jueves, 30 de abril de 2009

LA REVOLUCIÓN (3)

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Por la noche, y tras una copiosa cena, El Líder se retiró a su dormitorio, una gran estancia en la que había una enorme cama con dosel y mantas gruesas que le mantenían caliente toda la noche. Se metió en ella y clavó los ojos en el techo, al que el fuego de la chimenea lanzaba sombras que proyectaban imágenes amorfas y sinuosas. Él las miraba creyendo ver en ellas símbolos y señales que le mostraban lo que debía hacer, aquella noche vio un gran monumento, una estatua gigantesca de su persona, presidiendo una de las colinas más altas de la ciudad, oteándolo todo con prepotencia, y sonrió tapado bajo las mantas.
Al día siguiente se levantó presto, había tenido una visión clarísima por la noche y tenía que llevarla a cabo. Saltó de la cama y comenzó a dar órdenes vociferando a diestro y siniestro, el personal de la casa se afanó por tenerlo todo listo y a punto, no podía haber nada fuera de su sitio, ningún retraso, ninguna negligencia por nimia que fuera. Tenía que estar el desayuno listo por si quería desayunar, el baño preparado por si se quería bañar, el consejero en el despacho por si había que hacer alguna gestión importante antes de nada, el coche preparado por si quería salir, etc.
El líder iba avanzando por los largos pasillos del edificio mientras era saludado con reverencias por todos los empleados con los que se iba topando, él no los miraba siquiera, no los veía, ni siquiera pensaba en que existían hasta que necesitaba cualquier cosa de ellos. Avanzó a grandes zancadas hasta su gran despacho, donde el consejero le esperaba perfectamente listo para lo que fuera menester. Al verle entrar le saludó tal y como lo había hecho el resto de empleados, luego esperó a que fuera él quien tomase la palabra en primer lugar.
El Líder se sentó tras su mesa de despacho de proporciones desmesuradas, y miró a su consejero un momento, éste se situó justo enfrente, con los oídos bien abiertos y la cabeza gacha. Un denso silencio cayó sobre la escena a modo de telón de teatro, luego, fue El Líder quien se removió.
- He tenido una gran visión esta noche, consejero – comenzó a explicar -, he visto una gran estatua de mi persona sobre la colina Serania – continuó con voz grandilocuente –; una estatua dominando toda la ciudad y gran parte de la provincia – hizo una pausa -, pero no una estatua cualquiera, no una como las que ya tengo mil, no, no, no, una de enormes proporciones, gigantesca, toda tallada de mármol negro...
- Comprendo. Señor, sin embargo debe hablar con los arquitectos para exponerles su idea – dijo el consejero.
- Encárgate de prepararme una reunión con ellos para hoy – ordenó El Líder.
- Les citaré para esta tarde, señor – convino el consejero.
- Para esta tarde, no, para dentro de media hora, después del desayuno – corrigió El Líder frunciendo el ceño.
- Pero señor, eso no puede ser, estarán trabajando en sus obras y no tendré tiempo de reunirlos a todos – se lamentó el consejero.
- En media hora, en la sala de reuniones – fue lo único que dijo El Líder.
El consejero asintió sin objetar nada, sabía que era inútil, y que jamás se cuestionaba una orden de El Líder, él hablaba y los demás callaban y asentían, ordenaba, y todos obedecían, así era como funcionaba. Si él quería que los arquitectos estuviesen allí en media hora, los arquitectos tendrían que estar allí en media hora, no había otra opción posible.
Con una velocidad neurótica, el consejero se las ingenió para hacer llegar un aviso a todos los arquitectos de la ciudad, citándoles en media hora en la sala de reuniones del gran edificio, les rogó que fueran puntuales al máximo, porque cuando El Líder entrase por la puerta, ellos ya tenían que estar ocupando sus puestos, a la espera de recibir órdenes, de no ser así, habría graves consecuencias.
Todos y cada uno de los arquitectos dejaron lo que se traían entre manos, por orden de El Líder, y se encaminaron rumbo al gran edificio para recibir las nuevas órdenes de éste. Lo hicieron sin ninguna dilación, pues el aviso había llegado con el tiempo muy justo y apenas les quedaban minutos para personarse en el lugar de la cita. Así, fueron llegando todos en tropel, nerviosos, caminando de forma torpe y apresurada, tenían que estar en la sala de reuniones antes de que llegara Él, porque si terminaba antes de desayunar e iba a la sala antes de la hora señalada, estaban perdidos, y lo sabían.
