada boca arriba, igual que lo estaba él. Giró la cara hacia el otro lado, había otra cama, en ella se encontraba tendido un niño; pensó que se encontraba en un hospital, ¿pero quién le había llevado allí?
- Terminó la batalla, ahora debes curarte – la voz de Cala le resonó dentro de la mente.
- ¿Dónde estás? – preguntó Samuel con voz ronca, le dolía el pecho al hablar.
La hermosa mujer de luz se materializó a un lado de su cama, tan sonriente como siempre, mirándole con una gran dulzura, con un ilimitado amor que a Samuel siempre le llamaba mucho la atención, porque nunca se había sentido tan amado por nadie, por eso no pedía evitar sorprenderse.
- Estoy a tu lado, siempre estoy a tu lado, Samuel – respondió con voz dulce.
- ¿Qué hago aquí? – preguntó él con lágrimas en los ojos.
- Has vencido muchas barreras, has ganado una de las peores luchas, la de uno mismo contra uno mismo, ahora has de descansar para poder curarte – respondió Cala sin dejar de sonreír -. Ahora todo está bien...
- ¿Bien? Estoy postrado en una cama herido de muerte – balbuceó con voz quejumbrosa.
- Tiene que morir lo que eras para que pueda nacer lo que has de ser – explicó Cala con absoluta paciencia.
- Yo no quiero ser otra cosa, yo era feliz con mi vida – la contradijo Samuel frunciendo el ceño en una mueca que estaba entre el dolor y el enfado.
- ¿Entonces por qué querías cambiarla? – preguntó Cala sin dejar de sonreír.
- ¿Yo? – Samuel se mostró lleno de extrañeza.
- De lo contrario no estarías aquí – dijo la mujer de luz, y acto seguido se esfumó.
El joven giró la cara y clavó los ojos en el blanco y luminoso techo que tenía encima, Cala le había dejado tan desconcertado como siempre, también molesto, pues no estaba en absoluto de acuerdo con lo que le había dicho, si tenía una cosa clara, era que él no deseaba estar allí, no había querido caer en aquel pozo, ni haber caminado por aquel pasillo, y mucho menos ver perecerse a sí mismo en un lúgubre campo de batalla. Ahora se hallaba tumbado en una cama de hospital, con un fuerte dolor en el pecho, herido y agotado, sin embargo ya no estaba asustado, ahora lo que estaba era enfadado, profundamente furioso, sentía rabia por dentro. Cerró los párpados con fuerza y se negó a pensar en todo lo que Cala le había dicho, no quería hacerlo.


CONTINUARÁ...

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