martes, 10 de marzo de 2009

LA DECISIÓN (5)



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Un tupido bosque se abría al otro lado de la puerta, un bosque que yacía bajo una gran masa de nubes negras que amenazaban con vomitar agua en cualquier momento. Samuel sintió un escalofrío que recorrió su espina dorsal, lo que tenía delante no era precisamente un paisaje bucólico, tuvo miedo y dio media vuelta para regresar al pasillo del que acababa de salir, por lo menos lo conocía, sabía cómo era, pero no había rastro de él, tampoco de la puerta, se hallaba en medio de aquel lúgubre bosque. No sabía muy bien qué hacer, no parecía haber nadie en aquel bosque, parecía seguir solo.
Echó a andar sin rumbo fijo, podía sentir cómo le temblaba todo el cuerpo, pensaba que desde que saliera del pozo, todo había ido de mal en peor. Recorrió el bosque durante largo rato esperando encontrar algo, tal vez a alguien que le diera alguna pista de dónde se hallaba y por qué motivo. Se detuvo en seco pensando en Cala, ¿Por qué seguir dando vueltas si podía preguntarle a ella qué hacer? Siempre había acudido a su llamada, así que sin dudarlo, levantó las manos hacia el metálico cielo que amenazaba con derrumbarse:
- ¿Qué hago aquí? ¿Cómo puedo salir? – su pregunta resonó envuelta en un eco profundo que retumbó por todo el bosque.
Un rayo partió el cielo en dos, el rugido de un potente trueno hizo que todo allí se estremeciese en un sobrecogedor temblor. Con asombro, Samuel pudo ver cómo un montón de hombres salían gritando como energúmenos de entre los arbustos portando lanzas, arcos con flechas y piedras; de los arbustos de enfrente salió otro montón de hombres gritando con la misma furia, pero éstos no portaban ni lanzas, ni arcos con flechas ni piedras, sino metralletas. Los de las lanzas vestían con ropas antiguas, como de un tiempo mucho anterior; los de las metralletas en cambio vestían con ropas militares modernas. Comenzaron a disparar los unos contra los otros, asesinándose de forma sangrienta, como si realmente se odiaran, Samuel se vio allí, en mitad de un campo de batalla en pleno apogeo. En un acto reflejo se arrodilló y se cubrió la cabeza con los brazos para protegerse. Los gritos que lanzaban los combatientes eran realmente sobrecogedores, nunca había escuchado a nadie gritar de ese modo, emitiendo semejantes alaridos, estaban como locos, completamente desquiciados, fuera de sí, la ira los había dominado por completo, los vapuleaba a su antojo, como si fueran blandas figuras de arcilla. Podía respirarse el odio en el ambiente, era denso, casi podía verse debido a su materialidad, a su brutalidad. Samuel permanecía allí encogido, sin saber cómo salir de aquella guerra que ni le iba ni le venía, expuesto a ser asesinado en aquel caos de la absoluta barbarie. Sentía a los hombres caer a su lado exhalando su último suspiro, el último aliento de vida. En cualquier momento podía ser él, podía entrar a formar parte del montón de muertos que iban cayendo en el campo de batalla, y eso le causaba un pavor terrible, un espanto que lo mantenía allí clavado, con la cabeza escondida entre los brazos, como si de este modo pudiera protegerse, evitar que un tiro, una lanza o una flecha le hiriesen. Los truenos comenzaban ya a sucederse de una forma muy continuada, volviéndolo todo mucho más confuso, más caótico, más aterrador, porque todos los desagradables y estridentes sonidos, se mezclaban en una sintonía de dolor, de ira desatada, del olor dulzón de la sangre manando a borbotones, de muerte y brutalidad.
Todo cesó de repente, los gritos, los truenos, los suspiros postreros, los tiros y el silbido de las flechas al cortar el aire, el silencio cayó sobre el campo de batalla como una losa, Samuel levantó la cabeza, bajó los brazos que la cubrían y echó un vistazo a su alrededor. Se fue poniendo en pie lentamente, descubriendo a su pesar, cómo todo el bosque estaba sembrado de cadáveres, centenares de cuerpos mutilados y ensangrentados cubriendo toda la superficie. Jamás había visto algo como aquello, en realidad jamás había visto siquiera un muerto, tan sólo por la televisión, y siempre eran muertos de lugares muy lejanos, para él se encontraban a años luz. Lívido y tembloroso echó a andar por entre los cadáveres, al principio sin mirarlos, no tenía valor para hacerlo, después no tuvo más remedio que hacerlo si no quería tropezar y caer. Fue en ese instante cuando se encontró con aquel rostro que le sobrecogió por completo, el rostro de uno de los muertos que había caído boca arriba con una flecha atravesada en la garganta. Se llenó de horror mientras sentía cómo el cerebro le palpitaba dentro del cráneo; aquello no podía ser, era realmente imposible. Un gran frenetismo se apoderó de él, de pronto era como si se hubiese salido de sus casillas, totalmente poseído comenzó a dar la vuelta a todos los cadáveres que tenía a su alrededor, y cada vez que lo hacía pegaba un grito desesperado, porque en cada uno de ellos descubría un rostro, el mismo rostro, el suyo.



CONTINUARÁ...

2 comentarios:

Víctor Morata Cortado dijo...

Hola Lorea, tan sólo quería darte las gracias por el comentario que has dejado en mi blog y, sobre todo, por estar leyendo mi obra. Me alegra muchísimo saber que la estás disfrutando. De paso he aprovechado para mirar tus recomendaciones y puede que te haga caso, aunque soy bastante tímido y la autopromoción a veces no se me da nada bien. También aprovecho para felicitarte por este espacio, le he echado un vistazo por encima y me ha gustado lo que he leído, así que prometo pasarme con más detenimiento y dejarte algún comentario al respecto. Muchas gracias de nuevo, por pronunciarte y por leerme, un fuerte abrazo.

Toxicmen dijo...

valla, me gusta tu manera de escribir... te voy seguir... para leer la continuacion...

Que la oscuridad te acompañe!!