Cada uno ocupó su lugar correspondiente, y de este modo se dispusieron a esperar la llegada del temido anfitrión. Éste no se hizo de rogar demasiado, hizo acto de presencia, envuelto en esas ropas lujosas que acostumbraba, caminando erguido, como quien está absolutamente seguro de todo y de todos, pisando el suelo con firmeza, dejando claro que era suyo, que toda la habitación era suya, que el edificio entero, con todos los que en él había, también le pertenecía, y la ciudad, y más allá…
Se detuvo en mitad de la estancia y paseó un momento la vista por todas y cada una de las caras que allí había, traspasándoles la piel hasta las entrañas, y cada arquitecto se estremeció en lo más profundo. Pero ninguno movió una pestaña, no hubo un leve suspiro siquiera, el silencio que se había instalado en el lugar era pesado y espeso. El Líder carraspeó con reciedumbre, después sonrió levemente, y los allí presentes respiraron tranquilos, estaba contento, no era una mala noticia lo que tenía que comunicarles, y eso ya era mucho.
- No voy a prolongar más la espera, señores – dijo con voz profunda -, les voy a comunicar lo que he pensado. Señores, quiero construir la más grande estatua de mi persona que se ha erigido jamás, y quiero que sea toda de mármol – silencio -. Os necesito a todos para dicho proyecto, así que deseo que dejéis todo lo que estáis haciendo ahora mismo, para dedicaros única y exclusivamente a mi estatua – concluyó.
Los arquitectos se miraron unos a otros con gesto de preocupación, pues la idea de la gigante estatua era bastante descabellada, sobre todo teniendo en cuenta que la situación de la región no era demasiado halagüeña. El lujo y el despilfarro provocados por El Líder eran notables y ya hacían mella en las gentes, que pasaban muchas estrecheces. Los arquitectos estaban construyendo viviendas para personas desfavorecidas, y si dejaban de hacerlas para dedicarse a la gigante estatua, mucha gente, que vivía en edificaciones ruinosas, se verían durmiendo al raso en poco tiempo. Además de que tendrían que contratar a un montón de hombres para trabajar, hombres que tendrían que dejar sus negocios y quehaceres para dedicarse exclusivamente a la gigante estatua, hombres a los que no podrían pagar porque había que invertir una gran cantidad de dinero en importar el mármol y en la construcción de la estatua, hombres que perderían sus negocios, su sustento y su forma de mantener a sus familias. Sí, la idea era absolutamente descabellada, demencial, producto de un loco henchido de ego, pero ¿quién le diría algo así a El Líder? ¿Quién osaría llevarle la contraria?
- ¿No tenéis nada que decirme? – preguntó éste mirándoles fijamente. Todos negaron con la cabeza. Construirían la estatua.
En ese momento se abrió la puerta con precipitación, y todos miraron hacia ella sobresaltados. Tras la hoja de madera apareció un hombre grueso que portaba un enorme portafolio debajo del brazo. Se trataba de un arquitecto, uno que se hallaba demasiado lejos cuando fue avisado de la reunión, con lo cual le resultó imposible llegar antes de que empezara. Miró a sus colegas como si quisiera buscar apoyo en ellos, estos se limitaron a mirar hacia otro lado, fingiendo no tener nada que ver con él. El recién llegado miró a El Líder con gesto de súplica, pero éste no dijo nada, se limitó a dar por terminada la reunión y abandonó la sala de reuniones.
Ya en su despacho, junto con el consejero, dio las órdenes precisas para aquel infeliz que había llegado tarde a la reunión. De nada sirvió que éste le explicase que para el arquitecto había resultado materialmente imposible llegar a tiempo, El Líder les había requerido en un lugar y a una hora, eso era lo único que importaba. El arquitecto fue asesinado en los sótanos del edificio, de forma limpia, sin dejar rastro, sin pruebas, para el mundo exterior, simplemente había desaparecido.
( Este relato pertenece al libro "Arcas cerradas", que se puede adquirir a través de este blog, en la etiqueta libros para comprar o en los siguientes enlaces:TAPA DURA:http://www.lulu.com/content/6224792TAPA BLANDA:http://www.bubok.com/libros/7792/ARCAS-CERRADAShttp://www.lulu.com/content/6212380)
CONTINUARÁ...

viernes, 24 de abril de 2009

LA REVOLUCIÓN (2)

