martes, 2 de febrero de 2010

LA VIUDA




La mujer acarició la madera barnizada con la palma de la mano, por increíble que pareciera, de esta forma se hacía a la idea de que lo estaba acariciando a él. Sonrió con amargura al comprobar una vez más lo irónica que es la vida, ¿cuántas veces había acariciado a su marido a lo largo de los últimos cuarenta años de vida en común? Ni siquiera recordaba que le hubiera hecho falta, ¿y por qué ahora tenía esa especie de necesidad? Acariciar la caja que contenía su cuerpo, no era lo mismo que acariciarlo a él, y sin embargo, por muy absurdo que le pareciera, no podía dejar de hacerlo. Las lágrimas se agolparon en sus ojos y se apartó de allí. Sintió que alguien la tomaba del brazo y la conducía hasta una silla.
Desde allí podía verse el ataúd completo, con las coronas de flores que iban llegando, colocadas en el suelo, apoyadas contra el soporte que sostenía el féretro, y pensó si realmente era necesario tanto adorno. A su marido no le gustaban las flores, o al menos nunca había demostrado demasiado interés por ellas, como prácticamente todos los hombres, si ahora mismo se hubiera levantado y las hubiera visto, apenas les habría dedicado una mirada, y sin embargo allí estaban, acompañándole en su último viaje.
Entornó un momento los párpados, y trató de imaginar su vida de ahí en adelante, tras unos intensos instantes de introspección, descubrió horrorizada que no tenía ni idea, porque en realidad su vida siempre había estado ligada a ese hombre que ya descansaba en paz. Se habían conocido con quince años, y desde entonces no se habían vuelto a separar. Con veinte años ya eran marido y mujer, llevaban más de sesenta años juntos, y eso era más de lo que vivían muchas personas.
El futuro le resultaba tan desolador, que no pudo menos que romper a llorar, imaginándose perdida en la inmensa soledad que tenía por delante. Sus hijos ya eran abuelos, sus nietos padres, y ella no era más que el eslabón perdido de una gran cadena, ¿qué lugar ocuparía ahora? Mientras su esposo existió, tenía un motivo para vivir, para seguir alimentando ese motor roñoso que aún se empeñaba en seguir, pero ¿y ahora? ¿Cuál era su objetivo? Pese a todos los años que tenía, y a la experiencia ganada, pese a los malos tiempos vividos, pese a las luchas largas y costosas, pese a todo, y paradójicamente, se sentía desvalida y sin saber muy bien qué camino tomar, tal vez por primera vez en su vida.
Entraron los hijos, con semblante serio, de ese que se gasta en los entierros, cargaron la caja en hombros, y alguien la ayudó a levantarse, se trataba de una chica joven, no recordaba quién era, tal vez alguna de las novias de uno de sus bisnietos, ¿o no? Era eso lo que le esperaba, vivir un tiempo más o menos largo rodeada de seres que se le antojaban lejanos, desconocidos… tras el féretro caminaban, se escuchaban llantos, la viuda cogida del brazo de una muchacha sin rostro, y la pena que se alzaba con la muerte del marido, aquel al que ahora echaba más de menos de lo que lo amó, ¡qué irónica es la vida!


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