lunes, 23 de febrero de 2009

LA DECISIÓN (3)


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Pasaron meses y Samuel seguía tumbado en el suelo, comiéndose las uñas con frenesí, envuelto casi por completo por aquellas sombras, que se habían adueñado prácticamente de todo el agujero, ya apenas ni se veía la boca de éste, las sombras la cubrían con su aliento oscuro. En la mente de Samuel apenas quedaba una vaga imagen de aquella mujer de luz. Llegó a pensar que todo aquello no era más que un sueño, que no había sucedido realmente, que había sido una alucinación producida por su mente quizás enferma. Se mordía las uñas mientras sentía cómo aquellas sombras enfriaban cada vez más el ambiente, de tal modo que no podía evitar tiritar de frío. La mujer de luz no era más que un lejano sueño para él, su única realidad era aquel agujero, las negras sombras y la intensa gelidez que éstas arrojaban sobre él.
Una de estas sombras comenzó a enroscársele por el cuerpo de forma sibilina, Samuel la sintió y se echó a temblar, definitivamente querían apoderarse de él: Ellas solamente tienen el poder que tú les das, estas palabras comenzaron a retumbar en su mente mientras aquella sombra se le intentaba meter por el cuerpo, ¿poder? ¿Qué poder tenía él? Se sentía completamente insignificante, pequeño, diminuto, atrapado. La sombra le iba subiendo de abajo a arriba, tratando de hallar un hueco por el que poder penetrar en él; Samuel la sentía ascender como una culebra de hielo que le iba oprimiendo la carne. Trepó hasta su cara, donde halló la boca entreabierta, y sin dudarlo comenzó a colarse por ella, la voz, aquella voz interior volvió a repetirle aquella frase: Ellas solamente tienen el poder que tú les das, impulsado por aquellas palabras comenzó a toser para expulsar las sombras, después empezó a escupir mientras se iba incorporando, la sombra no tuvo más remedio que retroceder. Samuel se dio cuenta de este hecho y comenzó a escupir y a toser con más fuerza, y no sólo se retiró aquella sombra, todas las demás comenzaron a retroceder también: ¡Fuera! ¡Fuera! Comenzó a gritar ya de pie, de pronto se sentía desatado, furioso, y las sombras se hacían cada vez más y más pequeñas, acorraladas por su determinación, esa determinación que le había invadido repentinamente. Después comenzó a mirar a todos los lados como si buscara algo o a alguien:
- ¿Dónde está? ¿Dónde está la salida? – preguntó con urgencia.
En el mismo momento en el que formuló la pregunta, apareció de súbito la luz, que creció con la fuerza de un relámpago y se transformó en la bella mujer de luz que viera mucho tiempo atrás. Samuel dio un paso atrás sobresaltado, no se esperaba la repentina aparición, la miró a la cara, sonreía dulce y amorosa como la primera vez que la vio. ¿Dónde había estado durante tanto tiempo? ¿Por qué aparecía justo en aquel momento?
- Porque tú me has llamado, Samuel – respondió ella a las preguntas que él se hacía en la mente.
- ¿Yo? – preguntó él un tanto desconcertado.
- Has preguntado dónde estaba la salida – respondió Cala haciendo gala de una profunda calma.
Dicho esto, señaló hacia una de las paredes del pozo, Samuel miró hacia donde señalaba y pudo ver cómo le salía un rayo muy fino de luz rosa, lo siguió con la vista y vio cómo éste iba cortando la gruesa pared de piedra de una forma contundente y limpia hasta abrir una puerta que daba a un pasadizo. Samuel observó con asombro la operación, con la boca abierta, como un niño que admira el truco de un mago de circo, después miró a Cala fijamente, ésta le devolvió la mirada sonriente.
- ¿Por qué no lo hiciste la otra vez en lugar de dejarme encerrado durante meses? – preguntó un tanto molesto.
- No me lo pediste – fue la escueta respuesta de Cala que dejó a Samuel anonadado.
- Sí que lo hice, te pregunté por la salida y no me respondiste – se quejó frunciendo el ceño.
- Me preguntaste cómo podrías salir, yo te dije que podrías salir cuando quisieras, solamente queriéndolo podrías hacerlo, hoy has pedido saber dónde estaba la salida, y yo te la he mostrado – contestó Cala sin perder la perfecta sonrisa que la caracterizaba.
Samuel no dijo nada, se limitó a bajar la mirada mientras meditaba con cautela lo que aquella mujer le había dicho, tratando de comprenderlo perfectamente para no caer en una mala interpretación.
- Has de hacer la pregunta correcta, ha de ser literal, yo no interpreto, solamente respondo a lo que tú me preguntas, no doy lo no que se me pide, eso alteraría el orden de las cosas – explicó al ver la zozobra del joven.
- No comprendo, ¿qué orden? – preguntó Samuel más confuso aún.
- El orden cósmico, todo sucede cuando debe, ni antes ni después, cada castigo, acción o recompensa, lleva su proceso, y éste es lo largo que el que lo padece haga que sea – hizo una pausa intencionada para acto seguido proseguir -. Hoy, y no antes, has pedido salir, has preguntado exactamente dónde; el cómo me lo preguntaste hace meses, y te respondí que saldrías por tu voluntad, después has necesitado unos meses para preguntar por dónde, podrías haberlo preguntado antes y haber salido también antes, pero preferiste tomarte tu tiempo, es lícito.
Samuel no dijo nada, y la mujer de luz desapareció tan precipitadamente como había aparecido, sin dejar rastro alguno. El chico miró entonces hacia la puerta recién abierta en la pared. Dubitativo comenzó a caminar hacia ella para ver lo que había al otro lado. Se situó muy cerca y se asomó tímidamente, al otro lado se extendía un largo y angosto corredor cuyo final apenas se vislumbraba, se quedó allí quieto, sin saber muy bien qué hacer, ¿y si lo mejor era quedarse dónde estaba? Volvió la cara y miró el agujero inmundo en el que llevaba metido tanto tiempo, no le apetecía seguir en él, sin embargo no sabía dónde iba a parar aquel largo pasillo y eso le causaba pavor. Cuando volvió a mirar hacia la puerta, notó que ésta había menguado un poco, tal vez un palmo, esto le desconcertó. Miró de nuevo hacia el lugar que había ocupado durante tanto tiempo, hacia la boca de éste, que parecía mucho más lejana, y de nuevo hacia la puerta, que era más pequeña; gimió angustiado, tenía que decidirse, pero ¿por qué? La puerta seguía menguando, cada vez con más rapidez, pronto no pasaría por ella, miró hacia arriba, la boca estaba ya tan lejana, que apenas era un punto, después recorrió el agujero con la mirada, las sombras habían vuelto y se reían a carcajadas llamándole cobarde, se volvió hacia la puerta, apenas era ya un hueco en la pared; sin pensarlo ni un segundo más, se coló a través de él justo antes de que éste se cerrara del todo.



CONTINUARÁ...

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