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Penetró en el enorme edificio en el que habitaba, una sólida construcción de piedra que se había hecho con las manos y el sudor de miles de infelices que habían dejado la piel en aquella empresa, muchos incluso habían muerto en el empeño por realizar aquella gran obra, la majestuosa e imponente vivienda de El Líder, el pastor del pueblo. El interior de dicho edificio se hallaba adornado con multitud de tapices que mostraban batallas bélicas en las que el Gran Hombre, supuestamente había tomado parte en su juventud, combatiendo contra villanos y desalmados que querían sembrar el caos más absoluto. De las grandes ventanas, colgaban cortinones de terciopelo granate hábilmente tratados para que luciesen esplendorosos a cada momento. El mobiliario era sólido y rotundo, armarios y mesas de madera oscura y maciza, y vitrinas de relucientes cristales en las que se encerraban todo tipo de utensilios. Los suelos, de mármol muy lustroso, se recubrían parcialmente con grandes alfombras que daban cierta calidez a la sobria y fría decoración, y en cada estancia, una gran chimenea con un buen fuego en su interior, para que la temperatura fuese la adecuada.
Dos hombres vestidos de soldados, cerraron las ventanas de la balconada, amortiguando de este modo la algarabía que se había creado fuera, El Líder entre tanto, se encaminó hacia un butacón de piel que había junto a la chimenea y se desplomó sobre él lanzando una gran suspiro, luego chasqueó los dedos de forma displicente y una mujer gruesa, vestida con uniforme negro, y delantal y cofia blancas, se apresuró a acercarse a él. Se detuvo enfrente con la cabeza gacha y esperó sin mediar palabra.
- Tráeme un vaso de agua, tengo la boca seca – ordenó El Líder, y tras una breve reverencia la mujer salió pitando de la gran sala -. Consejero – llamó acto seguido.
El hombre encorvado y delgaducho, se apresuró a acercarse a él, sabía que EL Líder no soportaba las demoras, tampoco se sabía el nombre de ninguna persona de las que le rodeaban, les llamaba por la ocupación que realizaban, como si más allá de eso no fuesen personas humanas, jamás le habían escuchado pronunciar ningún nombre, ni siquiera el de ninguna de sus amantes. Se colocó ante él con la cabeza gacha y carraspeó un poco para aclararse la garganta.
- Señor... – balbuceó con voz ahogada.
- ¿Qué te ha parecido el discurso? – preguntó sin andarse por las ramas, no le gustaba dar rodeos.
- Bien, señor, grandioso, como siempre – se apresuró a responder el hombrecillo.
- Ya... – murmuró El Líder con la mirada fija en el fuego, que crepitaba en el interior de la chimenea – Ahora dime la verdad, consejero, la pura verdad si no quieres que acabe con tu miserable vida – añadió después con voz de trueno, sin ni siquiera mirarle.
- Quizás se ha excedido un poco, y sólo un poco, en tiempo de exposición – respondió el hombrecillo con voz trémula, sabía que mentir era lo peor que podía hacer, pero tampoco debía ser demasiado directo, porque El Líder era El Líder.
- La gente estaba entregada – dijo éste sin poder ocultar su fastidio.
- Sí, señor, muy entregada – se apresuró a decir el hombrecillo.
- ¿Pero...? – preguntó de nuevo El Líder.
- Bueno, ya sabe, señor, que, y sin que se ofenda...
