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Luno jamás había podido pensar siquiera en ser capaz de lanzar por su boca palabras como las que ahora escupía sin ningún tipo de problema. Su capacidad verbal había escalado puestos de manera considerable, sus gestos, incluso sus pensamientos, todo era diferente en él. Ahora sabía cómo moverse, qué decir en cada momento, y sus pensamientos fluían con una limpieza y una rapidez extraordinarias. Se miraba al espejo, y no se reconocía en él, no había ni un atisbo del muchacho que alguna vez fue, un chico lleno de ideas y sueños que era incapaz de plasmar.
El enmascarado había invertido tiempo y dinero en su formación, en prepararlo todo para que comenzasen sus soflamas, todas perfectamente estudiadas, eligiendo con tino y suma inteligencia los lugares y los momentos adecuados. Incluso introducían agitadores entre los asistentes, para que fueran encendiendo los ánimos. Con el tiempo incluso algunos miembros del ejército fueron a escondidas a escucharle y salieron absolutamente convencidos de lo que aquel muchacho bien instruido les decía.
Luno jamás vio la cara de su mentor, éste nunca se había despojado de su máscara delante de él, tampoco mantuvieron ningún contacto demasiado cercano, siempre alejados por unos metros. No intentó rebasar los límites marcados de manera tácita por el enmascarado, no quería estropearlo todo, porque sabía, que si había alguna posibilidad de sacar adelante aquella revolución, sería de la mano de aquel misterioso hombre. Un ser que había puesto todo su empeño y mucho dinero en aquella lucha, y aunque Luno no comprendía sus motivos, había decidido respetarlos, y había llegado a pensar que se trataba de un altruista nato, una de esas personas que hacen el bien por el bien, sin esperar obtener nada a cambio.
Antes de que El Líder fuera capaz de vislumbrar siquiera lo que se estaba cociendo a sus espaldas, Luno ya se había ganado a todo el pueblo, y a más de la mitad del ejército, para su causa, con lo cual, cuando quiso reaccionar, ya era demasiado tarde, aun así, la parte del ejército y de gente que aún le quería arriba, plantó cara a Luno y a los suyos, y hubo pelea, hubo lucha encarnizada, una guerra que dio la victoria al bando de Luno, que se vio entronado de la noche a la mañana, aclamado por el pueblo que le agradecía su hazaña.
El Líder, soberbio hasta el final, fue ejecutado en la plaza pública, frente a un montón de personas que pedían sangre, la sangre de la venganza que limpiase todo el mal que les había hecho aquel energúmeno, todo el dolor que les había provocado a ellos y a los suyos, de los cuales muchos habían perdido la vida en miserables condiciones infrahumanas. De este modo, El Líder no vio culminada su gran estatua, sino más bien todo lo contrario, pues ésta fue pisoteada de manera infame por todo el que quiso.
Tras la ignominiosa muerte de El Líder, Luno fue investido como nuevo líder de las masas, se instaló en el gran edificio del gobierno y comenzó a redactar leyes nuevas junto a un montón de asesores expertos en todo. Quiso poner todo patas arriba, quería dar derechos a las gentes, paliar la miseria en la que estaban sumidos, darles libertad, darles todo lo que él siempre había echado en falta, porque se lo merecían, porque era lo justo y porque ya era hora.
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