- ¡Al grano! – vociferó haciendo dar un respingo al hombrecillo, que tardó unos brevísimos instantes en volver a retomar el hilo.
- No es conveniente que haga apariciones en público demasiado prolongadas, eso podría confundir a la miserable masa, podría hacerles creer que usted, y discúlpeme, es un hombre normal, como ellos, de carne y hueso – explicó el hombrecillo sintiendo que temblaba hasta el tuétano.
- ¿Eso crees? – preguntó El Líder con una sonrisa tan cargada de cinismo que heló la sangre del consejero - ¡Ese vaso de agua! – gritó acto seguido mirando hacia la puerta.
No tardó en aparecer la gruesa mujer del uniforme negro con una bandeja de plata entre las manos que contenía un vaso de agua. Se acercó a él con premura y se arrodillo colocando de este modo la bandeja a su altura. El Líder cogió el vaso con el ceño fruncido y tomó un sorbo de agua, luego lo depositó sobre la bandeja y volvió al consejero, que permanecía quieto en el mismo lugar. La mujer se quedó arrodillada a los pies de El Líder, sosteniendo la bandeja en alto para que éste tomara agua las veces que lo deseara.
- Dime una cosa, consejero, ¿crees que soy un hombre normal? ¿Uno como los de ahí abajo? ¿Uno como tú? – preguntó de forma capciosa, el hombrecillo negó con la cabeza, aunque de forma imperceptible – Contesta – le instó El Líder.
- No, señor, por supuesto que no – respondió en un hilo de voz.
- No te escucho – insistió El Líder.
- No, señor, por supuesto que no – reiteró la respuesta el hombrecillo, esta vez con la voz un poco más alta.
- Y me ves a menudo, todos los días durante varias horas, ¿no es cierto? – el hombrecillo asintió – Puedo chasquear los dedos y hacer que te saquen las entrañas aquí mismo, para después vender tu carne a esos miserables, que aunque sea poca y correosa, seguro que aceptaban de buen grado, ¿crees que un hombre normal tiene ese poder, consejero?
- No, señor, por supuesto que no – contestó el hombrecillo sintiendo que se sonrojaba.
- Entonces, ¿qué es lo que me decías? – volvió a preguntar - ¿Qué fallo he cometido?
- Ninguno, señor, ha estado espléndido – respondió el hombrecillo confuso.
- No me mientas... – murmuró El Líder con voz sibilante.
- Usted no es un hombre común, yo lo sé aunque le vea a cada rato, aunque sepa que necesita comer y beber para subsistir como los demás, aunque tenga limitaciones humanas; pero esa gente es chusma, no entiende nada por sí misma, usted debe guiarles, y para eso le tienen que ver como a un dios, por eso no conviene que se exponga más que lo imprescindible, los anuncios que tenga que hacer los puede hacer por medio de otros, hombres sin importancia que impedirán que su imagen se desgaste – explicó de carrerilla, sintiendo que expulsaba todo el aire que le quedaba en el cuerpo.
El Líder se inclinó hacia delante y tomó de nuevo el vaso de agua que la mujer sostenía sobre la bandeja de plata, se lo llevó a los labios y tomó otro sorbo, volvió a colocarlo sobre la bandeja y se arrellanó en el sillón entornando los párpados, tenía ganas de echar un sueñecito, y así lo hizo, mientras el consejero, y la mujer de la bandeja permanecían quietos en sus puestos, esperando la orden que les permitiese dejar la posición en la que se hallaban, sin embargo El Líder estaba cansado y tardaría un buen rato en abrir de nuevo los ojos.

( Este relato pertenece al libro "Arcas cerradas", que se puede adquirir a través de este blog, en la etiqueta libros para comprar o en los siguientes enlaces:

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CONTINUARÁ...


sábado, 18 de abril de 2009

LA REVOLUCIÓN (1)

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El Líder observaba a la masa de gente que se concentraba bajo la gran balconada, con enorme satisfacción, ver la plaza tan llena de personas le hacía henchirse, se sentía realmente grande, y saludaba con arrogancia, como quien hace un favor con su simple presencia. A cada gesto que él esbozaba, una gran ovación se sucedía bajo sus pies, la plaza entera vitoreaba y aplaudía cada uno de sus ademanes.
Desde donde estaba no podía distinguir sus caras, tan sólo eran multitud de cuerpos con el rostro vuelto hacia arriba, gentes que vestían ropas humildes, algunos incluso harapientas, y que sin embargo se mostraban felices de verle allí arriba, envuelto en ropas caras, llenas de lujo y fasto, arengándoles con palabras vacías, repeticiones vanas de discursos ya caducos, palabras que ya había pronunciado con anterioridad y que se había limitado a reciclar.
Siempre utilizaba palabras y frases grandilocuentes para dirigirse a su pueblo, sabía que eran ignorantes, y que valoraban profundamente aquel torrente de verborrea apabulladora, le situaba en un estadio superior, por encima de todos aquellos que apenas sabían leer, escribir y las cuatro reglas. En cambio él era culto, refinado, poderoso como un Dios, y les guiaba como a corderillos descarriados, él era el sabio pastor, él lo era todo.
Alzaba la mano derecha mostrando un gran anillo de oro con un rubí en el centro, y lo paseaba sobre las cabezas de aquellos ignorantes que aplaudían enfervorecidos ante tal poderío, ante tamaña riqueza, y él sonreía con el ceño ligeramente fruncido, como si lo hiciese de manera irónica, luego lanzaba algunas palabras grandilocuentes, y así iba hipnotizándolos, haciéndolos suyos, sometiéndolos bajo su gran magnetismo.
- Señor, perdón, señor – la aflautada voz de su ayudante personal le hizo apartar la atención de la multitud para volverse hacia él -, disculpe, pero creo que ya es suficiente – dijo con voz pausada y la cabeza gacha.
El Líder le miró un momento molesto, no le gustaba que le interrumpiesen, además despreciaba profundamente a aquel personajillo mediocre que siempre le miraba como si le estuviese pidiendo disculpas. Era delgaducho y encorvado, de rostro enjuto y demacrado, de no dormir bien ni una sola noche; tenía las manos finas y huesudas, casi siempre manchadas de tinta. Sí, le provocaba una profunda grima y sin embargo sabía que sus servicios eran inestimables, era el mejor asesor que había tenido nunca, sus consejos eran hábiles y certeros, era bueno para él, para su mandato, para su liderazgo mesiánico.
Asintió de mala gana y se volvió de nuevo hacia la muchedumbre, entonces hizo un gesto grandilocuente de despedida que provocó una gran ovación seguida de un aplauso enfervorecido, al punto caminó hacia atrás apartándose de la vista de todos los que le miraban con veneración. No era bueno que estuviese expuesto demasiado tiempo, eso podría humanizarle, otorgarle una cercanía que no sería provechosa para la imagen que debía tener, la imagen de un ser inasequible, todopoderoso y alejado de aquella masa de gente que le admiraba y honraba.
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lunes, 6 de abril de 2009

FANTASMAS


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FANTASMAS


Cadenas que se arrastran parsimoniosas,
se deslizan pesadas,
recorriendo largos pasadizos,
como sombras heladas,
alientos de tumba profunda,
inframundo que emerge al mundo.
Rechinar de dientes cobardes,
ojos que ven lo que no ha de verse,
mandíbulas crispadas,
una puerta que se cierra sola,
una vela apagada por un aliento inexistente,
la noche como escenario,
teatro de apariciones,
pantomima de apariencias.
El fantasma aullador,
ente extraño y sutil,
personaje de otro mundo,
el mundo posterior, el de después,
el temido por el vivo.
El ánima perdida en busca de consuelo,
la aparición reiterativa,
cuento de viejas entre susurros,
murmullos entre telas negras,
ropajes de lutos eternos,
encadenados unos con otros.
El fantasma que traspasa paredes,
que proyecta sombras,
luces que parpadean, sonidos…
aparición de castillo abandonado,
la catacumba medieval,
leyenda de terror, ¡chsssss!
Silencio.

miércoles, 1 de abril de 2009

LA DECISIÓN (8)



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Durmió durante horas, cuando despertó se hallaba desconcertado, sin embargo pronto sintió el dolor de su herida en el pecho y recordó dónde se hallaba y en qué situación, casi en el mismo momento se le vinieron a la mente las palabras que Cala le dijera. ¿Realmente era feliz con su vida anterior? Se dio cuenta de que nunca se lo había planteado realmente, a él siempre le había bastado con tenerlo todo controlado, con no tomar riesgos. No había conocido la felicidad, pero sí la tranquilidad que le daba la rutina, pero ahora se hallaba allí, fuera de aquella rutina, sin la guía de su cuaderno, y aquella mujer que no hacía más que aparecer y desaparecer dejándole intrigado y lleno de dudas cada vez que lo hacía.
Escuchó un lamento que provenía de otro lado de aquella gran sala repleta de camas de enfermos, pensó en hacer una pregunta concreta, una que le ayudase con todo aquello, a comprender mejor, pero en esos momentos no quería saber nada de Cala, se sentía furioso con ella, la culpaba de lo que le estaba sucediendo. Trató de incorporarse, pero el fuerte dolor del pecho se lo impidió y no tuvo más remedio que volver a tumbarse y quedarse quieto. Los lamentos se sucedían, todos batallaban con su propia vida, con sus propios fantasmas producidos por el miedo, el inmenso miedo que habían ido desarrollando.
- Quiero moverme, no quiero seguir postrado en esta cama – dijo Samuel en voz alta.
La voz de Cala resonó en su mente con suma claridad: Descansa, le dijo con su dulzura y su firmeza características. Samuel decidió abandonarse, quedarse quieto, su cuerpo estaba malherido y no podía moverlo, sin embargo su mente trabajaba de forma vertiginosa, lo que la mujer de luz le dijera, había hecho mella en él, y no podía dejar de preguntase si era realmente feliz en aquella vida metódica y controlada hasta la esquizofrenia, que se había fabricado a su medida.
Siempre había estado lleno de miedo, de inseguridad, nunca había tenido el valor de enfrentarse a nada, a nadie, se había pasado los años replegado, agazapado bajo las mantas de su cama consultando su cuaderno para saber lo que tenía que hacer en cada momento. No, su vida no le gustaba, tampoco se gustaba a sí mismo, siempre titubeando, siempre envuelto en dudas, en desconfianza ante todo. Su vida era una auténtica cárcel creada por él mismo, por su forma de sentir todo lo que le rodeaba, una mazmorra llena de cadenas y candados, de por si acasos, de por si las moscas... Pero, ¿de qué le servía tener consciencia de todo aquello? ¿Qué podía hacer él? Vio la imagen de Cala en su mente, tan clara como si la tuviera delante, como si la viera con los ojos abiertos, sonreía satisfecha:
- Ha empezado la sanación – fueron sus únicas palabras antes de explosionar en un enorme festival de luz y vivo colorido.
En pocas horas, Samuel ya se hallaba sentado en el borde de la cama, con los pies colgando hacia abajo, tocando con las puntas el suelo, que era tan luminoso como el techo y el resto de las paredes. Cala estaba sentada a su lado, mirándole fijamente, y a Samuel le pareció el ser más bello que había visto jamás, sus ojos parecían lanzar fuego, y su sonrisa era un gran mar en calma, ligeramente mecido por una suave brisa veraniega.
- Prometo no volver a tener miedo – dijo Samuel mirándola lleno de infinito.
- Eso está muy bien, el miedo es el peor de los consejeros, es el gran obstáculo a superar – dijo Cala a su vez.
- Yo no creo que mereciera este sufrimiento – comentó sin embargo Samuel frunciendo ligeramente el ceño.
- El proceso que has vivido ha sido necesario para que llegaras al punto de comprensión al que has llegado ahora – explicó ella -. Solamente el viaje emprendido te ha llevado hasta el gran premio del reconocimiento del obstáculo que te impedía avanzar.
- Soy una buena persona, nunca me he metido con nadie – repuso él reivindicando algún mérito para sí.
- No, nunca te has metido con nadie, ni para bien, ni para mal – puntualizó Cala -, no le has hecho daño a nadie y sin embargo tampoco le has hecho bien a nadie, te has mantenido al margen de todo conflicto, y no por bondad, sino por miedo.
Samuel bajó la cabeza avergonzado al reconocerse en aquellas palabras, Cala tenía razón, él siempre había mirado para otro lado ante cualquier problema, jamás había alzado la voz ante la injusticia cometida, había pasado de puntillas por las tormentas, no había hecho nada, ni bueno ni malo, absolutamente nada. Sintió en su mano la calidez que irradiaba la luminosa mano de Cala y no pudo evitar echarse a llorar como un niño que comprende al fin lo mal que ha actuado siempre. La mujer de luz no dijo absolutamente nada, se quedó allí, a su lado, sosteniendo su mano hasta que él cesó de llorar.
- ¿Y ahora qué? – preguntó Samuel mirándola a los ojos.
- Como siempre, lo que tú quieras – respondió Cala.
- Quiero irme de aquí – dijo él sin pensar.
Cala le señaló con el dedo índice una puerta que había a un extremo de la gran sala, Samuel asintió, entonces ambos se pusieron en pie y caminaron hacia aquella puerta, la puerta de salida. Una vez junto a ella, Samuel colocó la mano sobre el pomo y bajó la cabeza, detrás de él escuchaba los lamentos de los pacientes que allí había, envueltos aún en sus heridas y enfermedades, sufriendo mucho. Se quedó así, quieto, con la mano sobre el pomo de la puerta, después se giró y paseó la mirada por todas las camas que allí había para terminar posándola sobre los ojos de Cala. Ésta no dijo nada, se limitó a devolverle la mirada y a esperar.
- No puedo irme aún – dijo Samuel con cautela, Cala siguió guardando silencio -, siento que tengo que hacer algo – continuó él.
- ¿Qué es lo que tienes que hacer? – preguntó Cala para impulsarle a continuar.
Samuel le mantuvo la mirada durante unos instantes, después la desvió hacia el montón de pacientes que ocupaban la gran sala mientras se le humedecían los ojos.
- Tengo que ayudarles a salir de aquí – dijo finalmente con firmeza.
Cala le miró llena de orgullo, como una madre satisfecha con la decisión de un hijo. Samuel soltó el pomo de la puerta de salida y se dirigió a la cama de uno de los pacientes, uno que tenía el cuerpo lleno de llagas que le obligaban a gemir todo el tiempo lleno de un profundo dolor. Se colocó a su lado y le miró compasivo, y sin embargo lleno de calma, la misma calma con la que Cala le había mirado a él. El hombre le miró un momento con los ojos llenos de súplica, él sonrió para infundirle paz, después cerró los ojos y se concentró, al abrirlos de nuevo, cogió la mano del paciente y comenzó a susurrarle palabras de aliento, de esperanza, de sanación, y poco a poco fue ayudándole a recuperarse, a él y a otros mucho pacientes que pasaron por allí, se convirtió en su guía, en su ánimo, en todo lo que ellos necesitaban para curarse y poder empezar una nueva vida, una nueva vida lejos de la vida que habían dejado atrás, una existencia miserable, llena de miedo, de sufrimiento, de dolor... Cada uno había sufrido su proceso, un duro proceso de transición, la transición que les conducía al renacimiento. Él los ayudaba a nacer de nuevo, a aparecer en su nueva vida, aquella que les llenara por completo, cuando estaban sanados los conducía hasta la puerta de salida y los despedía lleno de amor. Durante todo este tiempo no vio a Cala, sin embargo sintió su presencia continuamente a su lado; se sintió lleno, realizado, por fin hacía algo por los demás, había dejado los miedos que siempre le habían empequeñecido, para engrandecerse con el sacrificio hacia los demás, la ayuda, la compasión hacia aquellos que le necesitaban.
Una mañana, justo después de despedir a una niña a la que había ayudado, vio a Cala en un extremo de la gran sala. Se alegró mucho, pues hacía demasiado tiempo que no la había vuelto a ver, así que se acercó a ella sonriente y se colocó justo enfrente.
- Has hecho un gran trabajo, debes de estar muy orgulloso – dijo Cala con la misma dulzura y firmeza de siempre.
- Lo que estoy es agradecido a ti por haberme hecho darme cuenta de tantas cosas, antes yo estaba muerto, muerto en vida, no hacía nada más que cumplir con mi rutina, esa estúpida rutina que me daba una falsa seguridad, yo no vivía, no sabía lo que era la vida, en realidad la vida es ofrecerse a los demás, hacer que salgan del agujero en el que están metidos – explicó Samuel emocionado -. El ayudar a todas estas personas me ha hecho sentirme bien, sentirme útil, feliz.
- Lo sé, te comprendo muy bien y no esperaba menos de ti – dijo Cala.
- Sabías que me quedaría, ¿no es cierto? – preguntó Samuel.
- Tenía la esperanza de que lo hicieras – respondió Cala sonriente -. Ahora ha llegado el momento de que te marches- añadió después.
- ¿Marcharme? Aún quedan muchas personas a las que ayudar – dijo Samuel un tanto decepcionado.
- Tú ya has hecho lo que debías, has aprendido, ahora debes volver a tu vida y hacer lo que has aprendido aquí, comprende una cosa, allá donde estás, siempre podrás brindar tu ayuda – le explicó Cala llena de paciencia.
Samuel asintió, después agarró el pomo de la puerta con decisión, la abrió y la atravesó. Apareció en su habitación, aquella de la que un día cayó por un negro pozo. Echó un vistazo y todo le pareció muy lúgubre, triste, de pronto no comprendía cómo había podido vivir allí, de aquel modo. Incluso vio su cuaderno sobre la mesilla, caminó hacia él y lo cogió, lo hojeó por encima y le pareció algo realmente patético, estúpido. Decidió que lo rompería, que rompería con todo lo que hasta ahora había envuelto su existencia. Empezaría en ese momento, tenía mucho por hacer, seguramente había muchas personas a las que podía ayudar, nunca más seguiría una pauta, un patrón, crearía su vida a partir de cada instante. Sonrió para sus adentros mientras dejaba caer el cuaderno de entre sus manos, nunca más lo volvería a coger.
FIN